Miércoles 3 de octubre de 2018. Poco después de las 9 AM.
Un hípster intenta subir la foto en blanco y negro con el filtro Willow #SinFiltros del #muffin que se va a tomar para #breakfast. Le da a enviar, pero la foto no se sube. Intenta compartirlo como un Stories, pero vuelve a fallar. No entiende nada. Pone el modo avión y lo vuelve a quitar. Fallo de nuevo. Reinicia el teléfono. No hay forma de compartir la foto. #Pánico. Es el paciente cero de una epidemia mundial: Instagram está caído.
El anuncio del Apocalipsis corría por grupos de Whatsapp con mensajes desesperados como “¿os está dando problemas Instagram?” o “hoygan, pq no puedo subir fotos a Instagram!”. Minutos después llega una nota de voz de dos minutos de una persona masticando algo preguntando si a vosotros os va y detallándote su problema: “mira, es que iba a subir una foto (mastica algo durante ocho segundos), es una foto de mi perro con una pelota en la boca. Pero es que cuando le soy a enviar se queda pillao”. Por alguna razón, todo el mundo cree que en el grupo habrá un ingeniero de Facebook dispuestos a solucionar su trágico problema.
Poco después la noticia llegaba a Twitter, Facebook, Mastodon y vista la histeria colectiva seguro que alguien lo ha puesto incluso en Google+. #InstagramDown, como si fuera un Black Hawk, era trending topic mundial. Y cuando la civilización occidental parecía al borde del colapso, Instagram volvió tal y como se había ido. Y volvimos a disponer de fotos de gatos.
Las caídas de MSN Messenger, eso sí que era el fin del mundo
Hoy vivimos entre algodones y llevamos muy mal cualquier pequeña alteración que perturbe nuestra vida de pequeño burgués del primer mundo. Sin embargo, hace apenas una década un escenario similar era mucho más devastador: era la época de las caídas de MSN Messenger.
Era una época lejana en la que no existía Facebook, ni Twitter, ni Whatsapp. Una época en la que todo lo que teníamos eran los SMS y MSN de Microsoft. Todos recordamos aquella aplicación por los zumbidos y por aquella vez que te olvidaste la webcam abierta, pero había otro escenario terrible, que era cuando tratabas de entrar y no funcionaba.
En ese momento era en el que descubrías el verdadero significado de la palabra soledad. No había otra red social en la que consultar si aquello funcionaba, la única alternativa era mandar un mensaje a algún amigo y tener la esperanza de que estuviese delante del ordenador.
Era un momento de sufrimiento absoluto. ¿Un gato habría pisado un cable en Massachusetts? ¿o era un problema de tu ordenador? ¿Windows habrá desconfigurado mágicamente algo que no sabrás solucionar? Quizá nunca jamás puedas volver a conectarte. ¿Quizá ese último mail que decía que si no reenviabas la cadena a 100 contactos cerraban Messenger era verdad?
Y entonces es cuando caías en la cuenta que el MSN era el único contacto que tenías con tu crush del momento. Hoy somos todos unos frágiles copitos de nieve. Hoy nadie sobreviviría a aquellos ocho infartos simultáneos.