Hace unos años, intentar entrar en una página web podía ser una prueba de paciencia. Después de haber escuchado aquella fina orquesta polifónica que era el router preparando aquella conexión de 56 Ks y que en ocasiones nos tenía bailando como si fuese Chimo Bayo a las 5 de la mañana. Cuando finalmente se hacía el silencio estabas en la autopista de la información.
Una autopista no especialmente rápida, más bien era una cosa de nombre porque aquello más bien tenía la velocidad de un camino de cabras. Introducías la dirección de la web, cargaba la cabecera... escuchabas a aquel módem comprado en El Corte Inglés chasquear mientras procesaba ceros y unos... comenzaba a cargar una masa de pixels que más tarde que pronto acabaría siendo una imagen de 7ks de peso.
Aparecía un titular. Y cuando pensabas que por fin estabas a punto de poder ver la web completa, alguien llamaba, se oía un "click" desde el módem y un mensaje de conexión perdida invadía la pantalla. Algo tan rutinario en Internet como la masturbación era un horror. A veces la foto no había llegado por debajo del cuello (dramatización). Era como fantasear con Luis XVI.
Y cuando parecía que el ADSL lo había arreglado todo
La llegada de líneas de alta velocidad lo cambió todo: adiós a dejar el ordenador encendido para bajar un disco con Kazaa. Todo parecía ir sobre ruedas: las páginas cargaban rápido, las fotos eran grandes, se podían ver vídeos sin tener que ir al baño dos veces mientras esperabas a que cargasen. Internet era la maravilla que todos soñamos alguna vez.
Pero entonces tenían que venir los humanos a joder la marrana. Un problema del que somos culpables casi todos las páginas mínimamente grandes de Internet y al que se debería poner freno por bien de la experiencia de usuario.
Hoy entrar en una página web es una carrera de obstáculos en la que, para leer un maldito artículo que vas a dejar abandonado al tercer párrafo, tienes que hacer 23 clicks. Primero la Unión Europea nos lanzó la maldita advertencia de cookies, que está ahí para molestar porque poco más aporta (la mayoría no sabe qué son las cookies y además le importa 33 huevos voladores), luego los navegadores ofrecieron la posibilidad de enviarte notificaciones y, claro, eso es interesante para los medios, por lo que hay que insistirte en ello.
Luego aparece el pop-up para suscribirse a la newsletter y, ya de paso, a las redes sociales. Decir que no quieres que la web te geolocalice y decirle a un videoanuncio que se calle. Si usas un bloqueador de anuncios, entonces te sale un mensaje que te pide que lo quites. Y si es la primera vez que visitas una web, posiblemente te pida también que aceptes la nueva normativa de protección de datos.
Y entonces, después de todo esto, por fin puedes leer el contenido. Hasta que aparece un anuncio que ocupa toda la pantalla. Momento en el que comienzas a echar de menos lo de bajar al kiosko a por el periódico.