A finales del siglo XIX las mujeres toreras gozaban de una enorme popularidad en nuestro país. Eran numerosas las cuadrillas femeninas que tenían especial relevancia en novilladas, pero también primeras figuras como Dolores Sánchez la Fragosa, Ignacia Fernández la Guerrita o María Salomé, La Reverte. Las empresas se peleaban por contratarlas y su éxito empezó a molestar al sector masculino, aficionados y críticos. Algunos toreros, como Rafael Guerra Guerrita, llegaron a negarse a torear en las plazas donde había lidiado una mujer.
Empezó a fraguarse una fuerte oposición al toreo feminino, sobre todo al toreo a pie, y la maquinaria machista se puso en marcha. Comenzaron a ridiculizar y denigrar las corridas en las que participaban mujeres llegando sus críticas hasta el Gobierno que, por aquel entonces, dirigía Antonio Maura. La polémica se zanjó el 2 de junio de 1908 con una Real Orden emitida por el ministro Juan de la Cierva que obligaba a las mujeres a guardar en el armario su traje de luces. No volverían a coger el capote hasta 1934 con la Segunda República. El franquismo volvería a silenciarlas en el 61 hasta la llegada de la democracia.
Sin embargo, en aquellos tiempos oscuros de principios del siglo XX no todas las mujeres renunciaron a su profesión en los ruedos. Hubo, al menos, dos que desobedecieron: María Luisa Jiménez la Atarfeña -viuda del diestro granadino el Atarfeño y torera para preservar la memoria de su marido-, y La Reverte, que decidió pasar por un hombre bajo el nombre de Agustín Rodríguez.
La Reverte, una marimacho
Nacida en Senés, un pueblo de Almería, el 28 de agosto de 1878, recogen las crónicas que desde bien pequeña destacó por su fuerza y su imponente físico. No es de extrañar, entonces, que ya en su juventud le hubiesen colgado el tan manido (y machista) cartel de marimacho. Pero ella, lejos de ofenderse, se puso el mundo por montera e, inspirada por Las Noyas -una de esas exitosas cuadrillas de toreras de la época-, decidió ser matadora de toros.
En 1900 apareció lidiando novillos en Bilbao junto a La Guerrita y, tras el éxito, Madrid le abrió sus puertas para triunfar. Ese fue su año, con la crítica a su favor y llegando incluso a alternar con novilleros de renombre como Lagartijo y Machaquito. El crítico taurino El Enano comentó sobre ella en enero de 1899 que “estuvo muy valiente, pero yo no estoy por el feminismo en el toreo”.
La Correspondencia de España tampoco se cortaba en su artículo de noviembre de 1900 destacando que “es muy valiente y muy morena. Capea, banderillea, mata y salta la barrera como un hombre. Tiene mucha decisión, pero nada más”. El Toreo, en 1899, también dijo de ella que “demostró mucha valentía en la muerte de sus toros. Como dicen un colega de la corte, nos ha demostrado que es una mujer con toda la barba”.
¿Un hombre o una mujer?
Pero su popularidad no tenemos que buscarla solamente en los ruedos, sino en su desobediencia tras la prohibición de 1908, cuando decidió ser Agustín Rodríguez. Aquel 2 de junio los gobernadores civiles recibieron un telegrama de Juan de la Cierva, ministro de Gobernación: “La opinión pública ha protestado en varias ocasiones contra la práctica que va introduciéndose en las plazas de toros de que algunas mujeres tomen parte en la lidia de reses bravas. Esto constituye un espectáculo impropio, opuesto a la cultura y a todo sentimiento delicado. Por eso dispongo que, en lo sucesivo, no se autorice función alguna de toros en que estos hayan de ser lidiados por mujeres”.
Justamente, La Reverte iba a torear en la plaza madrileña de Tetuán y la prohibición le indignó hasta el punto que interpeló un recurso contencioso-administrativo contra la Real Orden, pero no prosperó. “Que el señor De la Cierva me dé una credencial de hombre y yo seguiré toreando como pueden hacerlo los hombres, pues soy tan capaz como el que más”, dijo ella en esta reseña recogida por ABC.
Con la negativa bajo el brazo, dio la campanada afirmando que, en realidad, era un hombre y llevaba todo este tiempo haciéndose pasar por mujer. Con su nuevo nombre siguió toreando, pero los éxitos menguaron y la polémica siempre le acompañó. ABC, de hecho, se preguntaba en 1911 qué género tenía en un artículo titulado Cambio de sexo: “Lo que podemos afirmar nosotros es que la vimos torear una vez en la plaza de Madrid y advertimos en ella un valor grande al estoquear dos novillos con respetable cornamenta, una agilidad impropia de una mujer para correr y saltar vallas, así como una resistencia física que no es común en los individuos de sexo débil”.
Acabó retirándose de los ruedos y murió cuando trabajaba como guardiana en una finca de Vilches en 1945. No volvió a vestirse de mujer nunca más. Es por ello que todavía hoy en día la duda sobre el sexo de La Reverte sigue en el aire: si mintió para triunfar como mujer lo que tendría más complicado como hombre o, tal vez, si como se pensó optó por simular ser un varón para esquivar la prohibición.
Su partida de nacimiento, que podía arrojar algo de luz, se quemó durante la Guerra Civil, así que no se pudo verificar ni desmetir su historia. Sin embargo, hay quien no descarta que haya sido una persona transexual. Sea como fuere, lo que sí demostró La Reverte fue que era capaz de todo por derribar barreras sin rendirse para alcanzar su sueño de ser matadora.
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