Una de las cosas que distingue al ser humano de otras especies que también tienen sentimientos, relaciones de poder, voz y un cierto instinto de supervivencia es que tiene plena consciencia de su finitud. Sabemos que morir es nuestro destino natural, y eso nos da miedo, pero también es lo que nos hace crear y avanzar. Hablamos de todo ello con el filósofo Josep Ramoneda.
Fernando Savater decía que “es la certidumbre de la muerte lo que nos convierte en humanos”. ¿Qué nos aporta el hecho de saber que vamos a morir?
En todos los ámbitos de la vida, las personas construyen ilusiones que les permiten avanzar, porque quizás la vida no tiene sentido, pero el sentido es necesario para la vida. Utilizando la expresión del escritor e historiador Yuval Noah Harari, “el hombre es un animal que tiene la peculiaridad de ser capaz de crear ficciones y creérselas”. Y se ha demostrado que ese potencial para crear ficciones, esa dimensión que llamamos cultura, genera una capacidad de adaptación superior a la de otras especies. Nos permite avanzar a un ritmo muy acelerado, mucho más que si nos dejáramos llevar por la fuerza evolutiva natural. Por ejemplo: en la prehistoria, la edad media de vida era de 18-19 años, a mediados del siglo XIX era de 38-40 y ahora estamos ya en los 80 y tantos. O sea que en toda la historia se duplicó una sola vez, y en un siglo y pico se ha más que duplicado.
Ahora vivimos mucho más tiempo y todo esto plantea nuevos retos
La mayoría de fenómenos contemporáneos no se entienden si no se parte de este hecho. Es un cambio brutal en todos los ámbitos de la experiencia. Ahora vivimos mucho más tiempo y todo esto tiene consecuencias y plantea nuevos retos: en la creación de grandes urbes, en el sostenimiento de los equilibrios globales, en la propia experiencia personal, en los sistemas de asistencia social y también en el ámbito de la muerte.
¿Deberíamos pensar y hablar más sobre cómo queremos morir?
A mí, francamente, lo que hagan conmigo después de mi muerte me tiene sin cuidado. Otra cosa es el acompañamiento en los momentos finales, y más si tienes una muerte lenta. Aunque cada cual lo vive a su modo y no se pueden establecer leyes universales, es deseable que la persona se sienta acompañada, cuidada. Y si te sientes cómodo contigo mismo, si has hecho con tu vida lo que estaba a tu alcance, lo que te apetecía, probablemente lo vivirás mejor que la persona que se va muy cruzada. Para mí, morir dignamente es morir con el mínimo dolor y malestar posibles, y tener la complicidad y la empatía de la gente que quieres.
Ha habido periodos en los que la muerte era casi una fiesta
Es evidente que en sociedades en las que los vínculos comunitarios eran más fuertes, las redes de cuidados funcionaban de forma más fluida. En el último siglo ha habido una tendencia dominante a separar al individuo de la sociedad, a convertirlo en homo economicus. Esta radicalización de lo individual no favorece este tipo de círculos y relaciones. La muerte incomoda pero, por suerte, aún hay personas totalmente entregadas que en esos momentos sacan su lado más empático y solidario, y también grandes iniciativas y profesionales, como los del programa de Atención integral a personas con enfermedades avanzadas de la Obra Social ”la Caixa”. La cuestión fundamental es, a mi entender, ir creando espacios educativos que configuren un vínculo con esta parte trágica de la experiencia humana para naturalizarla.
¿Puede ayudarnos la filosofía?
La filosofía tiene la singularidad de que es un discurso libre. Cada uno se lo construye un poco a su modo y, por tanto, nos da una cierta perspectiva o distancia para ver, entender y asumir las cosas. Algunas corrientes acogen con serenidad la muerte y otras ponen el acento en algo que me parece crucial: el sentido trágico de la vida. Hay que ser conscientes de que esta no tiene final feliz, para no caer en la tentación del nihilismo.
Esta consciencia de los límites es esencial, porque es una forma de relativizarse a uno mismo. De no creerse demasiado importante. De no tomarse demasiado en serio. De hecho, ha habido periodos en los que la muerte era casi una fiesta. Yo una vez asistí a un entierro de un amigo en el que nos invitaron a comer y acabamos brindando con el champán francés que más le gustaba al difunto.
Según Séneca, “cada día morimos”. Él decía que la muerte no es un asunto que nos deba preocupar en exceso, porque es lo más seguro…
A la muerte le damos muchísima trascendencia y, finalmente, es algo enormemente trivial: las neuronas se funden y la química se para. Algunos creen que hay algo más. A mí me basta con lo que decía el escritor Joan Fuster: “La Ilustración es el proyecto más noble que ha inventado la humanidad, porque apuesta por ser humanos y nada más que humanos”. La muerte se puede aceptar o no, se puede pensar que es injusta. Y en un cierto sentido, lo es, porque nadie merece morir. Pero también es verdad que forma parte de nuestra naturaleza. Alguien me dijo, después de haber pasado por una situación de coma, que había llegado a la conclusión de que era algo tan sencillo y apacible como dormirse y no volverse a despertar.