Tinder, el afterhours del siglo XXI. Un lugar en el que todo puede pasar, especialmente si no es algo muy normal. Es, muy posiblemente, la aplicación de moda que permite unir a dos personas con solo deslizar un puñado de fotos a la derecha. Ha tomado el mundo al asalto y hemos oído todo tipo de historias -incluso alguna relacionada con cacas voladoras-, pero posiblemente la más hilarante es la destapada por Francesca Mari en The Cut.
Nunca sabes a qué puede llevar preguntar las aficiones o el trabajo de un match: puedes estar hablando con un abogado o con una dominatrix profesional. Pero la misma Francesca asegura que no estaba preparada para la respuesta que recibió cuando le preguntó a Sean (nombre falso) por sus hobbies.
Llevaba un rato hablando con él. Habían comenzado hablando de una foto de él con un ordenador Macintosh de los 90, por lo que buena parte de la conversación giraba en torno a la tecnología. Sentía una gran admiración por los Phone Preaks, personas que entre los años 50 y 70 se dedicaban a comprender con profundidad los sistemas telefónicos, incluso logrando realizar llamadas no autorizadas.
La admiración por estas personas llevó a Sean a escribir "código" como hobby. Cuando Francesca le preguntó "¿qué código?" se destapó el pastel: un hack de Tinder. Y no uno cualquiera: uno que emparejaba a hombres heterosexuales haciendo que ambos pensasen que estaban hablando con una mujer espectacular.
Tinder para una amiga
No son pocas las personas que han arrastrado a un soltero o soltera a abrirse una cuenta de Tinder. La historia de Sean comenzó así, creando un perfil para su amiga Haley (de nuevo, nombre falso). La define como una versión "alta, oscura y mejorada de Kim Kardashian". Eligió varias fotos para que su amiga pareciese seductora, pero accesible. Y comenzó el juego.
Sean creó dos programas. El primero dio "me gusta" a 800 hombres sin ningún tipo de criterio (más o menos, igual que hacen los hombres con las mujeres). El segundo era más maquiavélico: unía a los hombres que daban match a Haley por el orden en el que lo hacían, pero haciendo que ambos pensasen que hablaban con Haley.
Este truco era devastador con un tipo de hombre: ese que todo lo que quiere hacer es quedar para tener un rato de sexo o una conversación calenturienta. Emocionados con que Haley se apuntase al carro ignoraban cualquier señal de que, de hecho, hablaban con un hombre.
Pronto Haley tenía absurdas conversaciones en su teléfono. "¿Está húmedo debajo de tus pantalones?", preguntó uno. "Tengo una erección, honestamente. ¿Te sorprende?", fue la respuesta. "¡Jaja! ¿Qué tienes una erección?", "Sí, una erección es parte de la excitación de una mujer". Y así 400 veces.
El hackeo de Sean cambiaba palabras como man (hombre) por woman (mujer) o pene por vagina. Pero era un sistema imperfecto, y por ejemplo, Manhattan era sustituido por Womanhattan. Eso sin contar palabras que definían claramente un género como erección o húmeda. Aunque eso no le molestaba, pensó que la situación tendría menos gracia sin estas pistas.
Aunque muchos ignoraban estos indicios, en alguna ocasión la conversación descarriló. Por ejemplo, uno se dio cuenta de que la persona al otro lado de Tinder se refería a sí mismo como "padre soltero". "¿Qué quieres decir con padre soltero? ¿Las fotos femeninas de tu perfil no son tuyas?" preguntó. La respuesta, con palabras cambiadas por el hackeo, fue de lo más inquietante: "No hay fotos femeninas en mi perfil, tengo barba y tatuajes. ¿Me confundes con otra persona? He mirado mi perfil y las fotos son mías y soy una mujer. Soy masculino, una mujer, tengo vagina y no una vagina".
"Si el sistema fuese perfecto no sería interesante", dijo Sean. "Necesitas el momento de la epifanía. Sin eso, no hay hilaridad". Francesca tuvo acceso a las conversaciones, donde encontró toneladas de ellas que empezaban con un "¿quieres tener sexo ahora mismo?" o cosas aún más explicitas y a todos les parecía bien. “Era una utopía de hombres heterosexuales quedando con hombres heterosexuales”. Algunos, incluso, iniciaron un juego sadomasoquista.
Alarma: hay dos hombres a punto de quedar
Tras semanas riéndose de las conversaciones, Sean recibió un mensaje alarmado de Haley: una conversación estaba a punto de derivar en una cita real. Aunque en un primer momento estuvieron tentados de espiar la cita, se dieron cuenta de que había un riesgo importante de que se descontrolara. ¿Y si uno de ellos pensaba que el otro se estaba mofando de él? Era relativamente fácil que el asunto se pusiera violento, por lo que empezó a deshacer los matches de forma manual.
También modificó su código para que cambiase los números de teléfono por otros con prefijo en el otro lado del país. En ese caos, las víctimas se dividieron entre los que pensaban que era otro fallo más en Tinder y quienes pensaban que la otra persona les estaba tomando el pelo. Nadie contemplaba la posibilidad de ser víctimas de la broma de un tercero.
Además, Haley, que en un primer momento se apuntó a la broma porque pensaba que Tinder era de pringados, considero que algunos hombres eran muy dulces tras leer algunas de las conversaciones. Uno, incluso, se sorprendió de que una falsa Haley le dijera que "estaba bueno".
Un trabajo gracias a la gamberrada
La idea original de Sean era recoger las frases que los hombres usaban para abrir una conversación a Haley, y a partir de ahí crear un algoritmo que crease nuevas frases y con ello crear un bot de Twitter. Sin embargo, comenzó a sospechar que Tinder debería tener una interfaz secreta que permitiese a terceros desarrolladores crear una aplicación para Windows Phone, ahorrando así los recursos propios que deberían invertir en un sistema que muy poca gente usa. Descubierta esta interfaz, se dio cuenta de que no le hacía falta el bot: podía conectar a gente de forma directa.
Sean explica que no desea ningún mal a los usuarios de Tinder, en aquel momento él estaba en una relación con una chica que había conocido por la aplicación, y no pensaba que las conversaciones entre sus víctimas pudieran llegar tan lejos.
Un año después de la gamberrada, Sean se presentó a un puesto de trabajo en una empresa tecnológica. Cuando el entrevistador le preguntó por sus hobbies, dio la misma respuesta que en su cita, explicando con pelos y señales su peripecia. Admirados por su imaginación y la capacidad por solucionar problemas, y sin ningún tipo de duda sobre lo ético de todo esto, le dieron el trabajo.
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