Todos los estudiantes de los institutos madrileños comenzarán el próximo 13 de septiembre las clases. Casi todos. Guille, de 14 años y con síndrome de Asperger, a cinco días de la vuelta al cole aún no sabe cuál será su pupitre. Lleva seis meses sin escolarizar después de que su madre decidiera sacarlo del instituto debido al acoso escolar que sufría. Desde entonces, la lucha de sus padres por conseguir una plaza cerca de casa “para favorecer su independencia y desarrollo” se ha convertido en “una auténtica pesadilla” burocrática y una retahíla de noes por parte de la administración.
El joven llegó el pasado curso al madrileño colegio de La Milagrosa para empezar la Educación Secundaria Obligatoria. El complicado trance que pasan todos los alumnos al saltar de Primaria a la ESO se sumó el cambio de centro educativo debido a unos primeros episodios de bullying. “Iba al colegio con las manos en los bolsillos intentando ser invisible para no ocupar el lugar físico que le corresponde y que no se le viera, ni se metieran con él”, explica su madre Sonia Sanz.
Expulsado por ser acosado
A Guille le diagnosticaron síndrome de Asperger -un trastorno del espectro autista- en febrero, pero en septiembre del pasado año ya contaba con una discapacidad reconocida del 34%. Entonces, en una clase ordinaria pero con apoyo, comenzó el instituto siendo víctima del acoso, según el relato de madre: “Nada más empezar le pegó un compañero, pero desde el centro le dieron la vuelta a la situación que fueron expulsados agredido y agresor. No tuvieron reparos en expulsar a un alumno con discapacidad, que no juega en la misma liga”.
Empezaron entonces la petición de tutorías, las reuniones con la dirección del centro e incluso el contacto con el inspector educativo de la zona para intentar solucionar la situación. Mientras, en clase seguían los insultos diarios. Del “cerebro vacío” al “tonto” pasando por, incluso, “maricón”. También los empujones y las collejas, pero siempre a espaldas de los profesores. Un calvario diario que terminaba sólo cuando sonaba el timbre y podía volver a casa. Allí, su evasión: pintar dinosaurios que se comían a sus compañeros agresores.
Desde el colegio, que siempre han negado el acoso, se repartían las responsabilidades de los conflictos a partes iguales. Hasta tres veces fue expulsado Guille del colegio una semana en unos meses -”durante diciembre, entre el puente y las vacaciones estuvo en casa 15 días”, recuerda su madre-. “Es más fácil expulsar al supuesto problema que educar a 28 en el respeto”, denuncia la madre, quien explica -casi excusándose- que su hijo “no tiene madurez”, que el Asperger “se caracteriza por la falta de habilidades para manejar las situaciones”.
A veces, el acoso que denuncia Sanz no sólo venía por parte de los compañeros, sino “también por parte de los profesores”. “No querían que estuviese en el colegio cuando se enteraron que yo estaba moviéndome para remediar la situación”.
-¿Y cómo se manterializaba ese supuesto acoso?
-Me llamaban continuamente. Por todo para que me lo llevase a casa. “Ven a por Guille que he tenido un brote y no puede pasar a clase”. “Ven a por Guiller que le ha salido una dermatitis”. “Etcétera, etcétera…”.
Y la situación estalló en Marzo. Tal y como relata Sanz, su clase se iba de excursión y recibió una llamada del cuerpo docente informándole que su hijo no podía asistir a la salida escolar. “‘Porque tiene un ritmo lento’, me dijeron y luego subieron a Facebook fotografías de todo el curso durante la excursión en las que se veían a compañeros con un grado de discapacidad más alto que Guille”, rememora.
Fue en ese instante cuando decidió su desescolarización. A falta de un trimestre para que terminase el curso tocaba empezar a buscar un aula para el curso que ahora empieza. Su escolarización debería ser en un colegio ordinario con un aula TEA (Trastorno del espectro autista) de cinco niños con el mismo diagnóstico que él en las que se cuenta con todo tipo de apoyo para estos alumnos incluído el integrador social.
La Comunidad no ofrece un aula especial
Antes de que finalizara el curso 2015-2016 la Comunidad de Madrid le ofertó a la familia hasta dos centros para que Guille volviese a clase, pero en ambos casos ninguno contaba con el aula especial. “La Comunidad me ha reconocido que no ha reconocido que no hay recursos y ha permitido que mi hijo esté sin escolarizar hasta la fecha”. Por eso, la madre no aceptó en ningún caso: “No lo puedo meter un aula ordinaria, en la boca del lobo”.
Durante estos meses Guille ha seguido un temario, que ha elaborado su madre, basado en la escritura y las matemáticas y que ponía en práctica cuatro horas al día -dos durante la mañana y el resto por la tarde-. Hasta que a finales de agosto sonó el teléfono de nuevo con una posible solución que tampoco ha convencido a la familia. Un colegio en el madrileño barrio de Vallecas: “Necesitamos coger el metro y además un autobús con trasbordo. Eso no lo puede hacer Guille solo, no tiene la suficiente autonomía”.
Sanz demanda una plaza que no llega en el aula TEA del colegio Lourdes de Carabanchel, un centro concertado que según su página web “da respuestas a las cambiantes demandas formativas de la sociedad, desarrollando las capacidades, la autonomía personal y creatividad que permiten al alumno seguir aprendiendo a lo largo de su vida”. No está al lado de casa. De hecho, según explica, su hijo debería coger un autobús, pero la parada está cerca de casa y no existe trasbordo. “Favorecería su independencia”, afirma.
La familia no pierde la esperanza, quiere que Guille vuelva a preparar todos los días su mochila y poder acudir a clase atendiendo a sus necesidades especiales. “No sé lo que va a pasar. Estoy alucinando”, sentencia.