"Creo que fueron cinco o seis médicos. Se acercaron mirando al suelo. En una sala me explicaron que no habían podido salvar su vida. Empecé a a llorar, no entendía". El hijo de Mario vivió veinticinco minutos. Su mujer, dormida en la sala de reanimación. "Cuando se despertó, me abracé a ella. Creo que yo seguía llorando. ¿Dónde está mi bebé? Repitió varias veces la pregunta. Entonces se lo dije".
Han pasado nueve meses desde aquel 3 de julio de 2016 en el Hospital 12 de octubre. A Mario le dijeron que su hijo murió por culpa de una patología no diagnosticada de origen desconocido. Le aconsejaron que solicitara la autopsia judicial. Veinte días más tarde, una respuesta radicalmente distinta: "Muerte violenta y accidental debida a una hemorragia en el cráneo". El caso, en los tribunales. Según el abogado de Mario, Carlos Sardinero, ya han declarado tres ginecólogos y una matrona. "Todos ellos reconocen no ser capaces de dar una explicación coherente de lo sucedido".
Este periódico se ha puesto en contacto con el centro hospitalario: "No podemos hacer declaraciones sobre casos en procesos de instruccion". Aunque matizan: "Ha habido quien ha hablado de un golpe, pero ese extremo no lo recoge el informe forense". Es cierto, es la tesis de Mario y su abogado: "En el parto no se utilizaron palas, fórceps, ni ventosas, solamente el bisturí. El golpe nos parece lo más plausible". Cuando es el letrado el que toma la palabra, Mario está de pie, con la mirada perdida en el suelo.
"Sólo queremos la verdad"
"Quiero saber qué ocurrió, necesitamos una respuesta". Mario, de 36 años y natural de Illescas (Toledo), se sienta en la sala de reuniones del despacho de su abogado. Sandra, su mujer, "está destrozada" y "no ha podido venir". Ha emprendido la vuelta a la vida hace poco: "Ya trabaja, aunque cuando vuelve a casa repite que no hay hora en la que olvide la muerte del pequeño".
Está algo nervioso. Ni siquiera se ha quitado la chaqueta. "No sé cómo decirte... Estoy roto, pero roto por dentro, de verdad". Mientras contesta, deja las llaves y la cartera sobre la mesa, de un vidrio opaco.
El día del parto
2 de julio de 2016. Mario y su mujer pasan el sábado en Madrid. Dan un paseo después de cenar. Les han dicho que andar es bueno para el parto. "De repente, rompió aguas, nos pusimos nerviosos y fuimos al Hospital 12 de octubre, aunque el de referencia lógicamente era el de Toledo".
"Nos atendieron bien. Dijeron que en tres o cuatro horas estaría solucionado". Ya en la sala de dilatación, Mario y Sandra conocieron un primer obstáculo, aunque corriente, salvable. "El niño venía de cara, mirando hacia arriba".
A las ocho de la mañana, tomó el relevo otro ginecólogo. "Se refirió al parto en clave de normalidad. Estábamos cansadísimos. No habíamos dormido en toda la noche". Hacia las dos, se pinchó la cabeza del niño para testar su nivel de oxígeno. "Todo estaba bien".
A las seis y media se decidió la cesárea. El niño, que se llamó Mario, como su padre, no había cambiado de posición.
"Pasaba el tiempo y no salían del quirófano"
En este punto, las reflexiones son más largas, más confusas. A veces, Mario vuelve sobre algo que ya ha contado. Se acerca a ese momento que dice “no olvidar” y recordar “casi tal y como sucedió”.
“En media hora salimos”, le dijeron los médicos antes de entrar a quirófano. Empezó la angustia en el pasillo, limitado por esas puertas abatibles que a veces se abren con el empujón de las camillas.
Mario caminaba de un lado a otro. Siempre de pie. De vez en cuando se acercaba a la puerta y la entornaba. Echaba un vistazo dentro. Cuando “ya no podía más”, cruzó el umbral y pidió explicaciones. Le dijeron que no podía estar ahí, le tranquilizaron.
"Tu hijo ha muerto"
Luego vinieron los médicos cabizbajos, la noticia en la sala, las lágrimas y el abrazo que dio a Sandra cuando despertó. “Claro, la gestación había ido bien, incluso en el hospital el mismo día aseguraban que todo estaba en orden, y de repente tu hijo ha muerto”.
Sin muchas palabras, le dijeron aquello de la patología no diagnosticada de origen desconocido, pero algún neonatólogo le aconsejó solicitar la autopsia judicial, tener un informe “independiente”.
Durante los veinte días que tardó en llegar el escrito del forense, Mario tuvo “la sensación de que ocultaban algo”, aunque no imaginó lo cruel de la conclusión: “Muerte violenta de origen accidental”.
"Me molestaba que la gente se riera"
Sandra estuvo varios meses sin salir a la calle. A Mario le dolían las risas del supermercado: “Nunca sabes cómo vas a reaccionar. A mí me molestaba que la gente se lo pasara bien. Ya sé que es irracional, pero fue así. También fue la primera vez que sentí odio de verdad. No he tenido un impulso de liarme a mamporrazos en el hospital, pero sí odio”.
Leyre, de tres años y su primera hija, “tiró” de Mario y Sandra. “Al final, te empuja y te obliga a seguir”. A ella le contaron que su hermano “está en el cielo, que le ve desde arriba”. “Me sorprende que no haya preguntado más desde que le dijimos eso”.
Mario ha terminado su relato y vuelve a dejar la mirada perdida cuando Carlos, el abogado, apostilla: “No buscamos un juicio paralelo, pero sí que la gente se solidarice y que alguno de los médicos implicados, al ver esto, rompa el corporativismo y se atreva a decir qué pasó. Esta familia necesita la verdad”.