La genial respuesta de una madre al profesor que calificó a su hijo de mentiroso
En La Jungla. Con solo cuatro años logró demostrarle a su profesor que los niños tienen conocimientos sorprendentes.
1 marzo, 2019 02:42Los delfines rosados existen. Parecen criaturas sacadas de algún cuento o, quizás, una invención fruto de la todopoderosa imaginación infantil; pero lo cierto es que estos animales nadan a sus anchas en las aguas del río Amazonas. No todo el mundo tiene que conocerlos y, por supuesto, solo los privilegiados los han podido ver con sus propios ojos. Sin embargo, tenemos la certeza de que no se le van a olvidar nunca al profesor que decidió cuestionar a un alumno que compartió su existencia con el resto de sus compañeros.
La tuitera Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer), que trabaja como maestra de infantil, ha compartido en su Twitter una anécdota protagonizada por su hijo mayor, cuando este contaba con cuatro años de edad. El niño era un apasionado de los animales marinos y contó en clase algo sobre los delfines rosas. Su profesor le cortó riéndose y advirtiéndole que no divulgase esas invenciones con el resto de compañeros.
El crío llegó disgustadísimo a casa y se lo contó a su madre, quien propuso una actividad para que su hijo se sacase de encima las acusaciones de haber mentido y, de paso, darle una lección de humildad a su maestro: "A veces los niños son pequeños grandes expertos".
Cuando mi hijo mayor tenía 4 años, era una esponja aprendiendo sobre los animales del mar, que en ese momento, eran su pasión.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
Un día, al salir de clase, llegó a la mía con los puños cerrados y haciendo pucheros.
En el momento en que lo miré, se vino abajo y se puso a llorar.
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Le pregunté que sucedía y me dijo, que les había contado a sus compañeros que había delfines rosas, y que su profesor se había reído de él y le había dicho que no inventase cosas.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
Le había dolido en el alma que lo llamasen mentiroso.
Esperé a que saliese su tutor y no hizo falta preguntarle, ya venía a contarme que el niño se había pillado una pataleta porque había contado que había delfines rosas.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
Le dije que era verdad.
Que existen.
En el Amazonas.https://t.co/MOIA6qu3eJ
Se quedó de piedra.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
Me dijo intentando salir del paso que no tenía ni idea, y que como tenía tanta imaginación, pues que había supuesto que no era verdad.
Solo le pedí que le diese la oportunidad de demostrar a sus compañeros que no mentía.
Así que aquella tarde, fabricamos en cartulina un recorrido por las características de esa especie, y le grabé en un pen un capítulo de dibujos animados de una serie en la que hablaban de ellos.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
Al día siguiente era el niño más feliz del mundo.
No porque supiese algo que los demás no sabían, sino porque había podido demostrar que no mentía.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
No lo sabemos todo, ni tenemos porqué saberlo.
Y reconocerlo ante un alumno, no es signo de debilidad, sino una demostración de confianza.
Me comentaba una compañera tutora de 6° con dos niños de altas capacidades en su clase, que muchas veces hacen preguntas que la dejan fuera de juego.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
Pero entonces les dice que cojan su ordenador, lo investiguen y cuando tengan la respuesta, lo cuenten a toda la clase.
Y aprenden unos de otros.
— Señorita Rotesmeyer (@larotesmeyer) 24 de febreiro de 2019
No subestimemos los conocimientos de los niños.
A veces son pequeños grandes expertos.
Es muy bonito ver como un alumno comparte sus conocimientos y se siente importante en ese momento.
Nunca dejemos de aprender.
Y aprendamos siempre a enseñar.
Una criatura 'mágica'
Los delfines rosados reciben el nombre científico de Inia geoffrensis y viven principalmente en el río Amazonas, aunque también habitan en las aguas de los ríos Orinoco y Madeira, en Sudamérica. Pueden llegar a medir dos metros y medio, y a pesar unos 200 kilos. La ciencia no ha podido demostrar a qué se debe la coloración de su piel y barajan hipótesis como la adaptación al medio, la propia temperatura o la presencia de capilares. Lo que sí está claro es que nacen grises y van adquiriendo ese color característico con los años, por el desgaste.
Vienen de una familia distinta a los delfines marinos, de los que podrían haberse separado hace unos 15 millones de años. Su particular aspecto ha dado pie a infinidad de leyendas, siendo quizás la más extendida aquella que habla de que este animal, al que llaman también Boto, es una criatura mágica que puede transformarse en humano para convencer a hombre y mujeres de que se sumerjan en las aguas para visitar la ciudad encantada que está en el fondo del río.
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