En el aula de formación del campus Bocalán Madrid, un centro de adiestramiento de perros situado en mitad de un secarral de Aranjuez (Madrid), suena ACDC mientras veinte alumnos siguen las indicaciones del profesor para intentar que los animales cumplan sus órdenes. Lo llamativo es que el único can presente en la sala es el fotografiado en varios carteles que adornan la sala. Aquí, los futuros ‘encantadores’ de perros utilizan gallinas para adquirir las habilidades para adiestrar: “El proceso de aprendizaje es igual para todos, no importa el tipo de animal”, matizan.
“Puede parecer raro pero las gallinas son modelos perfectos para trabajar este aspecto. Son animales rápidos en el aprendizaje y muy sensibles a las órdenes”, afirma el director del curso Teo Mariscal, una referencia a nivel mundial en el mundo del adiestramiento. Según explica, el curso nace inspirado en un método de trabajo que utilizaba el psicólogo Skinner y que se servía de estas aves “muy receptivas” para estudiar procesos de conducta.
Se trata de un programa de entrenamiento intensivo en el que 20 alumnos sientan las bases necesarias para convertirse en educadores caninos. El curso hace énfasis especial en disciplinas de aprendizaje animal, modificación de la conducta y obediencia deportiva y comercial. Además, los estudiantes participan en talleres relativos a otras áreas de adiestramiento como el de perros detectores, de asistencia, búsqueda y rescate.
“Es un curso intensivo de verano en el que se forman a futuros adiestradores de perros que está dirigido a los amantes de los animales, a aquel que vea en ello una futura profesión o a aquel que quiere mejorar o ampliar conocimientos”, dice el responsable de la formación.
"Pica en el naranja"
En la segunda jornada del curso, a la que asiste EL ESPAÑOL, los alumnos intentan que las gallinas (que hace sólo un par de días andaban en completa libertad por la finca) se dirijan a un punto concreto -y muchas de ellas lo consiguen- o que estas piquen sobre una tarjeta de un determinado color -otras, esta vez menos, también lo logran-.
El alumno coloca a la gallina en una mesa completamente despejada y cubierta con un mantel de papel blanco. Con un cazo lleno de pienso y un clicker (un sucedáneo de silbato) en la mano intenta que la gallina pique sobre un target (una especie de diana de cartulina con un punto en el centro). Si lo hace correctamente, suena el sonido del clicker e inmediatamente después el ave es recompensado con un poco de pienso. Y vuelta a empezar.
“Con las gallinas es todo mucho más rápido, en un sólo día de trabajo las hemos enseñado a dirigirse a un punto concreto y picar donde nosotros queramos que lo hagan. Lo hacemos sobre la mesa, pero si colocamos el target en cualquier punto de la sala, el animal irá hasta allí”, analiza Mariscal, quien dice que su modelo se caracteriza por contar con un enfoque metodológico “claro” basado en el análisis conductual aplicado. “Nada de lo que hacen los animales (o seres humanos) se hacer porque sí, todo tiene su función”. En el caso del ejercicio concreto para las gallinas, comer pienso.
Tras una sesión teórica sobre cómo enseñar a los animales cómo discriminar, el ejercicio para las gallinas sube de nivel. Ahora, con dos tarjetas sobre la mesa, una verde y otra naranja, tratan de que el picotazo sea en la cartulina naranja. Si es así, de nuevo, suena el clicker en el momento exacto en el que el pico toca el papel e inmediatamente después, son recompensadas. “Así reforzamos la conducta”, enseña el profesor a sus pupilos.
Sin enturbiar el proceso
También se esfuerza en corregirlos: “Lo que realmente le tiene que dar la clave a la gallina de dónde tiene que picar es el color, no puede ser la proximidad o la posición de la tarjeta”, les explica mientras coloca las dos cartulinas a la misma altura de la mesa y con la misma orientación. “No podemos enturbiar el proceso, tiene que estar situadas idénticas, sobre todo el proceso de aprendizaje. No puede variar ningún estímulo más allá de lo que es color”, insiste Mariscal.
Nada. Incluso la postura del alumno mientras realiza el ejericicio. “Si tiene una postura determinada que anticipe que va a reforzar el comportamiento como el ademán de darle de comer, la gallina (o cualquier animal) lo identifica como un anticipo y por tanto va a parar el comportamiento que queremos que haga”. “Hay que mantenerse lo más hierático posible y solamente reaccionar a las conductas esperadas”, analiza.
Tras las primeras jornadas teóricas y prácticas, los alumnos pasan a trabajar ya con perros. Algunos asisten con el suyo propio y otros se valen con los que la Fundación tiene en su finca madrileña de 30.000 metros cuadrados y que cuenta con cinco pistas de entrenamiento, naves cubiertas dedicadas al campo de la detección y aulas de formación.
En esa “transición”, que Mariscal califica de “no muy traumática”, se repiten “exactamente los mismo procesos”: “Lo único que varía son los cerebros de los animales -hay unos que son más grandes o más pequeños, con mayor capacidad o menor, o más o menos primitivos-, pero el proceso de aprendizaje es el mismo”. “Es lo que queremos transmitir a lo largo de toda la formación”, recalca Mariscal.