El hombre al que le cayeron dos bombas atómicas y vivió para contarlo
En la Jungla. Tsutomu Yamaguchi sobrevivió al bombardeo nuclear de Hiroshima. Huyendo de aquel infierno, volvió a su ciudad natal: Nagasaki.
29 octubre, 2018 12:15Verano de 1945, archipiélago de Japón. Tsutomu Yamaguchi acaba de ser padre. Natural de Nagasaki, tiene 29 años y lleva una próspera vida como joven ingeniero. Yamaguchi delinea tanques de petróleo para la renombrada compañía Mitsubishi Industrias Pesadas, que desde 1935 se ha fusionado con la Compañía Portuaria de Yokohama. El zaibatsu nipón —un entramado de grandes corporaciones empresariales al servicio del imperio—, crece exponencialmente en su afán de ganar la guerra contra los Aliados. Extranjero a las cuestiones políticas y bastante sobrecogido por la guerra, Yamaguchi vive como una anónima pieza del acelerado entramado industrial japonés.
El 6 de agosto de 1945, Yamaguchi transita las calles de Hiroshima. Cada paso cierra los tres meses de un largo viaje estival de negocios. Distraído por la rutina, se dirige hacia los astilleros ante un día que recuerda claro y despejado. Ante el bostezo de las primeras horas de la mañana, sobre las 08:15, el ingeniero interrumpe su paseo al percibir unas extrañas lágrimas en el cielo.
Ve un avión y luego distingue unos diminutos paracaídas. «Pensé que el sol se había caído del cielo. Hubo un ruido tremendo y un destello de luz sobre mí». Little Boy, la carga de 4.400 kilos que escupe el Enola Gay, detona a 600 metros de altitud. Se desata el infierno atómico y todo funde a negro. Yamaguchi pierde el conocimiento. No sabe cuánto tiempo pasa, pero termina regresando en sí. Ha sufrido quemaduras en la cara y brazos.
6-8-1945: el primer infierno cae sobre Tsutomu Yamaguchi
A su alrededor, incomprensible ante el caos de la muerte, 140.000 personas han muerto al instante. Desorientado, no sabe si está vivo o muerto. Yamaguchi recuerda como «vi un gran pilar con forma de seta alzándose hasta el cielo. Era como un tornado, aunque no se movía, pero creció y se extendió horizontalmente en su parte más alta».
Nagasaki se ha transformado en un sepulcro arrasado por la equivalencia a 16.000 toneladas de TNT. Toda una ciudad es reducida a cenizas en un efímero juego de luz que el joven ingeniero compara con un siniestro caleidoscopio. «He recorrido y me he arrastrado por las profundidades del infierno», confiesa circunspecto en el ocaso de su vida. «Debería estar muerto, pero el destino me mantuvo con vida».
9-8-1945: regreso a su ciudad natal, Nagasaki
Dos días más tarde, Yamaguchi regresa con otros supervivientes a su ciudad natal, Nagasaki. Tras un viaje de unos 400 kilómetros, recuerda como el día 9 de agosto se encuentra relatando el increíble episodio a su jefe, en las oficinas de la ciudad. Yamaguchi está envuelto en vendajes y muy exaltado. Rondan las 11 de la mañana y el supervisor toma al empleado por desquiciado. «Le estaba contando a mi superior de Nagasaki que una bomba había arrasado con toda la ciudad de Hiroshima», confiesa. «Me dijo que estaba loco. Nada más decirme eso… La bomba cayó sobre Nagasaki».
Con una fuerza destructiva de 21 kilotones, la bomba Fat Man aniquila a 40.000 personas al instante al caer desde el segundo B-29 bautizado como Bockscar. Según las fuentes, se estima que unas 25.000 personas resultan heridas por la detonación. Varios miles de personas mueren posteriormente, bien por las heridas de la explosión o por la radiación. El 15 de agosto, postrado y con fiebre, Yamaguchi recibe la noticia que Japón ha firmado la rendición total ante los Estados Unidos.
El único superviviente de los dos ataques nucleares
Tstuomu Yamaguchi es la única persona oficialmente reconocida por el gobierno japonés como superviviente de ambas catástrofes nucleares. Se hizo público el 24 de marzo del 2009. En un reportaje que el canal de noticias ABC Australia grabó, poco antes de su fallecimiento, lo vemos sumergido en una ceremonia. Delante de un modesto altar doméstico, recita unos mantras, dibujados con finas formas de kanji. Las velas de su sagrario personal se revuelven, mientras junta las palmas y musita una plegaria. Una máscara blanca de demonio Oni le observa, sonriente.
Yamaguchi rompe a llorar ante la fragilidad de sus palabras: «Japón no puede deshacer al mundo de armas nucleares por sí mismo. Todo el planeta necesita unir fuerzas para prevenir este tipo de guerra». Tsutomu Yamaguchi muere de cáncer de estómago el 4 de enero de 2010, habiendo llegado a los 93 años. Le sobrevive una hija. Su testimonio nos recuerda que somos responsables de mantener viva su historia. El infierno del pasado no puede volverse a abrir.