Los padres de Ana Kriégel se fundieron en un desolador abrazo tras oír el veredicto del jurado el pasado martes. Los dos chicos de 14 años que estaban acusados de violar y matar a su hija, que ahora tendría la misma edad, habían sido declarados culpables.
Este caso ha mantenido en vilo al suburbio de Lucan, al oeste de Dublín, y a toda Irlanda, desde que saltase a la luz hace un año, en mayo de 2018.
Según ha quedado constatado, sobre las 5 de la tarde del 14 de mayo, uno de los dos chicos convenció a Ana para que saliera de casa y fuese con él hasta una casa abandonada, a tres kilómetros de distancia, en la que le esperaba otro chico, de quien ella estaría enamorada.
Allí, este segundo chico aguardaba a que llegasen con una careta de zombie, unos guantes negros, espinilleras y rodilleras. Portaba un palo y un bloque de cemento.
Tras tres días sin regresar a casa ni dar señales de vida, el cuerpo de Ana fue hallado en aquella casa, desnudo y con una cinta alrededor del cuello. Tenía unas 60 zonas del cuerpo lesionadas, había sido violada y había muerto mientras luchaba por su vida -según determinaron los forenses- por contusiones en el cuello y en la cabeza.
La Policía encontró restos de sangre de la joven tanto en la careta, en los guantes y en las rodilleras que el chico disfrazado había guardado en su mochila. También, el cuerpo de Ana tenía restos de semen de este mismo chico, por lo que no pudo evitar su acusación a pesar de que se declaró inocente. Presentó una coartada que fue desmentida por el segundo implicado y que ningún testigo pudo corroborar. Además, las imágenes que recogió una cámara de vigilancia grabó a los tres menores caminando hacia la casa abandonada.
Tras catorce horas y media de deliberación, el juzgado declaró culpables a los dos jóvenes. Al chico del disfraz, culpable de asesinato y de agresión sexual; a su amigo, de asesinato. De esta forma, los dos jóvenes se han convertido en los dos asesinos más jóvenes de la historia del país.