Al comienzo de la pandemia, las residencias de mayores se cerraron a cal y canto para evitar la propagación del virus y proteger, en primer lugar, la salud de los residentes. La suma de decisiones como esta, con los medios disponibles para combatir la enfermedad y el compromiso de los trabajadores han servido para que algunas residencias hayan podido llegar hasta la fecha sin registrar contagios.
La empresa de servicios Clece gestiona residencias (públicas y privadas) en todo el territorio nacional. Varias de ellas han logrado mantener la Covid-19 alejada de sus puertas, en gran medida, gracias al trabajo e implicación de su personal.
Las primeras decisiones que tomaron en marzo, como la utilización de EPIs, sectorizar los centros, restringir las visitas o realizar cribados en usuarios y trabajadores, han servido como medida de prevención y contención ante la expansión del virus todos estos meses.
“Tenemos la suerte de que a nivel de protocolos nos los han dado hechos. Clece ha creado como un libro de instrucciones en el cual teníamos protocolos de carácter preventivo y luego teníamos otros en caso de algún brote”, cuenta María Blanco Quiroga, directora de la residencia Nuestra Señora de la Magdalena en Villaornate, León.
En su centro, que no ha registrado un solo contagio entre los 49 residentes, este “éxito” se explica, además de por los protocolos de actuación de la empresa y la disposición de materiales, por “el compromiso por parte de los trabajadores, porque de poco sirve que tú en el interior te cuides mucho y seas muy estricto si luego en nuestra vida social nos la jugamos”, afirma la directora.
Otra de las piezas clave han sido las pruebas de cribado, que en la mayoría de centros de Clece se realizan cada 15 días tanto a los usuarios como a los trabajadores. Es como hacer “una radiografía” del centro que les permitiría detectar cualquier brote lo antes posible. Además, también se trabaja con grupos burbuja de usuarios y evitando la rotación de personal, para que en caso de que hubiera un positivo, no se extendiera más allá de su burbuja.
A medida que fue bajando la incidencia de casos en España, antes de la tercera ola, las residencias abrieron progresivamente sus puertas. En el Centro de Atención a la Discapacidad Triana, en la isla de La Palma, “empezamos abriendo visitas y ya incluso los residentes pueden pernoctar en sus domicilios. Hasta entonces teníamos visitas supervisadas en el centro y algún paseo terapéutico en base a las necesidades de los residentes”, explica Sandra García, directora del centro. Es un centro de alto requerimiento, por lo que a menudo se dan problemas de conducta.
En las Islas Canarias, el impacto de la pandemia con respecto a la península ha sido menor y en estas residencias reconocen que la peculiaridad geográfica ha ayudado a la hora de no haber registrado contagios en sus centros. Carmen Bastida, directora de la residencia San Roque, en Lanzarote, afirma que “tenemos la suerte de que la residencia está en un pueblito muy apartado, y luego su estructura favorece mucho que esté ventilada todo el rato. Todas las actividades también las hemos trasladado al patio, que además aquí el tiempo acompaña”.
“Que se vacunen no solo por uno, sino por los demás”
Más de 300 días después de que se estableciera el estado de alarma y superado el confinamiento estricto, la llegada de la vacuna a España el 27 de diciembre llevaba por fin esperanza a las residencias. “Ha sido una bocanada de oxígeno muy grande. Nuestro objetivo era llegar limpios. Decíamos que había que llegar a la primera dosis sin casos, y luego a la segunda”, cuenta María Blanco.
Las primeras dosis llegaron a las residencias a finales de diciembre, casi con la llegada del nuevo año. En las siete residencias que Clece tiene en Canarias “ya se han puesto todas las primeras dosis y en la primera semana de febrero terminará de administrarse la segunda dosis. Ha sido bastante sencillo y no ha habido ningún problema, incluso se han adelantado las fechas previstas inicialmente”, explica Aleida Castro, médico y responsable de gestionar la pandemia en la delegación de Clece en Canarias.
Por ahora, en esta zona ya están vacunados más del 75% de los usuarios (en algunos centros se ha alcanzado el 95%) y también más del 60% de los trabajadores. Las cifras de las residencias ya se encuentran cerca de la inmunidad de grupo, aunque “hemos tenido personas que no se han podido vacunar por contraindicaciones, pero apenas hemos tenido rechazo. Incluso ha habido residencias en las que no ha habido ningún rechazo”, concluye Aleida Castro.
Los testimonios de los residentes también son optimistas. Dulce Fajardo, de 62 años y usuaria de la residencia de mayores de San Roque, afirma que “al principio decía que no me vacunaba si no era la última. Pero es una tontería. Mi recomendación es que se vacunen no solo por uno, sino por los demás. Es la única manera de afrontar esta situación”. O Delma Hernandez Pérez, de 58 años, y residente en el CAMP Triana, que tras recibir la primera dosis de la vacuna de Pfizer declaró: “Me encuentro bien. No me dolió. No me dio miedo nada. Es bueno vacunarse”.
En las residencias han visto cómo los mayores han aguantado ya demasiados meses sin salir o sin ver a sus familiares, así que no era de extrañar que la vacuna la recibieran “con mucha alegría y mucha esperanza, con la ilusión de poder salir”, explica Carmen Bastida. Pero, por otro lado, también subraya que se trata de “esperanzas equivocadas”. Hasta que no se alcance la inmunidad de grupo en el resto de la población, no se contempla la vuelta a la normalidad de las residencias.
“Somos conscientes de que la vida no nos va a cambiar radicalmente de un día para otro, porque por mucho que nosotros tengamos inmunidad, si el resto de la población no la tiene no podemos hacer una apertura total. Podemos estar un poco más tranquilos, no estar en alerta constante. Pero a nivel de trabajo no nos va a cambiar”, apunta María Blanco. La vacuna ha sido un avance necesario, pero en las residencias prefieren actuar con cautela antes que dar un paso atrás en lo conseguido hasta ahora.