“Vale por una inscripción en el club de tenis de mesa Hispalis”. Este es el mensaje que Gonzalo Rodríguez se encontró un 6 de enero de hace cuatro años escrito en una pelota de pingpong: su “mejor regalo” de Reyes Magos. Cumplió su sueño de comenzar a entrenar un deporte que no entiende de la enfermedad rara que ataca a los músculos de sus piernas -y a su movilidad-. Y cumplió con sus Reyes Magos al seguir rompiendo barreras, al levantarse tras cada caída y al alzarse con el título de campeón de España de tenis de mesa en su categoría.
Este sevillano, que está a punto de cumplir 19 años, nació de manera prematura después de que su madre Pilar estuviese ingresada dos meses durante el embarazo debido a las complicaciones de este. Tras los primeros siete meses de vida, tal y como recuerda su madre, llegó la falta de equilibrio y de control postural. El diagnóstico: paraparesia espástica. Y por llamar las cosas por su nombre:
Dos palabras que esconden un desorden neurológico que impide el desarrollo de los músculos de las piernas.
Dos palabras que afectan a unas 5.000 personas en España.
Dos palabras que no tienen cura.
“La vida no se puede basar en llorar por lo que no tienes, sino de potenciar aquello que sí posees”. Este mensaje -con más o menos literalidad- lo escuchó Pilar González hace sólo un par de meses en un programa televisivo y no se le olvidará “jamás”. Una frase que dice resumir la manera en la que ha educado -junto a su familia- a su hijo y que corrobora su marido Manuel Rodríguez. Según explica este, desde que Gonzalo empezó a comprender su situación, le han transmitido que su discapacidad hay que tomarla como algo “totalmente natural”: “Hay que adaptarse a las limitaciones de cada uno”.
“Que Gonzalo moviera las piernas”
Este ingeniero sevillano admite que su obsesión siempre ha sido “que Gonzalo moviera las piernas”. En esa búsqueda del logro -horas y horas de rehabilitación mediante-, Manuel recuerda cómo ha llegado hasta a adaptar los pedales de un pequeño triciclo para que los pies de su hijo quedasen fijados y pudiese jugar con él: “Me las apañé con dos tablas en los pedales y muchas horas de pruebas”. Su padre Manuel recuerda cómo desde una muy temprana edad su hijo sentía “pasión” por todo tipo de deportes “aún con sus limitaciones”: “Cualquier patada que le daba al balón era como si hoy Cristiano Ronaldo marcase un gol o Messi hiciese una de sus filigranas”.
Y llegó el pingpong. Un deporte en el que, tal y como reconoce el propio Gonzalo, se inició tarde. Fue a los 12 años cuando en el pueblo de sus padres comenzó a practicarlo con un amigo. Allí se dió cuenta de que “no era tan malo”. Así que sus padres le regalaron una red de tenis de mesa, que paseó de un lado para otro durante 12 meses hasta que los Reyes Magos le dejaron bajo el árbol una inscripción en la escuela del club Hispalis de Sevilla. Allí entrena desde entonces por la tardes: “Me exigen como a uno más y eso me ayuda a superarme”.
“Gonzalo fue el primer deportista con discapacidad que llegó. Vino como un jugador base, sin tener ninguna noción del deporte y fue aprendiendo biomecánica y técnica. Luego, habilidades tácticas para cubrir sus debilidades físicas con un esquema de juego que le ha hecho ser muy competitivo gracias a su rapidez”, analiza su entrenador y presidente del club, Juanjo Mora.
Si es preguntado por las mejores cualidades de Gonzalo, responde que su amor propio, su capacidad de superación, su lucha y la falta de complejos. “Dirige calentamientos físicos de sus compañeros y siempre ha sido un referente. Es un chaval muy positivo y nunca ha puesto ninguna pega”, asegura Mora, quien está al frente de un club relativamente joven que cuenta con 16 equipos federados y más de 80 jugadores en la misma situación. Entre los jóvenes, ocho jugadores con discapacidad -que reciben el respaldo económico de la Fundación Ayesa, que son campeones absolutos en Andalucía.
Campeón de España
Horas de entrenamiento, tardes de sacrificio y creer que se puede conseguir. Esa es la fórmula maestra de Gonzalo, que le ha llevado a lograr ser campeón de España de tenis de mesa en su categoría. Un hito inesperado para sus padres y para el entrenador, pero no del todo para el jugador, quien sabía que podía lograr la final y decidió faltar a la boda de una prima -”casi hermana”- por jugar el último partido. “Fue una gran recompensa al trabajo realizado”, dice.
“Empecé a andar muy tarde. Primero con un andador y una férula en los pies, luego con la ayuda de unas muletas y ahora sin nada. Muchos batacazos y muchos golpes de por medio, eso sí, pero yo siempre he sido un chico echado pa’ lante y nunca me he puesto obstáculos. Si cualquier persona lo puedo hacer, yo también”, resume este estudiante de 1º de Administración y Dirección de Empresas.
La parte dulce. O la menos amarga de un camino en el que también se ha encontrado con el “tú no podrás hacerlo” y al que siempre ha respondido con un “el obstáculo se lo pone uno mismo y no la discapacidad que tú tengas”. Algo que le han inculcado sus padres desde pequeño. Su madre, que dice que debido a su timidez pocas veces le ha contado si ha recibido algún tipo de insulto, recuerda un consejo que dió:
“Gonzalo, si a ti algún día te llaman cojo no pasa absolutamente nada. Si cojo es la persona que no tiene coordinación a la hora de realizar su marcha, tú lo eres. Pero no pasa nada porque no quiere decir que no puedas conseguir lo que te propones. La gran persona es aquella que tiene unos grandes valores”.
Con un buen puñado de ellos a sus espaldas, Gonzalo ahora no escatima en metas y sueña con poder jugar al tenis de mesa en unos Juegos Paralímpicos. “Los próximos no, que no me da tiempo”, admite el joven. Los siguientes ya no los descarta: “Lo voy a intentar”. “Como todo”.