Pocas cosas hay en esta vida más satisfactorias que llegar a la plaza del Obradoiro después de haber finalizado el Camino de Santiago. Los peregrinos se emocionan, se abrazan, se sacan miles de fotos y se tumban en la piedra para sentir la sensación de que la fachada de la catedral se les viene encima. El ritual es casi idéntico en todas las personas que completan al menos los 100 últimos kilómetros de la Ruta Jacobea para llegar a la capital gallega y visitar la tumba del apóstol.
Sin embargo, ahora una nueva moda amenaza con deteriorar el entorno del famoso templo compostelano: los peregrinos están llenando la escalinata principal de la catedral con decenas de objetos que depositan a modo de ofrenda, pero que acaban convirtiendo la zona en un auténtico estercolero. Así lo ha denunciado en Twitter el profesor de la Universidad de Santiago, escritor y divulgador, Manuel Gago.
Compartiendo tres imágenes, que después difundiría también la Red de Patrimonio Cultural de Galicia, mostraba cómo todo tipo de objetos se agolpaban en unas de las escaleras más fotografíadas del país. Gago tildaba lo sucedido de "ofrendas julays" y lamentaba la "sorprendente falta de educación patrimonial", dirigiéndose además a los responsables para decirles que su "rollito no justifica ensuciar un monumento".
En las imágenes se pueden ver chalecos reflectantes, peluches, piedras, pañuelos, ropa e incluso crema para curar ampollas, todo un muestrario del día a día de los peregrinos que, en todo caso, debe ir en el interior de una mochila y no quedarse en Compostela para la posteridad si no es en un contenedor de basura. El tuit de Gago despertó la indignación de las redes y han sido muchos los críticos con este comportamiento.
Al día siguiente de su publicación, este mismo miércoles, el profesor informaba de que las ofrendas ya habían sido retiradas "discretamente" por la noche y lo hacía adjuntando otra fotografía de la fachada vacía. Eso sí, habían colocado en su lugar un cono rojo señalizando una prohibición que, en ausencia del cartel correspondiente, parece un poco insuficiente. De hecho, los servicios de limpieza han verificado que retiran este tipo de objetos con frecuencia, con lo que sospechan que se trata de una moda que ha salido de foros o redes sociales de turistas.
Aunque ensuciar la catedral es el culmen del despropósito ―sobre todo teniendo en cuenta que su fachada acaba de ser restaurada después de ocho años de trabajos y la rejería data de 1791—, lo cierto es que no es el único lugar atestado de este tipo de ofrendas inquietantes. Todo el recorrido del Camino, sobre todo el Francés, está repleto de piedras que se acumulan en los mojones, pegatinas, pañuelos, ropa, botas y bastones abandonados a su suerte por alguna extraña razón que se nos escapa.
También Fisterra, el pueblo costero al que muchos peregrinos acuden a pie desde Santiago una vez rematado el itinerario principal, padece las consecuencias de estas modas. Allí son muchos los que deciden quemar sus botas u otros objetos para simbolizar el final de su ruta, llegando a provocar incendios en las inmediaciones del faro y una acumulación de basura incompatible con un paraje natural como ese.