El Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD) permite a miles de personas mayores seguir viviendo en sus domicilios gracias al apoyo que reciben en las tareas del hogar o en la asistencia personal. Pese a la ayuda que les suponen esos servicios, casi siempre es la compañía lo más valorado por los usuarios. Un mundo de relaciones personales que juega un papel esencial a la hora de combatir la soledad que sufren muchos de nuestros mayores.
A causa de la emergencia sanitaria, muchos de estos servicios se suspendieron temporalmente para eliminar el riesgo de contagio por el estrecho contacto entre los trabajadores y usuarios. Cuando se decretó el estado de alarma, Clece, que presta esta asistencia a más de 86.000 personas por todo el territorio nacional, estableció, de acuerdo con las distintas administraciones públicas, unos servicios mínimos para que se atendiera de manera presencial a las personas más dependientes o que carecieran de apoyos familiares u otro tipo de red de cuidado.
El resto de servicios fueron sustituidos por un seguimiento telefónico, que permitía a los profesionales de la compañía identificar y subsanar necesidades puntuales, como recoger un medicamento de la farmacia o acompañar a un usuario a visitas médicas.
El seguimiento telefónico ha sido “importantísimo”, apunta Rosaura González, jefe de servicios sociales de Clece en Cantabria. “Además de para cumplir recados puntuales, sobre todo nos ha servido para ver cómo se encontraban los usuarios, ya que para muchos mayores el confinamiento ha sido complicado. A veces notabas que había soledad. Lo han vivido con mucho miedo y muchísima incertidumbre”, afirma la coordinadora de Clece.
Aliviar este tipo de sentimientos es una de las razones por las que Clece, en Cantabria, apenas dos semanas después de que se iniciara el estado de alarma, decidió que las auxiliares pasaran por los domicilios de los usuarios para saludarles y charlar un rato por la ventana o el telefonillo y, así, sustituir la frialdad de las llamadas telefónicas. Tiempo después, en el momento en el que se reiniciaron los servicios con normalidad, todos “lo han hecho con muchísima ilusión, porque han entendido que retomaban su vida y que volvían a tener ese cuidado y ese calor humano que se les da”.
“La esperaba como agua de mayo”
Allí mismo en Cantabria, en Cabezón de la Sal, una usuaria y su auxiliar esperaban este reencuentro con especial ilusión. María Luisa Acebal, de 76 años, lleva siendo atendida por Cristina Cayón desde hace ya tres años, en los que ambas han labrado una gran amistad.
‘Luisina’, como le llama su auxiliar cariñosamente, ha pasado estos meses de confinamiento haciendo gimnasia con vídeos de YouTube y ha aprendido a hacer videollamadas para ver a sus tres hijos, pero también destaca la importancia que han tenido para ella las visitas que Cristina hacía cada día a su ventana.
“Saber que Cristina venía por las mañanas me valía muchísimo”, cuenta María Luisa, “me daba una voz para que saliera al balcón y charlábamos un poquitín. La verdad es que la esperaba como agua de mayo”. La visita se convirtió en un ratito irremplazable también para su auxiliar, quien añade que “hablábamos por la ventana, nos decíamos cuatro tonterías y yo me iba muy contenta, porque ves que tienes a alguien que te está esperando, que sabes que te echa en falta”.
Estas visitas suplieron en cierto modo el contacto al que acostumbraban antes del confinamiento. El paso de fase en Cantabria permitió que a principios de mayo pudiera restablecerse el servicio de ayuda a domicilio en esta localidad, aunque cuando por fin pudieron verse, “no pudimos darnos ni un abrazo. Eso hubiera sido lo ideal porque lo estábamos deseando”, relata Cristina. María Luisa, por su parte, pese a reconocer que “no soy besucona ni nada de eso, la hubiera estrujado entre los brazos”.
El cariño, confianza y amistad que surge en este tipo de servicios muestra la labor tan importante que realizan las auxiliares de ayuda a domicilio. “No es solo en lo doméstico, muchas veces es la compañía. Te cuentan lo que les pasa, lo que les preocupa”, comenta Cristina. Luisa responde que “a mí la ayuda me hace mucha falta, ahora, la compañía de ella, aunque esté muy mala me beneficia muchísimo porque parece que se me olvidan hasta los dolores. Es muy poquito tiempo, pero te anima la mañana”.
“Nos hemos echado muchísimo de menos”
Al otro lado de España, en El Campillo de Purchena, una pequeña localidad de Almería, Blanca Flor Castillo, usuaria del servicio de ayuda a domicilio y su auxiliar, Antonia Chacón, tardaron algún tiempo más en reunirse, a principios de junio, después de tres meses en los que “nos hemos echado muchísimo de menos”, concluyen ambas.
Blanca Flor, de 83 años, lleva casi un año con este servicio, pero en este pequeño pueblo, donde la gente se conoce “de toda la vida”, ya existía ese trato cercano con la que ahora es su auxiliar. Aunque ahora, explica Antonia, “lógicamente se ha estrechado muchísimo la relación. Es como si fuera familia”.
Estos meses, el no verse no ha significado que hayan perdido el contacto. Desde Clece hacían un seguimiento telefónico de todos los usuarios, pero Antonia, por su parte, llamaba a las cinco usuarias a las que atiende en el pueblo “constantemente, porque me preocupaba mucho cómo estarían, y si necesitaban algo. Ellas también me llamaban a mí. La relación que se establece es así. Acabas dependiendo de ellas tanto como ellas de ti”.
Como cuenta Blanca Flor, “si no contesto al teléfono se preocupa mucho por mí”. Tanto que, en una ocasión, durante el confinamiento, al no poder localizarla por teléfono, Antonia dio la alarma a la compañía y acudió inmediatamente a casa de la usuaria para ver si le había ocurrido algo. La realidad fue que Blanca Flor había salido “un momentito y me había dejado el móvil en casa”. Desde ese día, la usuaria avisa a Clece cada vez que sale y regresa a casa.
Durante meses, Blanca Flor y Antonia casi contaban los días para poder verse de nuevo. Una vez restablecido el servicio, como ha ocurrido entre tantos otros familiares y amigos, para ambas, lo más duro ha sido reprimir ese primer impulso del reencuentro, porque, en palabras de Antonia, “lo que realmente quieres es abrazarla, besarla y apretarla. Te da mucha emoción verla”.