El fraile e historiador Juan de Abreu Galindo situó la isla de San Borondón a 10º 10’ de longitud y 29º 30’ de latitud en el siglo XVI. Antes, en 1367, el veneciano Pizzigano la había dibujado en su mapa a poca distancia de El Hierro. Toscanelli hizo lo próprio en 1476 y el ingeniero Leonardo Torriani aseguró que había recorrido este islote alargado y salpicado de colinas durante el reinado de Felipe II. Fueron muchos los que atestiguaron que habían visto ese pedazo de tierra flotando en el Atlántico. Una ínsula que, si alguna vez realmente existió, se esfumó sin dejar rastro.
Por eso, San Borondón -o San Brandán, como se conocía a la isla en la cartografía medieval-, ha alcanzado la categoría de leyenda. Un mito al que los canarios le tienen un cariño especial por la magia que supone que el terruño flotante aparezca y desaparezca a su antojo entre la densa niebla o las capas de nubes. Precisamente ese fenómeno es el causante de que la hayan bautizado como la Innacesible, la Encubierta, la Perdida, la Encantada o la Non Trubada.
Cartografiada por primera vez a finales del siglo XIII en el Planisferio de Hereford, la última ocasión en la que se plasmó en un mapa fue en 1755, en la Carta geográfica de Gautier. Entre medias, una decena de planos recogieron su posición, a unos 220 kilómetros de La Palma en dirección oeste sudoeste, y a 550 de El Hierro rumbo oeste noroeste. Los últimos cálculos registrados avalaban que medía unos 480 kilómetros de largo y 155 de ancho, con dos grandes montañas a ambos lados.
A la caza de la isla errante
Aunque los más escépticos siempre han defendido que San Borondón era, en realidad, un efecto óptico por la acumulación de nubes o un fenómeno de espejismo, los marinos no escatimaron a la hora de fletar sus naves para ir en su búsqueda. Hasta ocho expediciones navales documentadas desde finales del siglo XV hasta entrado el siglo XVIII surcaron el océano para comprobar si existía aquella masa terrestre de la que hablaban las cartas antiguas. También, algunas de ellas, se toparon con ella por sorpresa.
De hecho, conviene resaltar, que la isla figura en documentos tan importantes como el Tratado de Alcáçovas, por el que España y Portugal se repartían en Atlántico. Se recogió entonces que San Borondón formaba parte del archipiélago canario. Fue 1570 el año en el que se documentaron más avistamientos. Así, el regente de la Real Audiencia de Canarias, Hernán Pérez de Grado, afirmó que había estado en sus costas perdiendo a parte de su tripulación en la isla.
También el portugués Pedro Vello relató cómo se había encontrado con la isla al verse obligado a cambiar de rumbo para refugiarse del temporal. Afirmó entonces que llegó a desembarcar junto a otros dos tripulantes que finalmente abandonó allí para poder salvar la vida. Parece que en el siglo XVI estaba de moda dejarse en tierra a los marineros. La última expedición oficial con rumbo a la isla fue la encargada por el Capitán General de Canarias, Juan Mur y Aguirre, al tinerfeño Gaspar Domínguez que regresó a puerto sin haberla visto.
San Brandán y la Isla Pez
La isla le debe su nombre al monje irlandés San Brandán el Navegante, un abad que evangelizó en las aguas del Mar del Norte a bordo de los llamados currach, una suerte de embarcaciones hechas de cuero con las que llegaron a los rincones más inhóspitos del planeta. Los escritos aseguran que este misionero llegó hasta lugares como las islas Feroes o Groenlandia, así que si alguien podía descubrir San Borondón era él.
El periplo que alimenta la leyenda, narrado en el Navigatio Sancti Brandan, recoge que fue otro monje el que le habló del lugar y le pidió que fuera allí a recuperar a su hijo. Así, acompañado de otros 14 hombres, se echó a la mar durante siete largos años hasta que hallaron la Isla Pez, un islote desprovisto de vegetación que emergía y se sumergía entre la niebla. Fue allí donde celebraron la Pascua.
El mito relata que, en plenos festejos, la isla se despertó de un rugido. Era, en realidad, el pez gigante Jasconius y fue este quien guió a San Brandán hasta el paraíso terrenal: la misteriosa octava isla canaria.
Grabada en vídeo en 2003
Durante el siglo XX la leyenda de San Borondón no cayó en el olvido. De hecho, en 1958, ABC publicó una imagen de la isla asegurando que había sido "fotografiada por primera vez". El texto, de Luis Diego Cuscoy, ahondaba en que "hace unos días, a los cinco años de su última aparición, la islita ha surgido a sotavento de La Palma, como antes, como siempre", localizando el avistamiento entre Tazacorte y Llanos de Aridane: "El afortunado fotógrafo, verdadero testigo de excepción, ha dejado fiel constancia del hecho. Uno más que ha creído en la realidad de esa tierra fluctuante", terminaba la crónica.
En este vídeo, subido a YouTube en 2008, sus autores aseguran que se trata del "primero, y de momento único, realizado a la isla de San Borondón en estos casi 2000 años de la existencia de la leyenda/fenómeno extraño". Explican que la cámara captó el islote sobre las 20:00 horas del 18 de octubre de 2003 "de forma casual cuando el autor salía para grabar un evento folclórico en la isla de Gran Canaria":
Aunque historiadores como José Gregorio González y profesores como Marcos Martínez Hernández, autores de Canarias mágica y el artículo Islas míticas en relación con Canarias, respectivamente, están convencidos de que la isla no es una realidad física, sí consideran que está tan arraigada en el imaginario colectivo que merece ser considerada una más del archipiélago.
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