Si preguntas en Salamanca por el centro CleceVitam San Antonio, lo más seguro es que los locales hagan referencia a la construcción ‘Ladrillo a ladrillo’, un edificio que durante 54 años sirvió como colegio en el barrio de Prosperidad. Desde 2019 es una residencia de mayores, pero nunca ha perdido el carácter social que impulsó su construcción: “Se continúa con la misión inicial, que era dar cobertura a una necesidad social”, apunta Estíbaliz de Frías, directora del centro.
En 1923, de lo que entonces eran las afueras de la ciudad de Salamanca -ahora pleno centro- “empieza a surgir un barrio de gente muy humilde que había venido del campo”, cuenta Sigifredo Crego Martín, profesor y exdirector del colegio El Milagro de San José ‘Ladrillo a ladrillo’. En consonancia con la modestia de sus vecinos, el nuevo barrio carecía de algunos servicios básicos como una escuela o un centro de salud.
En este periodo llega a la ciudad un profesor jesuita, el padre Enrique Basabe, y se instala en el creciente barrio de Prosperidad. Dando cuenta de la necesidad urgente de escolarización de los niños, inició un proyecto que parecía imposible: construir un colegio que diera apoyo escolar a los jóvenes y social a toda la comunidad.
Seis millones de pesetas y buena voluntad
El presupuesto inicial para el edificio era de seis millones de pesetas, pero el padre Basabe no contaba con ningún tipo de ayuda o recurso económico para levantarlo. El profesor, que daba charlas cada domingo en Radio Salamanca, anunció a través de las ondas, en 1952, su construcción: “Se está empezando un edificio bajo la protección de San José, sin recursos económicos. Su presupuesto será de seis millones. Ahora es Dios el que tiene que hacer este milagro y vosotros con Él, con vuestros ladrillos. Ya que no hay una persona que pueda dar un millón, que haya un millón de personas que puedan dar una peseta cada una”.
Se pusieron huchas en las tiendas y en los bares de toda Salamanca para recoger donaciones. Los vecinos del barrio también ayudaron como obreros y, por eso, el edificio se conoce desde ese momento como ‘Ladrillo a ladrillo’, pues “según el dinero que el padre Basabe iba recogiendo iba comprando los ladrillos”, explica Sigifredo Crego.
La primera parte del edificio se completó en 1954 con la inauguración de seis aulas con seis maestros de primaria. Poco a poco el edificio “iba teniendo cierta repercusión en la ciudad y aportaciones más grandes” y, a medida que llegaban las donaciones, se construía una clase más: continuaría creciendo hasta 1961.
“Cuando empiezan a venir los niños el padre Basabe se da cuenta de que muchos están en unas condiciones alimenticias muy malas y construye también un comedor, que es ahora la parte baja de la residencia”, explica el profesor. Así, el edificio albergó un “comedor social, un ropero y hasta un periódico escolar”, puntualiza Sigifredo. A su lado nació también la Parroquia El Milagro de San José, en referencia al milagro que supuso la construcción de todo el edificio gracias a los vecinos.
El ‘Ladrillo a ladrillo’ se levantó como un lugar para que los niños se formaran y, por eso, es un símbolo para la ciudad: “Porque surge como un elemento de cultura y se construye con el apoyo del barrio, con aportaciones muy pequeñas y con obreros que después de su trabajo venían aquí a echar una mano”, declara Sigifredo.
Desde el primer curso en 1954 hasta el último, el de 2007-2008, pasaron cinco décadas en las que la ciudad y sus necesidades habían cambiado mucho. El centro educativo se trasladó entonces “al bloque de al lado, que había sido levantado en los años 70 para servir de residencia de estudiantes”, cuenta Sigifredo, que también fue alumno del colegio. El ‘Ladrillo a ladrillo’ permaneció cerrado un tiempo hasta que la compañía de servicios Clece convirtió el espacio en una residencia de mayores.
“Ahora sirve para ayudar a los más mayores”
Pese a que ha cambiado la razón social que impulsó su construcción, sigue siendo un espacio para las personas. “Surgió primero para ayudar a los más pequeños del barrio, pero ahora sirve para ayudar a los más mayores”, argumenta Sigifredo. Incluso sigue compartiendo patio con el nuevo colegio colindante.
Se mantiene así esa vitalidad que durante tantos años se ha visto día a día por el paseo de San Antonio: “Es muy bonito cuando están los niños en el recreo y nuestros residentes al otro lado en el patio. Hay una experiencia intergeneracional muy interesante, además esto les da vida. Es alegría”, asegura la directora de la residencia, Estíbaliz de Frías.
El ‘Ladrillo a ladrillo’ sigue presente en la memoria de la residencia, pues a pesar de la gran reforma que fue necesaria para adaptar las instalaciones, CleceVitam San Antonio mantiene elementos como el patio o el acceso directo desde el edificio a la Parroquia de El Milagro de San José, que está pared con pared.
En CleceVitam San Antonio llevan por bandera un modelo asistencial basado en la AICP, la Atención Integral Centrada en la Persona, una metodología que consiste en personalizar la atención a cada uno de los usuarios para hacerles sentir como en casa.
Según explica la directora de la residencia, "tradicionalmente, cuando alguien se iba a vivir a un centro era esa persona la que se adaptaba, con este modelo es al contrario, el centro y todo el personal nos adaptamos a la persona que entra”.
Así ha sido para Pedro Barsanti, de 88 años, que lleva en esta residencia varios meses: “Para mí esto es como un hotel, estoy bien atendido y entro y salgo sin problema”. La rutina de Pedro consiste en salir a pasear por los alrededores -por el enorme parque de los Jesuitas contiguo a la residencia- y, tal como cuenta, también va a terapia, juega al bingo e incluso ha comenzado a pintar un cuadro.
¿Cómo se logra esta personalización en una residencia con 80 plazas? “Preguntamos a la persona mayor, a su familia y entorno cercano qué es lo que acostumbra a comer, sus horarios, si tiene manía a algo. Y la habitación, cada uno puede personalizarla como quiera y traerse cosas de su propia casa”, continúa Estíbaliz.
“Supone mayor esfuerzo al principio, pero luego la satisfacción y la tasa de éxito en la integración del residente es mayúscula. Nos merece la pena porque realmente funciona y las personas mayores que viven en el centro lo convierten en su casa”, concluye la directora. El sentimiento general es que la residencia sigue acorde a la razón social con la que nació el “Ladrillo a ladrillo”: que el edificio fuera usado para el bien de las personas.