Olvidamos canciones, amores y viajes. Quizá, porque no nos dejaron una gran huella. Sin embargo, otros gestos nos quedan grabados. Así le sucedió a Carmen, quien, después del trato tan especial que recibió su marido en sus últimos días en la Fundación Instituto San José, decidió convertirse en voluntaria de ese mismo centro y no olvidar aquellos abrazos.
Cuenta Carmen Horcajuelo que, cuando llegó a la Fundación Instituto San José de Madrid, su marido llevaba tiempo con un cáncer terminal y ella estaba tan agotada como deshecha. Sin embargo, gracias a los equipos de atención psicosocial (EAPS) de la unidad de cuidados paliativos del centro, ambos encontraron al fin descanso. “Es un lugar con una gran hospitalidad”, nos cuenta Carmen. “Todo el equipo es muy cercano y acogen a las personas como si fueran una gran familia. Eso ayuda mucho”.
Allí el marido de Carmen disfrutó de sus últimos quince días dando paseos, acudiendo a sesiones de musicoterapia y recibiendo cuidados de toda la unidad médica y sus voluntarios. Con estas necesidades cubiertas, Carmen ganó tiempo para dedicarse por completo a lo más esencial: estar con él y acompañarlo hasta el final.
“Al principio, todos los días salía de allí preguntándome cómo podía ser tan feliz”, recuerda pensando en sus primeros días de voluntaria, hace ahora ya cinco años.
Apoyados por el Programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Obra Social ”la Caixa” y repartidos en centros de todo el territorio, los EAPS ofrecen todo tipo de acompañamiento a las personas que se encuentran en el final de su vida y a sus familiares. Uno de sus servicios es la atención al duelo ofrecida por psicólogos. Sobra decir que hay tantas formas, y tan diferentes, de vivir un proceso de duelo como personas, pero, en el caso de Carmen, consistió sobre todo en aprender a poner cada cosa en su lugar. “Hay un huequito en tu corazón en el que esa persona va a estar siempre y de ahí no se va a escapar nunca”, cuenta, “pero también tienes que encontrar tu propio espacio para poder ser feliz y seguir viviendo”.
Esa felicidad, Carmen la encontró en el agradecimiento. A la semana de fallecer su marido volvió a la Fundación Instituto San José: esta vez, para apuntarse como voluntaria y poder hacer por los demás lo que habían hecho por ella. “Al principio, todos los días salía de allí preguntándome cómo podía ser tan feliz”, recuerda pensando en sus primeros días de voluntaria, hace ahora ya cinco años.
Desde entonces, Carmen se ha encargado de programar pelis en el EspacioCaixa del centro, donde los internos disfrutan de tiempo de ocio y convivencia. También charla mucho con ellos y, sobre todo, “les doy todo mi cariño y amor, y reparto besos a montones”, afirma. Quizá sea cierto eso que dijo una vez aquel poeta: “Si nada nos libra de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.