A las 12.30 del viernes 22 de noviembre de 1963, el exmilitar, pésimo tirador y supuesto comunista Lee Harvey Oswald disparó, supuestamente, tres veces desde el depósito de libros escolares de Texas, en Dallas, lugar en el que trabajaba. El primero impactó en el cuerpo del 35º presidente de Estados Unidos, pero fue el tercero, un impacto en su cabeza, el que le mató. Tras oír los disparos, el agente Marrion Baker de la policía entró en el edificio donde vio a Oswald salir de la cafetería y entrar en una sala de máquinas expendedoras. Tras ser informado por su supervisor Roy Truly de que trabajaba allí, no lo consideró sospechoso por lo que lo dejó marchar, tras lo que Oswald salió del edificio por la puerta principal antes de que la policía lo sellase.
Llegó a su casa, primero en autobús y luego en taxi, sobre las 13.00. Para entonces ya era el hombre más buscado. Según su casera se fue directo a su habitación y salió poco después abrochándose una chaqueta distinta a la que llegaba al entrar. A las 13.11, el agente J.D. Tippit paró su coche junto a un hombre que encajaba con la descripción que había recibido por radio. Oswald se acercó, habló a través de la ventanilla con el policía de 39 años y cuando salió del coche, sacó su revolver y le descerrajó cuatro disparos. Uno le alcanzó en el pecho, otro en el estómago y otro le rozó la sien, matándolo. Nunca se pudo comprobar si las balas que mataron a Tippit eran del arma de Oswald porque estaban demasiado dañadas para sacar ninguna conclusión.
A las 13.40 Johnny Brewer llamó a la policía tras ver a un individuo sospechoso agachado a la entrada de su tienda y luego colándose sin pagar en el Texas Theatre. Poco después, Oswald fue detenido en una de las últimas filas del teatro.
Estuvo durante dos días bajo custodia en el edificio del Departamento de Policía de Dallas. El 24 de noviembre, domingo, se decidió trasladar a Oswald a la cárcel del condado. A las 11.21 de la mañana, mientras lo escoltaban hacia el furgón blindado, una figura surgió de la muchedumbre. Era Jack Ruby, empresario nocturno relacionado con la mafia, y le disparó una vez en el pecho. Se le trasladó al Hospital Parkland Memorial -el mismo al que Kennedy había llegado ya muerto- donde murió a las 13.07.
¿Cómo enterrar al asesino del presidente?
El 25 de noviembre, el director de la funeraria Miller, Paul Groody, dijo a los enterradores que la tumba que estaban cavando era para un viejo cowboy que había muerto a los 75 años. Cuando encargó las coronas florales pidió que se pusiese el nombre de Bobo. Pero no era verdad. Eran para un cadáver custodiado por ocho agentes de policía y dos unidades caninas. Era sin duda alguna el cadáver más odiado de la historia reciente del país.
Las autoridades estaban preocupadas que Oswald siguiese siendo un objetivo incluso después de su muerte y que alguien se presentase en su funeral con la intención de profanar el cadáver. Groody recogió los restos del hospital en mitad de la noche y preparó un funeral para el día siguiente al que pudieran atender la madre, la viuda y el hermano del fallecido.
Pero no solo la seguridad fue un problema. No era capaz de encontrar a nadie dispuesto a oficiar la ceremonia, y los dos pastores luteranos que aceptaron se echaron atrás al enterarse de que se iba a celebrar en el exterior por miedo a posibles francotiradores.
Cuando a las 4 de la tarde comenzó la ceremonia nadie se presentó aparte de la madre y la viuda. Eso suponía otro problema porque no había nadie para llevar el ataúd. A Groody no le quedó otra opción que recurrir a los otros seres que sí habían aparecido: unas docenas de periodistas a los que había llegado la pista del lugar del funeral.
“Si queremos escribir sobre su funeral, tendremos que enterrar al hijo de puta nosotros mismos”
El funerario se dirigió a un periodista local con el que había tratado anteriormente, Preston McGraw, y este aceptó echar una mano. Tras rechazar inicialmente, el corresponsal de Associated Press Michael Cochran se sintió obligado a ayudar al ver el gesto de McGraw. Mientras dudaba, otro periodista, Jerry Flemmons, le dijo “si queremos escribir sobre el entierro de Lee Harvey Oswald le vamos a tener que enterrar al hijo de puta nosotros mismos”. Otro periodista, Jack Moseley, también aceptó ayudar pero soltó el ataúd poco después al no soportar estar llevando el cuerpo del asesino del presidente. En total, siete reporteros llevaron a Oswald hasta su tumba.
Allí el reverendo Louis Saunders, la única persona dispuesta a celebrar la ceremonia pronunció unas breves palabras: “la señora Oswald me dice que su hijo, Lee Harvey, era un buen chico y que le quería. Y hoy, Señor, te entregamos su espíritu a tu divina gracia”. Se abrió el ataúd para que la familia pudiera despedirse. Y se le enterró para siempre.
Sobre su tumba se colocó una placa en la que ponía su nombre completo con la fecha de nacimiento y muerte, pero fue robada y sustituida por una en la que pone únicamente Oswald. Su madre fue enterrada a su lado en 1981, año en el que una de las muchas teorías de la conspiración alrededor de la muerte de Kennedy hizo que se exhumase el cadáver para comprobar que era él y no un doble ruso. Con su identidad confirmada por las pruebas dentales, se volvió a enterrar con un ataúd nuevo, tras informar a su hermano, Robert Oswald, ya que el original había sido dañado por la humedad.
Pero en vez de destruir el ataúd original, este fue subastado en 2010 y vendido por 87.468 dólares. Cuando se enteró, Robert reclamó la caja y un juez le dio la razón y obligó a la funeraria a entregárselo junto a una compensación económica igual al precio de la venta. Según el hermano de Robert, el ataúd sería destruido, el último recuerdo de uno de los entierros más delirantes de la historia.