Independientemente de las posiciones ideológicas, una sociedad democrática madura es la que asume que una mujer no merece ser calificada de "puta" por ejercer la política. Después de que Toni Albá, cómico de cabecera de TV3, haya recaído en sus repugnantes insultos hacia Inés Arrimadas, líder de Cs en Cataluña, han sido sus propios compañeros e incluso independentistas quienes ha usado las redes sociales para decirle que por ahí, no.
Recordemos, efectivamente, que el actor convertido en ídolo del secesionismo por interpretar al rey emérito Juan Carlos I en el programa satírico Polònia, es reincidente. En diciembre de 2017 ya publicó un coplilla en Twitter sobre "Inés" en la que la terminaba calificando de "mala puta". Ante la indignación que provocó, se escabulló asegurando que se trataba de otra persona y no de Arrimadas, y tuvo el cuajo de amenazar a los medios que se hicieron eco.
Albà terminó indultado por el independentismo, incluso premiado: se argumentó entonces que ejercía como pallaso del procés, con barra libre para la incorrección política, y se le otorgó el pregón de la Diada el pasado septiembre. Así, envalentonado, decidió aprovechar el viaje de Arrimadas a Waterloo, en Bélgica, para mandarla hasta Ámsterdam, donde "estaría como en casa" y "tendría todos sus derechos laborales respetados".
La referencia es, evidentemente, al barrio rojo de la capital holandesa, en la que la regulación de la prostitución es la más avanzada de Europa y las mujeres se ofrecen en escaparates a pie de calle, en locales con un régimen laboral garantizado. La primera en denunciar las alusiones ha sido la propia Arrimadas, y Sociedad Civil Catalana ha anunciado que se querellará contra el actor.
Pero las reacciones airadas eran previsibles del lado constitucionalista: lo reseñable en este caso es la cantidad de voces desde el bando contrario que han dicho basta. Partiendo desde la CUP, anticapitalistas e independentistas, y sus juventudes de Arran. También desde En Comú, la formación de Ada Colau. Se han multiplicado los mensajes de condena desde cuentas que lucen el lazo amarillo en solidaridad con los "presos políticos", que lamentan el recurso del machismo para defender la causa.
Incluso sus propios compañeros de Polònia -un programa que llegó a cancelarse como muestra de solidaridad y afecto el día en el que Oriol Junqueras y el resto de exconsellers ingresaron en prisión provisional- se han desmarcado: "Los insultos y las descalificaciones de tipo machista no encajan en nuestra manera de entender el humor".
Acorralado, Albà ha vuelto a recurrir a su triquiñuela: acusar a todos sus críticos, en un cortaypega que se va haciendo más frenético a medida que pasan las horas, de "déficit de comprensión lectora". Argumenta que él estaba mandando a Arrimadas a cultivar tulipanes o a vender droga. Y retuitea los mensajes de quienes en el bando independentista, impermeables al machismo inherente a la polémica, le siguen aplaudiendo.
Esta claro que su excusa ya no cuela. Lo que no está tan claro es si Albà, que ingresa decenas de millones de euros en contratos con la televisión pública catalana, vaya a recibir algún castigo más allá del tirón de orejas.