Este viernes se cumplen 137 años del nacimiento de la escritora británica Virginia Woolf, un nombre fundamental de las letras y el feminismo del siglo XX. Autora de las emblemáticas La señora Dalloway, Al faro, Las olas o Una habitación propia, quizás la historia que nos ocupa esta vez no sea tan popular como las que ella ha hecho inmortales con sus palabras, pero sí es muy necesaria para ver hasta qué punto se trataba de una adelantada a su época.
Nos referimos al conocido como engaño de Dreadnought -también farsa o gran timo-, que Virginia y otros intelectuales ingleses que formaban parte del Círculo de Bloomsbury llevaron a cabo el 7 de febrero de 1910 dejando en evidencia a la Armada británica. Su artífice, el poeta Horace de Vere Cole, se llevó incluso unos azotes de los marinos cuando todo salió a la luz. Pero empecemos por el principio.
Cole convenció a sus cinco colegas -Woolf fue la única mujer que participó en la treta- para hacerse pasar por príncipes etíopes e ir a conocer el buque insignia de la Armada, el HMS Dreadnought. Además de la escritora y el poeta estaban el psiquiatra Adrian Stephen -hermano de Virginia-, Guy Ridley, el naturalista Anthony Buxton y el artista Duncan Grant.
"Bunga, bunga"
Los seis se disfrazaron con turbantes y se pintaron la piel, Virginia incluso llegó a cortarse el pelo como un hombre para no ser descubierta. Fue Stephen quien ejercía de intérprete entre los supuestos príncipes y los oficiales que los recibieron a bombo y platillo. ¿Cómo lo consiguieron? Acudieron a la estación londinense de Paddington y lograron que el jefe de estación les habilitase un tren especial hasta la isla de Portland, donde estaba el buque atracado.
Cuando estaban en el tren, un cómplice envió un telegrama avisando de la llegada de la comitiva real al barco, instando a las autoridades a recibir por todo lo alto a los príncipes por orden, supuestamente, del subsecretario de la Foreign Office, sir Charles Hardinge. Guardia de honor, alfombra roja, música, uniformes de gala y un coche esperándolos para llevarlos al puerto de Weymouth. Habían tragado el anzuelo.
Mientras visitaban el barco fingían hablar en suajili e, incluso, recitaban versos de Homero y Virgilio en un latín ininteligible. Sin embargo, lo mejor es que exclamaban "bunga, bunga" cuando veían algo que parecía impresionarles. Durante los 40 minutos que duró la visita, tuvieron tiempo para pedir alfombras para orar y ofrecer unas condecoraciones falsas a algunos de los militares, Vamos, que se regocijaron todo lo que pudieron y hasta les tocaron el God save the Queen para despedirlos.
La farsa al descubierto
De vuelta a Londres, Cole contactó con el Daily Mirror y envió una de las fotografías de la comitiva real, contando el engaño con todo lujo de detalles. En una semana, no había londinense que no supiera lo que había pasado y, claro, el cabreo de la Armada era considerable. Eran el blanco de los cachondeos de todo el país. Llegaron incluso a solicitar el arresto del artífice, pero se tuvieron que conformar con ir a su casa para intentar azotarle.
Recoge la Wikipedia que Cole les plantó cara a aquellos que querían agredirle diciendo: "¿Y por qué no vosotros? Os hemos engañado y os lo merecéis". El troleo fue tal que los ciudadanos que iban a visitar el buque iban diciendo "bunga, bunga" por todas las esquinas. La expresión se popularizó de tal manera que acabó inspirando canciones satíricas.
La coña, lejos de olvidarse, fue en aumento y cuando en 1915 el buque hundió a un submarino alemán, uno de los telegramas de felicitación ponía la ya famosa coletilla. Toda una patada en el orgullo al imperialismo inglés de inicios del siglo XX por parte de un grupo de intelectuales que optaron por hacer esta performance para alzar la voz contra la violencia y cuestionar los principios de la sociedad victoriana. Y, por supuesto, Virginia era una de ellos.