Lo llaman, y no les falta algo de razón, 'El milagro de El Salado'. Apenas 20 años antes era difícil imaginar el futuro que le esperaba a una pujante y orgullosa pedanía ubicada en los Montes de María, una región montañosa subtropical a tiro de piedra de Cartagena de Indias, en Colombia. El Salado era un emplazamiento estratégico, tranquilo, dedicado al cultivo del tabaco y centro neurálgico de una zona considerada por sus recursos naturales como 'la despensa del Caribe'. Todo era optimismo. Sin embargo, otro factor ayudaría a guardar el nombre del pueblo en la leyenda negra de la violencia terrorista.
Y es que El Salado sufrió el doble filo de estar en una zona en la que el conflicto entre el estado colombiano y las FARC estaba en plena vigencia entonces. De hecho, grupos de paramilitares intervinieron y castigaron la presunta colaboración de los nativos con los guerrilleros. El resultado fue "una masacre no, un conjunto de masacres" en las que murieron ajusticiadas más de 350 personas, como reconocería el expresidente colombiano Juan Manuel Santos años después. Y de esas víctimas, 66 perdieron la vida en El Salado.
Inexorable declive
Fue el comienzo del fin para ese próspero corregimiento. Ahogados por esta guerra en la que se vieron atrapados, la ciudad sufrió un fugaz e inevitable declive que la vació casi por completo dejando las casas, las infraestructuras y las esperanzas de la población abandonadas, a merced de la selva, como un lugar fantasma y casi maldito.
Dos décadas después los disparos han cesado y las heridas comienzan a cicatrizar. Es el momento en el que algunos de los pobladores originales de El Salado han querido recuperar aquellas vidas que quedaron en suspenso y volver a sus antiguas casas.
Sin embargo, la reactivación de El Salado no ha sido sencilla. Primero fueron unos pocos habitantes los que decidieron volver, aún con la guerra en marcha. Posteriormente, y ya con la paz firmada, el Gobierno de Colombia también se ha implicado en la recuperación de una zona que estaba hasta seis puntos peor que la media en la escala de pobreza del país.
Así que empezar de nuevo ha exigido iniciativas que reactivaran la economía local a partir de lo más básico: el agua. Es ahí donde Ferrovial, junto a Ayuda en Acción y la Fundación Semana, ha trabajado en "la rehabilitación y ampliación del sistema de acueducto, así como la creación de una estructura organizativa, la Junta del Agua, para su mantenimiento y desarrollo". En otras palabras, una nueva vida para el municipio.
No deja de ser una paradoja que, en una zona tan irrigada como es el entorno de El Salado, las instalaciones hídricas fueran tan precarias. Antes de la intervención de Ferrovial, la población apenas podía sufragar un acceso muy limitado al agua potable que consistía en 9 horas semanales de suministro: tres horas al día en tres días. Y eso generaba problemas más allá de la limitación cuantitativa: la gente tendía a acumularla en tanques que no cumplían unas condiciones mínimas de higiene y que, por su precariedad, tampoco fomentaban el ahorro ni el uso responsable. Y por otra parte, hay que considerar que el agua es el motor que activa la vida en la zona. De ahí que garantizar este recurso haya sido como una resurrección para El Salado, como un milagro.
La ciencia y la tecnología han tenido mucho que decir en el proyecto. Aplicar el análisis, la planificación y el diseño exige minuciosidad y criterios objetivos y profesionales para plasmar las soluciones más adecuadas para el entorno. Pero en este particular milagro de El Salado ha tenido mucho que ver la fe y la esperanza de la gente: creer en que era posible, mediante tecnología... o mediante poderes ancestrales...
Ese espíritu de comunión con la tierra que los vio nacer y que ha envuelto el ejemplo de esta comunidad colombiana ha quedado reflejado en una novela gráfica que narra el renacer de El Salado a través de las vivencias de algunos de sus habitantes. Elaborado por los hermanos colombianos Miguel y José Luis Jiménez, la obra pretende hacer una suerte de "registro audiovisual" en el que las viñetas, aun teniendo una importante carga de licencias artísticas, responden a una verdad que ha tenido "la aprobación, validación y colaboración de las personas que vivieron los acontecimientos", cuentan los autores.
Así, la mitología local da paso a unos protagonistas humanos que, lejos de ser meros dibujos, empatizan con el espectador de las viñetas porque tienen nombre, apellidos u una historia detrás; son voces que elevan este proceso de renacimiento del pueblo y al cómo el "vínculo espiritual" con su tierra y con el agua va acercando el milagro de entrar en una nueva era.
El cómic también da voz a los 'Delegados', que representan a organizaciones y ONGs que han ayudado para que El Salado pudiera salir adelante. Es aquí donde Ferrovial encuentra su lugar en esta aventura que busca mejorar la calidad de vida de la gente más necesitada. Pero esta vertiente solidaria de la constructora no es nueva, ni siquiera exclusivamente en Colombia. Todas estas acciones se engloban en el programa Infraestructuras Sociales que tiene la entidad, que está activo desde 2011 y que ha alcanzado zonas desfavorecidas en varios continentes. En concreto, esta de El Salado nació en 2016 y ha tenido una inversión de 162.000 euros.
Estas nuevas infraestructuras buscan ayudar, desarrollar la comunidad y concienciar sobre el importante rol que una buena gestión del agua puede desempeñar en el día a día de El Salado. También acerca de la sostenibilidad, para lo que el sistema de acueducto, depósitos y tuberías es un ejemplo gracias a la construcción de una planta de bombeo movida por energía solar, que la hace independiente de la red eléctrica y que reduce los costes para las personas de forma significativa. Además, supone una innovación única en todo el territorio colombiano que abre el camino para otras comunidades que puedan sufrir problemas parecidos.
A día de hoy, se benefician de este sistema casi 1.300 personas directamente y otras 900 de forma indirecta. Además de la eficiencia, también ha aumentado la calidad del agua gracias al sistema de cloración que ha redundado en un consumo más seguro y en evitar enfermedades asociadas, algo que, durante estas dos décadas, parecía un milagro que ahora, por fin, se hace realidad.