Abuela, este fin de semana tampoco voy a ir a ver el fútbol contigo. Me vas a tener que perdonar, que ya van muchos partidos que me salto. Que sé que preguntas por mí y que lo de que no haya liga es lo de menos. Al final lo del fútbol va más de ir a verte y pasar un rato juntos, que a tus 96 años nunca sabemos qué temporada va a ser la última, como muchas veces me dices. Esta, de momento, se nos ha torcido.
No voy a verte porque sigue el bicho por las calles, por eso estamos todos metidos en casa. Igual que tú casi todo el año, que ahora me puedo poner un poco en la piel de los que pasáis la mayor parte del tiempo confinados en casa y parece que nos molesta cuando os quejáis. No voy a verte porque este virus está haciendo mucho daño, sobre todo a los de tu edad. A los que nacisteis con una guerra y os marcháis por una pandemia, que también ha estado cabrón el destino con vuestra generación.
Tú quédate en casa, que hay gente que está peor. Las residencias de ancianos, sobre todo. Solamente en Madrid han muerto más de 1.000. El bicho no perdona cuando entra en un centro de mayores y se los lleva por decenas. Más de 20 fallecieron en la residencia Montehermoso de Madrid. En otras, el ejército ha encontrado cadáveres sin recoger ni atender. Incluso las monjas que cuidaban a los ancianos de otra residencia se largaron, dejándolos desamparados.
Tú quédate en casa, que no es cosa sólo de Madrid. Que en Cataluña vamos segundos, estamos muy mal. Hemos pasado ya los mil muertos y en los crematorios no dan abasto incinerando cadáveres. Los abuelitos se van a cientos. Tu marido, el abuelo (que en paz descanse) que trabajó tanto tiempo de enterrador, no se vio jamás en una igual. No se lo hubiera podido imaginar cuando llegasteis a Barcelona en los 60 desde Granada. Precisamente Granada lidera ahora la fatídica lista de contagiados en Andalucía y llevan más de 150 muertos. Hubo un brote en una residencia de La Zubia y se llevó por delante a demasiados ancianos. Porque en Andalucía también está siendo devastador. No sólo por los que se mueren, que también, sino por los que sobreviven pero son tratados como apestados. En La Línea (Cádiz) recibieron a pedradas a un autobús de abuelos que llegaba de un pueblo infectado. Podrían ser vuestros hijos, vuestros nietos...
¿Viernes negro?
Hoy viernes, las cifras oficiales de fallecimientos está rayando en España los 5.000. Lo peor es que no podemos hablar de viernes negro, porque no sabemos de qué color va a venir el sábado. Y la mayoría de los que caen son de los tuyos, los de tu edad. No os lo merecéis. Sois la generación española que más quina ha tenido que tragar en los últimos siglos, más miseria ha tenido que superar y más le ha allanado el camino a los que venían después. Porque nacisteis en una guerra, crecisteis en una dictadura, cambiasteis el país liderando una transición y os tocó asumir parte de los errores, carencias y excesos de vuestros hijos y nietos; los que nos hemos encontrado el trabajo sucio ya hecho y más nos peleamos por lo cosas que importan poco, porque hambre no hemos pasado ni guerra tampoco.
Sois la generación que tuvo que salir a pegar tiros sin tener aún la mayoría de edad, que se escondió de los bombardeos sin Netflix ni HBO. La que de verdad pasó hambre, pasó frío y pasó penurias. Los de la cartilla de racionamiento, qué nos quejamos ahora porque falte papel higiénico en el Mercadona. Los que crecisteis sin libertad para expresaros o capacidad de decidir quién os gobernaba. Los que murieron por querer votar, eso que ahora nos da tanta pereza.
Los que se tuvieron que marchar solos a Alemania, como hizo mi abuelo. A Suiza y a Bélgica, dejando a los niños aquí. Los padres de mi generación no pueden estar mucho rato sin colgar fotos de sus críos haciendo monadas en Instagram. Pero aquellos exiliados (porque eran exiliados laborales, que se usa esa palabra con mucha ligereza en nuestros días) tardaron años en volver a ver a los suyos, porque no había ryanairs ni vuelos lowcost y los aviones eran para los ricos.
Un entierro digno
Pasó la dictadura, llegó la democracia y un buen puñado de crisis económicas. La de los 80, la postolímpica, la inmobiliaria... Todas las hemos hemos soportado gracias a vosotros. Fuisteis los que construíais la vivienda de los hijos encima de la vuestra, como es el caso de la casa donde nací. Los que arrimasteis el hombro para que el hijo comprase un camión Pegaso. O le prestasteis un dinero a fondo perdido para que abrieran un bar o una mercería. Los que le cuidasteis a los nietos mientras sus trabajaban en la construcción y los que tuvisteis que reacoger a la familia entera cuando estalló esa burbuja, se fueron al paro y los desahuciaron de sus casas.
¡Si hasta nos pagabais el entierro! Abuela, ¿te acuerdas del de Santa Lucía? Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es que, de vez en cuando, llamaba al timbre un señor con bigote y un maletín, muy serio. Le pagabais un dinero en metálico y hablabais con él en voz bajita. Ese hombre era “el de los muertos”, que venía cada cierto tiempo a cobrar el seguro de decesos. Yo no entendí el concepto hasta que fui adulto. Y nunca tuve tan clara su importancia hasta ahora. “Lo de los muertos” es un seguro que te garantiza un funeral digno. Nos pagabais esa póliza, pero vosotros ahora os vais sin siquiera un entierro, sin ceremonia, sin que los vuestros os puedan ir a llorar, a despedir. En Barcelona, por ejemplo, no dejan siquiera ir a las familias a recoger las cenizas al crematorio.
Dicen que la mía era, hasta ahora, la generación sin tragedia. Ahora que ya tenemos la nuestra, resulta que también estáis absorbiendo vosotros el primer golpe. Sois la vanguardia, el primer escudo, la fuerza de choque, la primera línea de infantería. Desde el inicio, cuando se barruntaba la tormenta. Una semana antes de que se decretase el confinamiento, las medidas que tomó el gobierno fue la de cerrar escuelas, pero dejar que la gente fuese a trabajar sin distinción. ¿Con quién se quedaban esos niños sin cole? Con los abuelos. Os tocó ir a buscarlos, bajar al parque, relacionaros con gente, tocar cosas, salir de casa, salir con la pandemia a la vuelta de la esquina. Fue mandaros a la calle justo cuando iba a estallar la tempestad. Y salisteis.
Respeto
Fue el último servicio de una generación a un país que le ha dado la espalda. Porque al final, la patria no son banderas. La patria es la forma en la que un país se porta con los suyos. Y con vosotros, España no ha hecho patria. No se ha portado bien. Los jubilados veníais llenando últimamente las calles y las plazas, pidiendo respeto para proteger las pensiones. Las pensiones no se tocan, decíamos... pero seguíamos cogiendo dinero de esa hucha, porque por un poco más no pasa nada. Igual que cuando os pedíamos veinte duros para ir a comprar la merienda. Ahí estaba siempre el dinero.
Pedíais dignidad para vuestras pensiones, porque los recortes os estaban ahogando. Ahora pedís respiradores, porque os falta literalmente el aire. Pero no llegan. Tu generación se asfixia de verdad y los respiradores no llegan. Faltan tests y los que llegan no valen. Faltan mascarillas y faltan camas. Las residencias se han convertido en improvisados mini hospitales donde no dan abasto y sólo hay miedo. Si entra el virus, porque arrasa y no perdona. Y si aún no ha llegado, por la angustia. La tensa espera. Confinados en pequeñas habitaciones, que no son suits de hoteles. Una mesita, un catre y a esperar a oscuras, recostados sobre un colchón sin poder hablar con nadie. Escuchando de lejos las noticias de la tele, que cuentan que han muerto 15 ancianos más en una residencia de Igualada y que se improvisan morgues en los hospitales. El peligro que va a llegar, como la aviación enemiga.
Me cuenta una amiga de Cádiz que su abuela tiene 93 años y demencia senil bastante avanzada. En la residencia donde vive la llaman “La Flamenca”, porque no puede ni hablar, pero está constantemente bailando. “La quieren mucho porque está siempre riendo y de buen humor. Yo ahora pienso en ella, que estará confinada en su habitación que es una mesita y un colchón, y lo tiene que estar pasando fatal, no sé qué es peor. No hay derecho a tener que acabar su vida así”, reflexiona.
Otra amiga que trabaja en una residencia catalana (donde aún no hay casos), me dice que lo más difícil es hacerles entender a los pacientes con trastornos cognitivos que sus familias no se han olvidado de ellos. Que no vienen a verles porque… “yo ya me invento cosas; que les ha surgido un percance o cualquier cosa. Es más fácil de explicar y que lo entiendan que la situación real y surrealista que estamos viviendo”. Pero se sienten solos.
La Generación Guerra
Vivimos en una época en la que hasta las generaciones están etiquetadas. La del Baby Boom (los boomers, desde los 50 hasta los 70), la Generación X, la Z (los millenials), los centenials, la Generación T (los últimos que han nacido)... En nuestro país, todas esas generaciones han estado, de un modo u otro, auspiciadas por vosotros. La vuestra ha estado siempre en lucha. Habéis vivido en una permanente guerra. A todas las habéis protegido dándoles comida, techo, trabajo y hasta la libertad. Nuestra respuesta no ha estado a la altura. Ya no es que no os aseguremos vivir; es que os garantizamos ni una muerte digna.
No voy a ir a ver el fútbol este fin de semana, abuela. Tú quédate en casa viendo la tele, aunque sé que te han jodido bien: primero te quitan el Pasapalabra y ahora las competiciones deportivas. Y encima en año de Eurocopa. En Nicaragua y en Bielorrusia siguen jugando la liga, espero que puedas sintonizar algo para quitarte el mono. Ya habrá tiempo de que nos volvamos a pelear sobre si debe jugar o no de titular Wenceslao (que es como llamas a tu admirado Benzema).
Espérame y quédate en casa, que hay muchos de tu edad que ya no van a volver más a las suyas. De momento, lo único que podemos hacer es por vosotros es brindaros también el aplauso de las ocho de la tarde. Y resistid. Es el último favor que os pedimos a los de vuestra generación, después de que nos diéseis la vida, los avales para la hipoteca, el cuidado de los nietos, los veinte duros para la merienda y hasta la libertad en España.
Gracias por todo eso.