El hospital de campaña de IFEMA abrió sus puertas el 23 de marzo, después de un intenso fin de semana de preparativos para atender a más de 4.000 pacientes de coronavirus durante un mes y medio. Después de despedir a los últimos pacientes el pasado 4 de mayo, el recinto sigue manteniéndose por si fuera necesario reabrirlo en caso de un repunte de la epidemia.
Personal sanitario, Ejército, SUMMA y los cuerpos de seguridad han trabajado al frente de IFEMA, pero la primera barrera para frenar la expansión del virus estaba en el equipo de limpieza de Clece, filial de ACS. Fueron de los primeros en llegar, para desinfectar las instalaciones antes de que ingresaran los pacientes y serán los últimos en irse, pues las labores de limpieza continúan diariamente hasta que el hospital de campaña quede clausurado definitivamente.
Aquellos que han estado trabajando estos meses en la limpieza y desinfección de IFEMA nos cuentan su experiencia en el hospital de campaña levantado en la capital española, que ha cesado su actividad tras superar las 4.000 altas.
Pablo Díaz: “Tenía ganas de volver al trabajo y a la normalidad"
Pablo Díaz es el jefe del servicio de limpieza de IFEMA y estuvo al frente del equipo de casi 200 personas que se encargó de la limpieza y desinfección del recinto ferial durante estos meses. Al principio, recuerda, sentía cierta inseguridad. Por un lado debes tener mucha precaución por lo que supone enfrentarse al virus en primera línea y además está la dimensión del servicio, porque en un principio se hablaba de 5.500 camas”.
A pesar de la incertidumbre de los primeros días, cuando los protocolos se modificaban diariamente según las actualizaciones del Ministerio de Sanidad, “nos volcamos en cuerpo y alma desde el principio para ponerlo en marcha y la respuesta de todo el mundo ha sido increíble. La coordinación tanto con sanitarios y Ejército ha sido muy buena y nos ha permitido ir superando las dificultades que nos íbamos encontrando, porque habíamos llegado allí para una misión común”.
Es cierto que, al principio, algunos empleados tuvieron cierto reparo en trabajar en un hospital de campaña ante el riesgo de contagio, “pero en general todo el mundo, después de la formación y viendo que iban protegidos, fueron sintiéndose más seguros. Tenían las mismas protecciones que el equipo sanitario. Al final ha sido un equipo con una disposición buenísima para todo lo que nos iban pidiendo”.
Las exigencias de esta misión hicieron que Pablo fuera uno de los primeros infectados por coronavirus entre el personal de IFEMA, en la primera semana de la apertura del hospital de campaña, aunque él no le dé demasiada importancia: “Una herida de guerra, al final no ha sido mucho. La primera semana tuve síntomas un poco más fuertes: fiebre, gastroenteritis, dolor muscular, dolor de cabeza… Pero en la segunda semana ya fueron remitiendo”.
La experiencia en el hospital de campaña ha sido enriquecedora y dura a partes iguales, según cuenta Pablo: “Se llegó a albergar aquí a muchísima gente y de todo tipo de gravedad, de hecho, ha habido fallecidos y ha sido un trabajo complicado. Hubo una chica que se quedó bastante impactada, porque uno de los enfermos falleció cuando ella estaba limpiando cerca… Es la cara más dura de todo esto. Pero también se han dado muchísimas altas y ver que hemos ayudado a eso la verdad que da mucha satisfacción”. Él, como tantos otros trabajadores de IFEMA, recibió con alegría el cierre del hospital de campaña.
Isabel López: “Viví el cierre del hospital con esperanza”
Isabel López, bióloga y responsable de los procedimientos de limpieza hospitalaria de Clece en IFEMA, fue de las primeras en llegar, antes incluso que los sanitarios, para adaptar la limpieza hospitalaria al recinto e impartir el curso formativo al personal del nuevo hospital. Explica que “hemos tenido que formar a todo el personal de limpieza y muchos traían miedo. Sobre todo, cuando vivían con personas mayores o de riesgo, porque hemos tenido gente bastante joven. Tenías que quitarles el miedo pero que supieran a lo que se están enfrentando”.
Isabel reconoce que ni ella misma, que ya había trabajado durante la epidemia del ébola, sabía realmente a lo que se iba a enfrentar hasta que aterrizó en IFEMA. “Recuerdo perfectamente la primera vez que entré al pabellón 5, cuando lo estaban montando. Porque veías la desolación, los catres con la botella de oxígeno al lado y nada más. Allí aguanté el tipo como pude, pero cuando llegué a casa me puse a llorar”, cuenta.
Estas emociones se fueron transformando según iba evolucionando el hospital. “Cuando ya estuvieron montados los pabellones 7 y 9, los pacientes tenían otras condiciones. Tenían fotos, dibujos de los niños… Era un poco más acogedor. Si entrabas a las ocho de la tarde, cuando ponían el Resistiré, veías a las enfermeras, al personal de limpieza, todos animando a los pacientes. Algunos bailaban y veías cómo se alegraban, eso te daba esperanza”.
Algo que también se ha logrado en este hospital, reconoce, es poner en valor la labor que realiza el personal de limpieza en los centros hospitalarios, porque “la limpieza es fundamental para la infección nosocomial, que es la enfermedad adquirida durante la estancia en un hospital y que se va pasando de unos pacientes a otros a través de las superficies. Si eso no se corta la enfermedad se extiende, así que lo que hacemos con la limpieza es parar la barrera de contagio: para el personal sanitario y para que la carga vírica en otros pacientes no aumente.
En el hospital de IFEMA, donde se ha dado de alta a más de 4.000 pacientes de coronavirus, el personal se va, al menos, con el saber del trabajo bien hecho. “La gente que ha trabajado aquí está muy contenta. Cuando se trabaja en una crisis como esta se hace mucho equipo, se hacen amigos. Ha habido mucha colaboración entre todos los cuerpos que estaban interviniendo: sanitarios, Ejército y SUMMA”, concluye Isabel.
Javier Molina: “Me quedo con la amistad y el trabajo en equipo”
“Habíamos tenido otras incidencias, como el atentado del 11-M o el accidente de avión de Spanair, pero teníamos los pelos de punta pensando lo que nos íbamos a encontrar aquí, y teníamos miedo al virus, claro”, cuenta Javier Molina, encargado de limpieza en IFEMA.
Aunque reconoce que, poco a poco, ese miedo fue desapareciendo, “lo primero fue pensar que con cualquier cosa que hiciéramos podíamos cogerlo y llevarlo a casa. Y yo vivo ahora con mis padres, que tienen 89 años, y uno de mis hijos”. Por supuesto, toda precaución era poca, “yo me desinfectaba en IFEMA y me duchaba allí, luego llegaba a casa, me desinfectaba con lejía, me duchaba otra vez y dejaba la ropa para lavarla aparte. Luego te vas tranquilizando, van pasando los días, ves que no tienes síntomas y hasta ahora ha ido todo bien”, confirma Javier.
Sabiendo que, a pesar de trabajar en primera línea contra el virus, la enfermedad no le tocaba de cerca, para Javier, como para muchos otros españoles, lo peor de esta epidemia ha sido estar lejos de sus familiares: “Llevo desde que empezó el estado de alarma sin ver a mis otros dos hijos, solo por videollamada. Así que tenía la motivación de verlos, de que cuanto antes pasase esto antes podría ir a verlos”.
Razón de más para reunir las fuerzas necesarias para trabajar en los peores días de la epidemia. “Teníamos que hacerlo para que los enfermos saliesen lo antes posible de allí y también por los médicos y enfermeros, para que ellos no enfermaran si nos descuidábamos. Había que hacer las cosas perfectas”, afirma Javier.
A esa exigencia propia se suma la cooperación entre todos los equipos, sanitarios o no, que han trabajado en el hospital de IFEMA. De aquello, asegura Javier, “me quedo con la amistad de todo el mundo y el trabajo en equipo, que ha sido fantástico. Hemos sido una familia, no ha habido distinciones de si unos eran sanitarios, militares o nosotros, de limpieza, que siempre ha sido el último eslabón”.
Ahora que no hay pacientes y viendo los pabellones vacíos, cuenta Javier, “parece que te falta algo, pero sabemos que es mejor que nos echemos de menos porque significa que esto se está solucionando”.