En las dos últimas centurias el ser humano ha logrado cosas extraordinarias. Ha logrado que enfermedades que antes eran muerte segura ahora se puedan curar con un par de pastillas, ha logrado que puedas tener comunicación en tiempo real entre Algete y Cincinnati, ha puesto una bandera en la Luna y ha inventado Tinder. Sin embargo, también ha estado a punto de destruir el mundo. La más famosa, la Crisis de los Misiles Cubanos en 1962. Pero en esa ocasión ambos bandos sabían lo que estaba ocurriendo y las consecuencias que aquello podía tener. Kennedy y Khrushchev finalmente se llamaron y pusieron punto final a lo que prometía ser una carnaval termonuclear.
Eso no ocurrió en noviembre de 1983, cuando unos ejercicios de la OTAN que simulaban un escenario de ataque nuclear fue confundido por la inteligencia soviética con los preparativos de un ataque real. Lo peor fue que llegaron a la conclusión de que la única forma que tenían de sobrevivir era atacar ellos primero.
El polvorín de los 80
Entre colores chillones y música New Wave, los 80 fueron un auténtico polvorín. El 4 de noviembre de 1980 Ronald Reagan ganó la presidencia de Estados Unidos frente a Jimmy Carter con la promesa de una recuperación económica y un fuerte patriotismo. Llegó a calificar a la Unión Soviética como un “imperio del mal”. Esta retórica no sentó muy bien en Moscú, donde ya de por sí eran dados a la paranoia, alimentada por la “Guerra de las Galaxias” anunciada por Reagan y por la instalación de misiles Pershing II en territorio alemán. No ayudó tampoco la agresividad de Estados Unidos y sus aliados en algunos ejercicios.
En febrero de 1981 EEUU comenzó un protocolo de guerra psicológica en el que fue habitual que aviones espía y bombarderos de la OTAN se dirigiesen directamente hacia las fronteras soviéticas, solo para cambiar de dirección en el último momento, con la intención de poner a prueba los radares y la capacidad de reacción soviética. Entre el 29 de marzo y el 17 de abril de 1983 tuvo lugar el ejercicio FleetEx 83, que reunió tres grupos de combate en el Atlántico norte. Tres portaaviones, cerca de cuarenta naves de apoyo, trescientos aviones y una tripulación combinada de cerca de 23.000 hombres formaron durante esos días una de las flotas más poderosas jamás vistas.
Esta tensión se cobró 269 vidas el 1 septiembre de 1983, cuando un caza soviético derribó un avión coreano que cubría la ruta Nueva York-Seúl con escala en Anchorage, Alaska. Debido a un error en los instrumentos de abordo, entró en espacio aéreo restringido soviético y fue derribado. El 23 de septiembre el mundo tuvo medio pie en un invierno nuclear cuando un error en el sistema de satélites soviético avisó de que cinco misiles americanos volaban en dirección Rusia. El protocolo dictaba que ante esa situación se debía avisar a Moscú, donde muy posiblemente se hubiera dado la orden de contraatacar. Solo la clarividencia del teniente coronel Stanislav Petrov que identificó el aviso como un error del sistema.
Todo esto sumió a los líderes soviéticos en un estado de paranoia que llegó a su punto álgido en mayo de 1981, cuando el secretario general Leonid Breznev y el director del KGB Yuri Andropov anunciaron a otros líderes que EEUU y sus aliados se preparaban en secreto para lanzar un ataque nuclear. Así comenzaron la mayor operación de inteligencia de la historia soviética: la Operación Ryan. El exagente de la KGB Oleg Gordievsky que en aquel momento hacia de agente doble para los británicos, la definió como una “mezcla potencialmente letal de retórica Reagan y paranoia soviética”.
Un arquero certero y unos espías poco acertados
El objetivo de aquella operación era monitorizar a todas las personas que pudieran estar involucradas en el lanzamiento de un ataque nuclear. Paralelamente, la OTAN comenzó el 7 noviembre un ejercicio llamado Able Archer (arquero certero), que consistía en simular una escalada bélica que llevaría hasta el lanzamiento de un ataque nuclear.
La idea del ejercicio es que fuese lo más realista posible. En él participaban los más altos mandos de la OTAN, incluyendo a Reagan, su vicepresidente George Bush, la primera ministra del Reino Unido Margaret Thatcher y el canciller alemán Helmut Kohl.
La combinación de ambas operaciones no pintaba bien. Las comunicaciones cifradas entre EEUU y el Reino Unido aumentaron, utilizando claves y sistemas nuevos nunca usados en ejercicios anteriores. El nivel de alerta de las fuerzas de la OTAN pasaron al máximo, DEFCON 1. Este estado era simulado, pero la inteligencia soviética la reportó, ya que los agentes -que en muchos casos ya sospechaban que se trataba de un ejercicio- enviaban sus observaciones y no su análisis. La Unión Soviética respondió activando el estado de alerta máxima y preparando su arsenal nuclear para ser disparado de inmediato.
Al menos las bases del Báltico, Checoslovaquia, Polonia y Alemania del Este se prepararon para atacar en cualquier momento, aunque el exagente de la CIA Peter Vincent Pry sospecha que eso solo era la punta del iceberg. Solo hacía falta un chispazo. Si el fallo en los sistemas que había tenido lugar unos días antes hubiera ocurrido entonces el mundo posiblemente sería un cenicero glorificado.
Las maniobras de la OTAN terminaron el 11 de noviembre, y con ello a los soviéticos también se les pasó el susto y viendo que todo volvía a la normalidad sin ninguna seta nuclear sobre sus cabezas también redujeron su nivel de alerta.
Tontamente aniquilados
Hay una cierta polémica sobre hasta qué punto aquellos cinco días de noviembre estuvieron a punto de llevar al mundo a la destrucción de la forma más tonta posible. Algunos como Thomas Blanton o Tom Nichols mantienen que es una de las veces que más cerca hemos estado del precipicio. Otros como Fritz W. Ermarth creen que la falta de reacción pública por parte de los soviéticos sugiere que nunca vieron la operación como una amenaza tan inmediata.
Durante los ejercicios, los miembros de la OTAN no tenían ni idea del pánico que se estaba desatando al otro lado de la cortina de hierro. Más tarde Gordievsky explicaría lo ocurrido en una reunión que tuvo con Ronald Reagan. Según el exespía, el presidente le respondió que no sabía “cómo pudieron creer so, pero da que pensar”.
Y tanto que da que pensar. Podría haber sido una extinción muy poco glamourosa.