Aquel 11 de septiembre de 2001 los ojos del mundo estaban en las Torres Gemelas de Nueva York. Miles de reporteros, cámaras y fotógrafos dirigieron sus pasos hacia el World Trade Center con el objetivo de captar y contar cada segundo de lo que allí estaba sucediendo. Conscientes, desde el primer momento, que podría cambiar el rumbo de la historia.
Primero, la confusión; más tarde la certeza y, por último, la devastación de uno de los peores atentados terroristas de la historia. Las cifras oficiales hablan de 3.016 personas fallecidas, incluidos los propios terroristas de Al Qaeda, y 24 desaparecidos, dejando además a otras 6.000 personas heridas.
Pero aunque el grueso de los gráficos estaban al pie de la noticia, tragando esa icónica nube de cenizas que cubrió el centro financiero, unos pocos miraron hacia el lado contrario para ir a ver lo que ocurría al otro lado del East River, donde todavía era visible un skyline neoyorquino que desaparecería para siempre aderezado con una gran columna de humo.
La vida seguía allí
El fotógrafo Rodrigo Rivas ha querido recuperar algunas de esas imágenes menos conocidas y más alejadas de la zona cero; pero no por ello menos impactantes, sino, quizás, todo lo contrario. Comprobar cómo la vida continuaba en la distancia mientras el mundo se derrumbaba al cruzar el puente de Brooklyn nos invita a la reflexión:
The falling man o el clic rápido de Richard Drew
Quince segundos después de que el reloj marcase las 9:41 de ese 11 de septiembre, el fotógrafo Richard Drew, que trabajaba para Associated Press, comenzó a disparar su cámara con una lente de 200 mm cada vez que un policía o un técnico de emergencias gritaba: "ahí va otro".
Esquire recoge la historia de esa secuencia de 12 disparos que Drew dejó para la posteridad. Personas desesperadas lanzándose de la Torre Norte. Incorporó las imágenes, sin apenas verlas, al servidor de AP y a la mañana siguiente estaba en la página siete de The New York Times.
Después aparecería en miles de periódicos de todo el mundo. Muchos de ellos se vieron obligados a defenderse de la acusación de explotar la imagen de la muerte de un hombre invadiendo su privacidad. Porque esa persona tendría una familia que lo reconocería, tendría una identidad.
Un editor del Toronto Globe asignó al reportero Peter Cheney que averiguase quién era. Las primeras pesquisas apuntaban a que su atuendo, una casaca blanca, podría ser de algún trabajador de uno de los restaurantes. Además, parecía latino. Un trabajador fallecido coincidía con la descripción: Norberto Hernández.
El reportero llegó incluso a acudir al funeral del hombre, del que solamente pudieron enterrar algunos de sus miembros, para contrastar la hipótesis con algún familiar. Le enseñó la foto a una de sus hijas después de que sus hermanos lo hubiesen reconocido, pero esta lo echó de allí para que la identidad del misterioso Falling man siga siendo una incógnita, pero su imagen todo un símbolo de la tragedia.