En mi caso, desde bien pequeña lo que me apasionaba era tocar el piano. También había participado en muchos concursos radiofónicos de mi ciudad, Pamplona, y el mundo de la radio me llamaba muchísimo la atención. Había algo que me atraía un montón del acto de comunicar y del hecho de que mis tías, que vivían a 100 km, pudieran escucharme tocando el piano en directo.
¡Pero me daba tanto miedo dar el paso! Soy la pequeña de cuatro hermanos: tenía por delante a un médico, un arquitecto y una ingeniera de telecomunicaciones. Decir que quería estudiar Periodismo fue un sobresalto para mi familia, que esperaban que tirara por algo más clásico, como Derecho o Económicas. En ese momento tienes tantos dilemas encima: quién soy, por qué estoy aquí, qué puedo aportar a la sociedad. A mí nadie me echó luz sobre eso. Y lo eché un poco de menos. Si ayudáramos a las nuevas generaciones a descubrir qué les gusta hacer y en qué destacan, desde pequeñitos, sería un paso gigante.
Cada niño, cada alumno, es un campo en el que sembrar. Un profesor debe ser alguien capaz de darle al interruptor central que tiene cualquier niño en su cerebro. Alguien que sepa encenderle la bombilla de sus capacidades a través de sus propias ganas y de su formación constante. En casa, como madre, yo intento ofrecer a mis hijos las mayores herramientas posibles. Me niego a decirles qué es lo que deberían estudiar, pero les voy dejando pistas en el camino que ellos, si quieren, pueden seguir… o no. Intento que les guste leer, que escuchen música y que practiquen deporte, pero, a partir de ahí, el camino es suyo y ellos tienen que elegirlo.
Sin embargo, para que todos los niños y niñas puedan escoger su propio camino, primero tienen que confiar en sí mismos. Como adultos, ser capaces de generarles esta confianza es básico. Si tú te estás comunicando constantemente en negativo, recalcándole al niño que no ha sido capaz de hacer un ejercicio, ese niño va a acabar creyendo que, en efecto, no puede hacerlo. Pero si tú te comunicas fijándote en lo que ha hecho bien, ese niño va a empezar a creer en sí mismo. Y conseguir eso es darle toda la base sobre la que luego se va a asentar cuando sea adulto.
Conseguir que un niño crea en sí mismo es darle toda la base sobre la que luego se va a asentar cuando sea adulto
En este sentido, iniciativas como Tienes Talento de CaixaProinfancia, el programa que lucha contra la pobreza infantil de la Obra Social ”la Caixa”, me parecen fundamentales. Que a niños de entornos con pocos recursos —que igual escuchan todo el rato en clase que no son buenos en Mates, que sacan un bien justito en Lengua y que no acaban de destacar ni en fútbol— alguien les diga “en esto eres especialmente bueno, con esto vas a triunfar”, es maravilloso. Una sola frase puede darles la motivación necesaria para que vuelvan a abrir los ojos y la mente, para que vuelvan a escuchar.
Asimismo, más allá de la lengua y las mates, hay una serie de habilidades fundamentales en el desarrollo de un niño que también debemos potenciar. En los informativos, por ejemplo, hablamos constantemente de que vamos hacia un mundo automatizado en el que las máquinas van a hacer el trabajo de determinados perfiles profesionales. En consecuencia, los niños de ahora van a ejercer profesiones que quizás ni existen todavía. Ayudemos a que sean ellos quienes las creen. No les pidamos que sean máquinas de memorizar, sino máquinas de pensar. Porque cuando piensan y reflexionan es cuando crecen en el ámbito más humano. Y eso es lo que les va a demandar el mercado laboral.
Tenemos que educar a los niños y niñas en la curiosidad, porque será esa curiosidad la que les ayudará a generar nuevas ideas, a emprender nuevos caminos y a inventar esas profesiones que aún no existen.
Debemos fomentar asimismo su pasión por escuchar: pero no solo a un profesor, sino también opiniones diferentes a las de sus iguales.
Nuestros niños y niñas tienen que aprender a debatir, a defender una idea y a no tener miedo de cuestionar lo que se les dice ni de emitir una opinión.
Tenemos que crear personas solidarias y generosas. Porque las sociedades no pueden evolucionar sin solidaridad
Y, por último, creo que lo más importante es intentar crear personas solidarias y generosas con la comunidad en la que viven, ya sea su centro escolar, su barrio o su ciudad. Porque las sociedades no pueden evolucionar sin solidaridad. Vivimos en un mundo globalizado y es evidente que tenemos que aprender a abrir nuestras mentes y fronteras, a aceptar a quienes son diferentes. Así que los niños y niñas de ahora deberán tener el concepto de solidaridad totalmente asimilado.
Ellos son el futuro. Y de cómo y en qué medida motivemos a esos pequeños talentos, que ahora mismo son estudiantes con capacidades tan distintas como valiosas, dependerá el tipo de país que vamos a ser el día de mañana.