A sus 82 años, Julia Martín Nieto ha hecho prácticamente de todo: trabajó como secretaria en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid, en una gestoría y en una autoescuela. Cuando se separó, se ganó la vida vendiendo detergentes y hasta trabajó en Rumasa. Una trayectoria todoterreno durante la que también ha procurado formarse para poder trabajar con asociaciones como Proyecto Hombre y AME (Asociación de Mujeres Españolas). Incluso llegó a fundar su propia asociación en 1998, la Casa de la Empatía, para educar a las personas sobre el desarrollo personal. Los últimos 20 años los ha dedicado al Centro Cívico Rondilla en Valladolid, “dando técnicas de relajación y control mental”, hasta que le llegó la jubilación. Ahora, pasados los 80, Julia ha decidido solicitar el servicio de teleasistencia prestado por Clece, filial de ACS, para contar con una pequeña ayuda en su día a día.
A esta vallisoletana no le detiene la edad. Desde enero da clases enfocadas al crecimiento personal -trabajo que desarrollaba en su fundación- en un centro de mayores de la capital castellanoleonesa. “Le dije al trabajador social si yo podía hacer algo para ayudar”. Así surge un grupo de aproximadamente 20 alumnos con los que Julia trabaja cada jueves para que tengan una actitud más positiva ante la vida.
De esta forma Julia presta su ayuda a aquellos que, al mismo tiempo, la ayudan a ella. Estos servicios de teleasistencia son cada vez más habituales en los hogares de las personas mayores que viven solas o que tienen algún tipo de limitación en su autonomía, generalmente dentro de su entorno doméstico. Ante una emergencia, estas personas pueden activar el terminal telefónico o pulsar el botón del colgante que llevan al cuello para “abrir una llamada telefónica en manos libres que nos permite interactuar con ellos desde cualquier parte de su casa, para que nos manifieste qué es lo que le ocurre y acudir en caso de que necesite ayuda”, explica Ángel Mediavilla, gerente del servicio de teleasistencia de Clece.
Julia Martín ya lleva unos meses con este servicio de teleasistencia y todavía no ha tenido que recurrir a él por ninguna emergencia, pero en poco tiempo, y con alguna broma de por medio, se ha ganado la simpatía de los teleoperadores. “Llamo antes de ducharme (por si me pasa algo) y les digo ‘¡mujer al agua!’”, exclama. “Antes se asustaban, pero ahora ya se lo han aprendido” y es que, sin sentido del humor “estarías perdido”.
Las llamadas de alerta son el servicio más conocido de la teleasistencia, pero este tipo de programas cumplen también una función de seguimiento para cada uno de los 12.000 usuarios adscritos a Clece. Mediavilla cuenta que “se realiza una llamada semanal o quincenal donde el operador se pone en contacto con el usuario para fomentar una relación de confianza y poder hacer un seguimiento de esa persona, para que nos comunique si ha habido cambios en su vida (de medicación, alguna enfermedad o en sus relaciones sociales) de cara a prestarle una mejor atención cuando necesite utilizar el servicio”. Estas llamadas de seguimiento permiten fortalecer el vínculo entre la persona usuaria y su operador de referencia, además de que permite detectar si el usuario, que suelen ser personas mayores de 80 años, sufre algún deterioro cognitivo o físico. Asimismo, se realizan llamadas en fechas señaladas (como los cumpleaños) y después de cualquier intervención social para comprobar que el usuario se encuentra en buen estado.
Desde Clece trabajan para que estas personas se sientan acompañadas en cualquier momento del día, todos los días del año. Contribuyen así al envejecimiento activo, un concepto definido por la OMS como el “proceso por el que se optimizan las oportunidades de bienestar físico, social y mental durante toda la vida”.
Julia es un gran ejemplo de este concepto de envejecimiento activo, porque no pierde la oportunidad para seguir leyendo, aprendiendo y mantenerse ocupada. Para ella, preparar las clases que da en el centro de mayores es una forma más de “estar alerta”, algo que complementa con numerosas aficiones. “Me encanta el cine, el teatro y leer”. Se confiesa amante del cine clásico, siendo Historias de la radio una de sus películas favoritas, porque le hacen recordar su infancia. Es también una gran aficionada a la lectura, especialmente a W. Somerset Maugham, del que recomienda El filo de la navaja y Servidumbre humana: “Debería leerla todo el mundo con 16 años”. También nos habla de Francisco Umbral y Las ninfas, porque transcurre en Valladolid.
El empeño de una mujer tan atareada como Julia es animar a las personas mayores a mantenerse activas: “Que la gente, aunque sea mayor, no deje de hacer cosas, que no se queden en casa”. Cita unas líneas del manual Las zonas erróneas, de Wayne Dyer, que dice que: “Una persona que ya no quiere aprender ni hacer nada es un producto acabado, dispuesto para envolver en papel de regalo y mandarlo a destino”. “Ya sabes lo que quiere decir esto, ¡a la otra dimensión!”, subraya entre risas.
Hoy, Día Internacional de la Mujer, es un buen momento para reivindicar a las miles de mujeres que, como Julia Martín, continúan aprendiendo día a día y se imponen a todo tipo de dificultades, “todo depende de cómo enfoques el problema”, asegura.