Tranquilos, no hay spoilers en este artículo. Podéis relajaros, abandonar la rigidez habitual con la que ojeáis las redes sociales últimamente. Nada de lo aquí escrito os forzará a apartar la vista de la pantalla; más que nada, porque la que suscribe no ha visto ni un solo capítulo de Juego de Tronos. Un dato, supongo, absolutamente irrelevante para vosotros, pero que empieza a ser necesario reivindicar en estos tiempos en los que hay progenitores bautizando a sus hijas con el nombre de Daenerys con total impunidad.
Conviene aclarar que no tengo nada en contra de la serie, no voy a desear que ningún hacker haga desaparecer el último capítulo de los servidores de HBO para que tengáis que lidiar con el vacío existencial durante el resto de vuestras vidas. Simplemente, explicaré que no empecé a verla en su momento y, a medida que vosotros ibais dando la turra con ella, me daba más y más pereza. Me ha pasado algo parecido a lo que me ocurrió con Lost, solo que ahora es peor porque sois más que antes los que tenéis Twitter y Facebook.
Pues bien, hasta hace algunas semanas, las personas que vivimos en la inopia éramos felices. Como lo son aquellos a los que no les gusta el fútbol durante el mes de julio, cuando el primer partido de liga semeja lejano. Y, entonces, un lunes cualquiera: "Que a nadie se le ocurra poner nada de GOT porque todavía no lo he visto". Tu amiga, una persona a la que consideras normal -teniendo en cuenta la excepcionalidad de la normalidad en nuestros días-, lanzando esa especie de amenaza desde su perfil. ¿Desde cuándo esta mujer se ha hecho fan de los talent show?
Total, que sigues deslizando y ves que tu hermano, tu compañera de colegio, tu prima, tu psicólogo, y hasta tu tío el de Tenerife están a tope con Got Talent. Y te sientes como si hubieses amanecido siendo la protagonista de una película apocalíptica en la que solamente tú eres consciente de una vida anterior guiada por la razón. ¿Qué está pasando aquí? Como ya te da hasta vergüenza preguntarle a alguien porque todo el mundo parece emplear un código que tú no comprendes, recurres a él y ¡bum!:
Games of Thrones, señores y señoras. Que tu tío no ha pasado en su vida del hello pero ahora habla con naturalidad empleando siglas en inglés y es más moderno que tú.
Te resignas a que empiece la batalla. A que te queden semanas en las que tendrás que esquivar cientos de mensajes sobre la serie, discusiones entre amigos, alertas de spoiler, valoraciones como si el espíritu de Carlos Boyero los hubiese poseído a todos… Y, para colmo, te enteras de que esta es la última temporada. Recuerdas que, allá por el mes de marzo, un amigo te dijo que si empezabas a ver la serie entonces podrías llegar justo al estreno de los últimos capítulos. En tu cabeza surgieron de inmediato 1.637 planes que te apetecían más: "Creo que la veré cuando ya no habléis de ella", zanjaste.
De la vergüenza al orgullo
Escapar de las garras de los juegotronistas -llamémosles así, que tronistas a secas ya está cogido- es una empresa difícil, por no decir que imposible. Guardar el móvil en el bolsillo no garantiza nada e incluso los viernes de cañas con la pandilla se hacen insufribles. Ahí estás tú, birra en mano, esperando poder hablar de la semana, planificar quizás una escapada o, simplemente, discutir de política, relegada a una esquina de la barra mientras ellos ensalzan un capítulo que, por lo que pude pillar, iba sobre una batalla donde moría hasta el apuntador y que se veía como si fuese el Canal Plus codificado. El planazo para empezar el finde que todos deseamos, vamos.
Total, que te hacen una especie de bullying. Porque, digámoslo claro, han intentado llevarte con ellos a su secta y no lo han conseguido. Y eso, en el fondo, les fastidia. "¿Cómo no va a gustarte Juego de Tronos? ¡Pero si le gusta a todo el mundo!", te espetan antes de buscar con la mirada a algún aliado que asienta y ambos te miren con cierto atisbo de superioridad moral. Te sientes tan apartada que tienes que recordarte a ti misma la vergüenza ajena que sentiste al ver a los políticos que han usado las metáforas de la serie en campaña electoral. Te agarras a eso como a un clavo ardiendo y, acto seguido, partes en la búsqueda de alguien como tú en un mundo que parece escrito por Cormac McCarthy.
Pero allí estaban ellos, los que habían transformado la deshonra en vanidad. Los que habían salido del armario, la resistencia, benditos sean:
Ahora sí tenías las fuerzas suficientes para levantarte en el grupo de terapia a decir aquello de "hola, me llamo Marta, y no he visto ningún capítulo de Juego de Tronos". Al fin podías reconocer abiertamente que has fingido la risa en ocasiones porque no pillabas los chistes -"no eres tú, soy yo"-, o que, en lo más profundo de tu corazón te alegras de que en pocas horas vaya a acabar esta pesadilla.
Que sí, sabes que estarán durante semanas dándole vueltas al final de la serie. Pero también sabes, como te enseñó Lost en aquel lejano 2010, que lo más probable es que el desenlace no les guste y esa será tu venganza. Que las expectativas son tan altas que, ocurra lo que ocurra, será decepcionante para ellos. Y ahí estarás tú, en la esquina de la barra, con tu cerveza en la mano y tu sonrisa ladeada, esperando a que lleguen cabizbajos para abrazarles y decirles: "Si creíais que esto iba a tener un final feliz, es que no habéis estado prestando atención".
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