Repasando, una y otra vez, la misma lista. Vestidos, check. Anillos, check. Flores, invitaciones, fotógrafos… check, check y check. Todo estaba preparado, organizado. Cualquier eventualidad parecía que podía solventarse en la boda que llevaban planificando Mari y José Luis, dos malagueños que rondan la cincuentena, tanto tiempo con mimo. Pero se coló un comensal inesperado a la celebración: el coronavirus Sars CoV-2.
Y, de repente, todo se fue al traste. Tan rápido, tan apresurado, sin ninguna clase de información previa, que la sensación es de vivir una broma. De muy mal gusto.
Ellos iban a contraer matrimonio este viernes en los juzgados de la capital de la Costa del Sol. Menos de 24 horas antes, llegó la noticia: se cancelaba. “Me ha venido un poquito grande”, suspira ella, en conversación con EL ESPAÑOL. Quién les iba a decir que una pandemia sanitaria global les iba a arruinar la boda.
El sentimiento es compartido a lo largo y ancho del país. Diferentes parejas, consultadas por este periódico, transmiten lo mismo: un matrimonio igual no es nada por lo que parar el mundo, pero la ilusión que reside detrás sí que es capaz de aguar los días 15 días que quedan de confinamiento. Quizás más.
Euros y más euros
José Luis y Mari se sienten afortunados. Querían casarse, aunque fuera, simplemente ellos dos y los testigos, pero de momento no será posible. Aunque no engrosarán, de momento, la estadística de bodas en España -en 2018, los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), se celebraron hasta 167.613 matrimonios-, al menos no han perdido dinero.
En relación al coste, el precio de casarse varía según la comunidad autónoma, pero la media española de una boda con 130 invitados ronda los 20.000 euros. Navarra encabeza la lista con una media de 27.600 euros, mientras que comunidades como Canarias (12.400 euros) o Andalucía (16.700 euros) son las más económicas. Según un estudio de Ziwo -Zankyou International Wedding Observatory-, el 65% del presupuesto nupcial se destina a la celebración y catering, mientras que al vestido de novia se destina el 21% y a la fotografía, un 10%.
No es el caso de Celia y Cristian, residentes en Almería. Ella trabaja como técnica de farmacia; él es guardia civil. “Yo ya no me quiero casar”, aduce la novia para este diario. “No tengo ilusión. Es muy duro hablar de ello”, suspira. ¿Cómo tenerla, se pregunta, cuando han perdido cerca de 15.000 euros, según calcula? En su cabeza no paran de bailar cifras.
Los 4.000 euros de los vuelos de la luna de miel, a Japón, en su caso. Las entradas de los lugares que visitar en el país nipón. El montante total del convite, “10.000 euros de golpe que acabábamos de dar el día de antes en el restaurante, que dicen que no nos lo devuelven, que se lo quedan para cuando celebremos la boda”. 1.800 euros el vestido; 200, la maquilladora. 2.000 el fotógrafo. Suma y sigue.
Esto no sería problema, explica, si no fuera porque el propio hostelero “casi echándoseme a llorar” le llamó diciendo que se “iba a arruinar”. “Y nosotros nos quedamos sin un duro, porque lo dimos pensando que algo recuperaríamos de la boda, no sé, los regalos de la gente…”, cuenta Celia.
Así que, si finalmente celebran su enlace en la próxima fecha que les han ofrecido, allá por el mes de noviembre, será “porque mis familiares disfruten del dinero que esperemos podamos recuperar”. “Esto no se lo deseo a nadie, sinceramente”, indica.
"Si el Gobierno no cancela, me caso"
Algo similar pero con mejor desenlace les sucedió a Sara y Pablo, una maestra y un ingeniero informático de Valencia; y a Sergio y Luisa, diseñador y abogada de Madrid. “Es un duelo, la verdad. Sabes que no lo has perdido completamente pero tu ilusión se ha ido por tierra. Y todo esto de la cuarentena no lo simplifica”, explica Sara, de 26 años.
"Sí que lo vi como ‘todo se ha ido a pique’ y a ratos aún me viene ese pensamiento. Es difícil tener mentalidad positiva, sinceramente, pero mi prometido me está ayudando mucho ahí. Tenemos otra oportunidad y no todo el mundo puede decir eso”, sonríe esta valenciana.
Su caso es algo particular: la pareja vive separada e iban a mudarse juntos tras el enlace. Así, y mientras dure el confinamiento, residirán en domicilios diferenciados, cada uno con su familia. “Es una situación muy dura y dolorosa. Después de tanto empeño e ilusión, se ha truncado”.
Los proveedores elegidos para sus bodas no les han puesto “ninguna pega para nada”. “No hemos perdido la fianza ni similar. Todos nos mantienen las condiciones y han sido muy comprensivos con nosotros y con la situación”. También fue así para Sergio y Luisa, que se habrían convertido en marido y mujer el 14 de marzo. Ahora, en principio, esperarán hasta noviembre.
“Estábamos con la mosca detrás de la oreja. Muy preocupados pero seguíamos adelante. Las autoridades no tomaban medidas, pues pensábamos que podríamos celebrarla”, relata Sergio. Ellos llevan 12 años como pareja, pero prepararon el enlace en los últimos tres meses.
Tras recibir varias cancelaciones desde el extranjero, de varios familiares que eran mayores, “y teniendo claro que el virus, tarde o temprano, iba a llegar aquí también”, se plantaron. Hay que tener en cuenta que aún ni el Gobierno ni el Ministerio de Sanidad habían tomado medidas. Los bares seguían abiertos, la vida, parecía, continuaba.
Era una faena, “pero eran cosas que ocurren: siempre hay alguien que se pone malo, que tiene que viajar. Seguimos para adelante. Pero del lunes al miércoles el nivel de turbación iba subiendo cada vez más. Ya habían cancelado las clases en Madrid y se creó alarma social”, manifiesta Sergio, diseñador de profesión.
“Yo seguía con el runrún, dándole vueltas a la cabeza. Sabía que en el último momento la gente no iba a ir, y me daba un poco de miedo porque esto fuera tan sumamente contagioso y que no quería unir eso a mi boda”, indica. “Al final una boda es un momento bonito que tiene que ser todo felicidad, con abrazos y besos, y no queríamos que la gente estuviera incómoda, por preocupación o porque hubiera faltado muchísima gente”.
Ante la falta del decreto del estado de alarma, no había base legal que les cubriera. “Tenía el miedo que la finca nos dijera que si cancelábamos, perdíamos el dinero. Era legal aún que lo celebráramos”, arguye. “Pero dije: 'Mira, no me quiero casar así. Si lo hacemos va a ser un desastre. Si no me devuelve el dinero, que no me lo devuelva. No quiero que nadie se contagie el día de mi boda. Decidimos cancelarlo, pasara lo que pasara. Podría haber ocurrido una desgracia en la boda”.
A ellos la jugada, al final, les salió bien. “Hemos podido aplazar todo y únicamente hemos perdido algo más de cien euros en las flores, tampoco mucho”.
Boda a tres metros de distancia
Hay quien sí contrajo matrimonio in extremis, coronavirus mediante. Gixane y Jabí se casaban el viernes 13 en los juzgados de Basauri (Vizcaya). “Tres días antes de la boda la cosa ya empezó a ponerse seria con el coronavirus y aunque aquí todavía no afectaba mucho ni al país al que íbamos de luna de miel”. El día antes de su enlace cerraron todos los colegios en el País Vasco. Saltaban todas las alarmas.
“El día de nuestra boda fuimos los dos solos al juzgado y allí nos esperaban nuestros dos testigos, Ángel y Cristina. Solo pudimos entrar los cuatro, y los testigos a tres metros de distancia. En las firmas más de lo mismo”, escenifica Gixane para este periódico.
Tras una comida rápida sin besos ni abrazos, salieron para Madrid para empezar su luna de miel. Su destino: Sri Lanka. Pero el mismo día en el que salían, el sábado 14, el país asiático restringía el acceso de españoles. “La mejor noche de bodas de la historia: los dos llorando por la mala suerte, por el estrés de toda la semana y por no estar con toda la gente que queríamos”, relata la flamante esposa.
De todos modos, las bodas se siguen celebrando. Son aquellos ritos eclesiásticos, puesto que los juzgados a lo largo y ancho de España están clausurados. Por ello, novios como Gabriel e Inés decidieron seguir adelante y retransmitir su ceremonia, en directo, por Instagram. Sin embargo, han declinado la propuesta de este diario de contar su historia porque, alegan, “ha sido un momento muy difícil y complicado”.
Sin embargo, desde el Arzobispado de Madrid recomiendan encarecidamente que se pospongan. Fuentes eclesiásticas recuerdan que “habría que hacerlo a puerta cerrada y ciñéndose a las recomendaciones de las autoridades”. “Distancia, aforo, distintas medidas higiénicas: no hay gesto de paz más allá que una inclinación, comunión…”, comentan. Para que sea el amor el protagonista… y no el Covid-19.