6 de junio de 1945. Las redes de información alemanas empiezan a recibir información de movimientos aliados en las costas de Normandía, tanto buques de guerra como operaciones de aviación, incluyendo paracaidistas. Los nazis llevaban semanas esperando el ataque, estaban preparados para la situación, y estos primeros informes confirmaban las predicciones. El ataque principal llegaría sobre Calais, el punto en el que las costas francesas y británicas estaban más cerca. Antes habría una ataque de distracción en el punto más lejano del canal: Normandía. Para cuando los alemanes se dieron cuenta de que ese era el verdadero ataque y que la distracción era Calais, era demasiado tarde. Americanos, británicos y canadienses habían logrado poner pie en el continente, atrapando al Tercer Reich en una pinza con los soviéticos, obligándoles a luchar en dos frentes, precipitando el final de una guerra que hacía tiempo que tenían perdida.
La operación Overlord es la mayor operación anfibia jamás realizada, una maniobra casi imposible que solo podía salir bien de una forma y se podía ir al traste de infinitas maneras. Para que se pudiera llevar a cabo, el desembarco debía ir precedido del mayor engaño de la Historia, la operación Fortitude. Los aliados pusieron en marcha una maquinaria de contrainteligencia como nunca antes se había visto. No solo con el objetivo de que los alemanes centrasen su atención en Calais, también les hicieron pensar que se planeaba un desembarco en Noruega (estacionando un falso IV Ejército Británico en Escocia) y en el Mediterráneo, mandando a un actor a Gibraltar y Argel para hacerse pasar por el General Montgomery.
Pero lo más importante era que los alemanes centrasen sus atención en Calais. Los alemanes habían construido el llamado Muro Atlántico, unas fortificaciones que llegaban desde Noruega hasta Vizcaya. Rommel, encargado de la defensa, consideraba fundamental poder ejecutar un contraataque rápido, ya que si los aliados lograban tomar las playas, su inferioridad aérea -en este punto de la guerra, la Luftwaffe estaba ya muy mermada- haría casi imposible poder recuperarlas. Por eso fue fundamental que los efectivos alemanes quedasen muy repartidos, incluso teniendo en cuenta que buena parte de sus mejores tropas estaban en el frente ruso. Y se logró: solo una divisiones Panzer de las que disponía para la defensa del norte de Francia se destinó a Normandía, las otras dos fueron a Calais. El resto por decisión de Hitler, se quedaron en París.
Joan Pujol García, el hombre que odiaba a fascistas y comunistas
Nacido en Barcelona en 1914, Joan Pujol García era hijo del dueño de una fábrica de tintes, vivió de primera mano las atrocidades de ambos bandos de la Guerra Civil española y sus aliados. Su madre y su hermana fueron capturadas por agentes republicanos y fueron acusadas de ser contrarrevolucionarias, aunque más tarde pudieron ser liberadas. Fue llamado a filas por la República, pero se negó y se escondió en casa de una novia.
Finalmente fue detenido por la policía, pero el grupo tradicionalista Blanco Socorro lo liberó. Se creó una identidad falsa y se unió al ejército republicano con la idea de desertar cuando tuviese la oportunidad. Esta llegó durante la batalla del Ebro, pero el ejército rebelde no le recibió como esperaba. Su simpatía hacia la monarquía no era bien vista por su coronel, de ideas más bien fascistas, que le llegó a mandar al calabozo.
Esto le llevó a odiar profundamente tanto a los fascistas nazi como a los comunistas. Al poco de terminar la guerra conoció a la que sería su primera mujer Araceli González, con quien tuvo un hijo, Manolo.
Alaric, el hombre se ganó la confianza de los nazis
Cuando estalló la II Guerra Mundial se dirigió a la embajada británica en Madrid, donde trabajaba de gerente en un hotel, para ofrecerse como espía. Los ingleses le rechazaron, por lo que optó por el plan B: crearse una identidad falsa, la de un fascista fanático, con un pasaporte falso gracias a un impresor que trabajaba para la embajada española en Lisboa.
Se dejó reclutar por Karl-Erich Kühlentha, el jefe de estación de la Abwehr, el servicio de inteligencia alemán, en Madrid, le dieron un curso rápido de espionaje, equipo y algo de dinero para que se pusiera a trabajar con el nombre clave de Alaric. Y lo hizo, pero no como los alemanes esperaban.
Se instaló en Lisboa y fingió estar en el Reino Unido, reclutando una red de espías. Él no lo sabía, pero el MI5 había estado siguiendo sus pasos después de que sus falsas informaciones consiguieran que la Marina alemana invirtiera notables esfuerzos y recursos persiguiendo un convoy que solo existía en los informes de Alaric.
Garbo, el auténtico tercer hombre
Así cuando en 1942 llegó, de verdad, a Londres y volvió a ofrecer sus servicios a la inteligencia de su majestad, fue aceptado. Garbo, como le conocían los británicos, mezclaba información verdadera de escaso valor estratégico y falsa para ganarse la confianza de la Abwehr. Su tapadera estuvo a punto de volar por los aires en alguna ocasión en que los alemanes le interrogaron por qué su, supuestamente, magnífica red no había podido avisar de algunas operaciones aliadas. Garbo llegó incluso a publicar una esquela falsa para justificar la enfermedad de un agente que nunca existió y manipuló matasellos para echar la culpa al servicio de correos de que la información le había llegado demasiado tarde.
Gracias a que los británicos, liderados por Alan Turin, lograron descifrar los mensajes cifrados por la máquina Enigma de los alemanes, pudieron saber que la información facilitada por el catalán era considerara como verdadera por los alemanes. Así, fue uno de los elegidos para hacer llegar a los alemanes el aviso de que el objetivo principal del ataque aliado sería Calais. Para dar más credibilidad, también facilitó información sobre el ataque a Normandía, pero lo hizo a última hora, para que los alemanes no pudieran reaccionar de forma efectiva, y haciéndolo pasar por una maniobra de distracción.
Tuvo tanto éxito que buena parte del mando alemán y el propio Hitler seguían pensando que el ataque sobre las playas normandas era una simple diversión y que el ataque principal sobre Calais estaba todavía por llegar, retrasando el rápido contraataque que Rommel veía tan importante. Para ello, Garbo envió un mensaje el 9 de junio, tres días después del inicio de la operación, que llegó a manos del propio Hitler, en el que anunciaba que los aliados tenían 75 divisiones cuando en realidad apenas tenían 50. Anunciaba también que 150.000 hombres más esperaban en Gran Bretaña al mando de Patton para iniciar un segundo ataque.
Unos días después, se interceptó un mensaje en el que los alemanes aseguraban que toda la información proporcionada por Arabel -como los alemanes llamaban a la inexistente red de 27 espías que informaban a Alaric- habían sido "confirmadas sin excepción". En realidad, lo que vieron los aviones espías alemanes eran maniquíes y tanques inflables, pero vistos a gran altura, junto a la información de un espía de gran credibilidad, fue suficiente para perpetuar el gran engaño.
Para cuando terminó la II Guerra Mundial, Joan Pujol era de las pocas personas que habían sido condecoradas por ambos bandos, pudiendo colgar de su pecho tanto la la Cruz de Hierro alemana como la Orden del Imperio Británico.
El hombre que murió dos veces
Habiendo cobrado de ambos bandos -siendo los alemanes quienes, paradójicamente, le pagaron mejor que los aliados: cerca de 340.000 dólares de la época-, Garbo logró reunir bastante dinero durante la contienda. Pero ser responsable en buena parte de la caída del Tercer Reich no es algo que dé mucha tranquilidad para vivir en paz. Temiendo que los supervivientes del régimen pudieran querer vengarse, se mudó a Angola con ayuda del MI5, y allí en 1949 murió a causa de la malaria.
Solo que, en realidad, no murió. Ni su exmujer, de quien se divorció poco antes de viajar a África, ni sus hijos, ni siquiera la inteligencia británica sabían que en realidad todo era una farsa y que se había trasladado a Venezuela, donde puso varios negocios -desde una librería hasta un cine- y se volvió a casar. Allí se casó de nuevo, donde su nueva mujer y sus dos hijos se reían de sus constantes bromas sobre que había sido un espía en la II Guerra Mundial.
En 1984 Nigel West, un escritor británico especializado en novelas de espías, se fijó en la figura de Garbo y se sorprendió de su muerte, inmediatamente después de la guerra, y tan propia de una novela -de una enfermedad tropical en una localización exótica-, no se la creyó y decidió investigar, encontrándolo vivo en Venezuela. Tras esto volvió a Reino Unido donde fue recibido con honores por el Duque de Edimburgo. También volvió a Barcelona, donde se reencontró con los dos hijos que, durante cuarenta años, le habían creído muerto.
Murió en Caracas en 1988 con 76 años y se le enterró en Choroní, donde había vivido. Esta vez de verdad. O eso se cree.
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