A Teresa Romero, la auxiliar de enfermería que se contagió del Ébola, las alertas sanitarias le traen recuerdos agridulces. Por un lado, nadie mejor que ella para saber cómo enfrentarse a una pandemia y a un virus que está asolando nuestro país. Pero, por otro, los flashes de lo que ella vivió, allá por 2014, que, desde luego, no fue agradable.
Ahora, confinada en su domicilio cuando termina su jornada laboral, como cualquier español, lo ve todo con bastante “estrés”. “Fatal, yo sí estoy estresada. Porque si a la situación, que de por sí es un poco estresante, le sumas mi historia personal, sí, estoy un poco estresada. Pero bueno, bien. Llevándolo como buenamente se puede”, se sincera en conversación —telefónica, cómo no— con EL ESPAÑOL.
Lo cierto es que ella ya venía intuyendo, según explica, que la situación iba a llegar a estos extremos que estamos viviendo, con España en estado de alerta y nueve millones de ciudadanos viendo su día a día trastocado, encerrados en sus domicilios. “Hoy en día no es que no tengamos la tele o la radio puesta: se sabía lo de Wuhan, posteriormente lo de Italia. Yo, el fin de semana en el que los medios de comunicación comenzásteis a contar casos en Italia, ya dije: está aquí”.
Tanto es así que decidió tomar medidas desde ese mismo momento. “Justamente ese fin de semana iba a apuntarme a un gimnasio y decidí que no lo iba a hacer, porque ya no iba a tardar”. Y analizándolo desde el espejo retrovisor, no parece que fuera una mala idea.
Diferencias con el ébola
A sus ojos, las situaciones, por mucho que tuvieran en común una enfermedad que ha derivado en pandemia —Ébola y COVID-19—, difieren completamente. “No es como lo he vivido hace casi seis años, se ha extendido, para mi punto de vista, excesivamente”, explica Romero.
En su momento, ella fue la única contagiada del ébola en nuestro país y la primera fuera de África: contrajo el virus después de atender a Miguel Pajares y Manuel García Viejo, los dos misioneros españoles que fueron repatriados desde Liberia y Sierra Leona y murieron de dicha enfermedad pocos días después de su ingreso en el hospital madrileño en el que Romero ejercía desde hacía años de auxiliar de enfermería.
“Yo creo que en España no ha quedado sitio para colonizar del coronavirus. Que lo hemos arrasado con todo, vamos”, sintetiza. “Se ha dejado correr como la pólvora”.
Así, ve tardía la respuesta de las diferentes autoridades. Desde el Gobierno a los organismos sanitarios internacionales. “Es lamentable que se tenga que llegar a confinarnos todos, a llegar a esta situación de estado de alarma. Las medidas tienen que ser así, porque si no se iba a colonizar ya hasta la última aldea de España, pero es triste”, aduce.
Por eso no le encuentra “semejanza para nada” a la crisis del ébola. “Esto está pasando en todo el mundo, o prácticamente. El ébola estaba en una zona de África, en varios países. Llegó a ser pandemia pero, a ver, yo que me he estudiado un poco el tema de las pandemias y tal, pandemia es cuando salta de un país a otro, no cuando salta a ochenta países. Así que también la OMS ha tardado, para mí, en declarar pandemia muchísimo tiempo también”, arguye.
Sus medidas sanitarias
Romero continúa trabajando en el mismo hospital madrileño donde casi perdió la vida, el mismo en cuya sexta planta vivió en aislamiento los días en los que creyó que se iba a morir, el Carlos III-La Paz. Allí acude religiosamente todos los días, con una jornada en la que debe redoblar esfuerzos por el tremendo colapso que está viviendo en sistema sanitario nacional.
Aunque con una diferencia: Teresa Romero ya no es auxiliar de enfermería. Ahora es técnico de Farmacia, y desde la botica hospitalaria dispensa los medicamentos necesarios para tratar a los pacientes. El porqué de este cambio es sencillo: pura “salud laboral”.
Porque Romero pasó un viacrucis. Lo peor no fue vencer el ébola, sino todo lo que vino después. El estigma. El sentimiento de culpabilidad. “Ya no estoy tratando con pacientes. Estuve de baja, estuve en terapia con psiquiatras. Yo por salud laboral, estoy adaptada. No estoy con pacientes”, reitera.
Así que ahora, de 8 a 15 horas, todos los días, se encuentra tras la ventanilla. Pero algo ha cambiado: para empezar, y aunque no haya protocolo específico para técnicos y demás personal sanitario que no esté trabajando en la zona roja —con infectados—, ella ya ha tomado sus propias medidas de protección. Este lunes ha sido el primer día en el que ha ejercido con mascarilla.
Aunque la rutina la estableció antes. “He empezado hace varios días con guantes. A tocar la medicación con guantes y a limpiar todo más escrupulosamente y ya hoy [por este lunes] con mascarilla. Hoy ha sido el primer día de mascarilla”, relata.
Del resto del equipo —gafas, trajes, calzado apropiado—, de momento, nada. “No lo estoy usando. Es prioritario que mis compañeros que entran y tocan al paciente estén así. Como tampoco hay un protocolo específico para técnico que está en farmacia, yo me lo he hecho por mi cuenta, me he puesto mis protecciones. Sobre todo, limpieza de la zona de trabajo”, mantiene.
“Hago una serie de cosas porque yo estoy muy concienciada con todo esto. Porque yo casi no lo puedo contar”, suspira. Sobre todo, por la experiencia. “A mí ya todo como que me hace mucha gracia. Es desquiciante ver esto”.