¿Quién no ha pasado un momento incómodo cuando le ha tocado mirarle a los ojos a una persona bizca? Vale que si el susodicho (o susodicha) es un amigo o un familiar, alguien con el que tengamos confianza, el trance no es tal; pero si nuestro interlocutor es un completo desconocido empiezan los sudores fríos.
Por si fuera poco, estas personas que han tenido que lidiar con aquellos ridículos parches infantiles y ser el blanco de infinidad de bromas, cuando crecen se enfrenta a nuestras caras de idiotas intentando adivinar dónde diablos tenemos que mirarles y hacer como que no se dan cuenta de nuestra torpeza.
Es como si nos esforzásemos (con más que dudoso resultado) en hacer como si nada. Como si los ojos que se cruzan con los nuestros enfocasen perfectamente, como si ellos no supiesen de sobras que son bizcos. Sin embargo, esto va a cambiar, están decididos a echarnos un capote y facilitarnos la tarea.
El periodista especializado en ciencia, Teguayco Pinto, se ha apiadado de nosotros y nos ha desvelado varios secretos en Twitter:
Gracias por impedir que volvamos a conversar con un bizco mirándole el entrecejo como si estuviésemos en trance. Han caído varios mitos.