Chicago, la ciudad mítica que le “gusta a todos y se ha ganado todo a pulso”
Miguel Aguiló, director de Política Estratégica de ACS, dedica su último libro a Chicago, una metrópoli que, pese a su ubicación privilegiada, ha tenido que hacer frente a muchas vicisitudes.
Parece existir un cierto consenso en que Chicago representa un modelo urbanístico muy atractivo para todo aquel que la visita. En esta consideración confluyen diferentes visiones: desde una arquitectura moderna y vertiginosa hasta el arte que adorna sus espacios públicos, pasando por la omnipresencia del agua que adorna y salpica, casi literalmente, sus edificios; y por supuesto, una intensa historia de la que el cine ha dado buena cuenta y en la que lo legendario se mezcla con la faceta más práctica e ingeniosa. Todo ello eleva a la urbe a la consideración de ‘mítica’, un adjetivo que sirve para titular la última obra de la serie de ciudades publicada por la constructora ACS y de la que Miguel Aguiló (Madrid, 1945), director de Política Estratégica del grupo, es su autor.
“Chicago mola”, en definitiva. Es una conclusión expresada en términos más coloquiales pero que, no obstante, le sirve a Aguiló para arrancar este nuevo libro. Y es que en las páginas de ‘La mítica construcción de Chicago’ se hace un pormenorizado análisis de la génesis y desarrollo de la ciudad desde sus primeros pobladores hasta las últimas novedades arquitectónicas y urbanísticas, en las que ACS está muy presente. Pero lejos de cuestiones más técnicas, el que “mole” obedece a algo que intrigó al autor desde que concibió la obra y que nos sirve para poner en contexto este nuevo volumen de la colección. “La pregunta que yo me hacía es ¿por qué Chicago le gusta a todos?”, explica el autor. “Y no tiene una respuesta fácil porque son muchas cosas a la vez y no sabes de dónde deriva este gusto”.
El libro intenta desentrañar esta fascinación. Para ello, y para entender lo que es y lo que significa Chicago, se desarrollan diferentes enfoques que confluyen en lo que la ciudad es hoy: una metrópoli que, por acabar las presentaciones, ha encontrado su sitio siendo... ella misma, sin copiar ni competir deliberadamente con otras. “Siempre hay una élite que quiere que la ciudad sea la primera, pero allí se tomó esto de una manera bastante dividida y hubo también quienes no querían entrar en esa competición y decían que Chicago era ‘segundo de nadie’”, asegura Aguiló.
El agua: solución y problema
Y lo cierto es que esa filosofía, según recoge el libro, ha resultado extremadamente beneficiosa para Chicago. La ciudad ha tenido un desarrollo muy rápido pese a los condicionantes que fueron complicando su día a día y su asentamiento en el terreno. En este sentido, concluye Aguiló, “es una ciudad que se ha ganado todo a pulso y a la que le ha costado mucho hacerse y llegar a ser lo que es”. En otros momentos de la entrevista, el director de Política Estratégica del Grupo ACS también habla del espíritu “irreductible” de los chicaguenses y de su inquebrantable actitud, siempre “muy voluntariosa”. Y tales aptitudes responden a “esa palabra tan de moda que es la resiliencia, ya que dicen que Chicago es una ciudad muy resiliente y es verdad porque ante cada cosa que le ocurría se ha recuperado muy bien”.
Este sinuoso camino puso a prueba a las autoridades y a los primeros pobladores casi desde su mismo nacimiento, con una inesperada paradoja ligada a su -en apariencia- ubicación ideal: “Está en un sitio que, en principio, es privilegiado porque conecta con Canadá al norte a través de los Grandes Lagos y con el sur de Estados Unidos a través del río Mississippi. Chicago está en un sitio que las poblaciones nativas ya habían utilizado de toda la vida como un lugar de acarreo porque subían por los ríos de un lado con las piraguas, y cuando se acababa el río se las echaban a hombros y cruzaban la divisoria al otro lado y volvían a echar la piragua al agua y ya bajaban hacia el Mississippi”, explica.
La posibilidad de “combinar la navegación fluvial” en ese punto fue una invitación a fijar la ciudad allí “que vieron enseguida”. Además, para aprovechar este potencial también surgió muy pronto la necesidad de hacer un canal que uniera ambas corrientes. Pero esta ambición pronto destapó una serie de dificultades que complicarían todo: “Se reveló como un sitio muy difícil porque es muy llano y entonces el agua fluctúa mucho, apenas hay, y un canal es algo que necesita mucha agua”. Y junto a la complejidad de hacer realidad esta infraestructura, otra consecuencia del terreno tan liso fue que, “en cuanto subía un poquito el nivel del lago, la ciudad se les inundaba”. Y más: “Como el río no tenía suficiente caudal para derivar los desechos de la ciudad, luego todo eso iba a parar al lago, que era de donde tomaban el agua para beber”.
Ante tanta adversidad inesperada, y como muestra de esta mencionada resiliencia, Chicago no solo no se abandonó a su suerte sino que ofreció imaginación e ingeniería. Ante estos aluviones recurrentes se optó, por ejemplo, por “mover los edificios levantándolos del suelo, algo que se ha hecho muy pocas veces en la historia”. Y ante el problema del saneamiento se aportó otra idea innovadora: la de “invertir el río, es decir, que en vez de ir de la montaña hacia el lago, fuera del lago hacia la montaña, así se va depurando y, de paso, conseguían un canal para los barcos”.
“La idea era excelente”, dice Aguiló, “pero fue muy difícil de conseguir y tardaron muchísimo tiempo, por lo que, cuando lo consiguieron, resultó que la navegación por los canales se había pasado de moda y entonces ya estaba el ferrocarril en plena efervescencia”. Aunque eso es otro tema del que la ciudad sacó partido también aprovechando su posición en el mapa para ser el centro de todas las líneas que cruzaban el país, contribuyendo a su pujanza. Un párrafo del libro sirve para resumir este periplo: “Allí debía empezar el camino, que primero fue de tierra, como el de los primeros pobladores para llevar a hombros sus canoas, luego de agua para los barcos y luego de hierro para sus trenes” [pag. 20].
Técnicas constructivas pioneras
El libro editado por ACS también dedica un capítulo a la denominada Escuela de Chicago, una corriente de arquitectura que se impuso a finales del siglo XIX y principios del XX que es deudora de este terreno tan inestable donde se asienta la ciudad. Para eludir el elevado hundimiento de los edificios “se tuvieron que inventar una nueva manera de hacer los cimientos que les costó mucho, pero de la que surgió una forma novedosa de hacer los edificios porque les interesaba que no pesaran mucho, que no fueran muros de piedra, sino que fueran esqueletos de pilares y vigas metálicas. Fueron los primeros que hicieron los edificios que ahora vemos en cualquier sitio de la ciudad” y de hecho, sentencia Aguiló, estas técnicas redefinieron “el núcleo de la construcción moderna”.
Fue un camino radicalmente opuesto al de ciudades con problemas similares, como Berlín. En el sur de la capital alemana, por ejemplo, “hay una cota máxima en la que no se suele pasar de seis pisos por tener un suelo poco apto”, mientras que en Chicago la verticalidad salta a la vista: “Otra cosa superada”, concluye el autor del libro.
Figuras que contribuyeron al mito
Todos los volúmenes previos de la colección de ciudades de ACS dieron mucha importancia a la historia y al papel de los personajes que contribuyeron al crecimiento de cada lugar. En ‘La mítica construcción de Chicago’ también pero, no obstante, hay una peculiaridad inédita: el papel de los alcaldes… y de los gangsters que, aunque hayan sido popularizados por las películas, con Al Capone como el más conocido, realmente tuvieron su peso en el devenir de la urbe: “Explicar eso para mí fue quizá lo más difícil, porque era evidente que tenían una importancia enorme para la ciudad. Pero dibujar el resultado de esa importancia no era sencillo porque al final ellos estaban a lo suyo y no se preocupaban de hacer la ciudad”.
“Pero la distribución que hicieron de ella y cómo los habitantes se aprovechaban permitía que las mafias captaran votos para los alcaldes a cambio de una legislación que les permitiera trabajar con sus negocios. Ese era el pacto. Lo de menos casi son las matanzas que había entre gánsters, que es lo que ha pasado luego a la historia del cine”, resume Aguiló.
Esta peculiar simbiosis entre el mundo del hampa y las autoridades discurrió en una época muy concreta, pero lo que trasciende este episodio y aún mantiene su vigencia es el importante papel de los alcaldes que han gobernado la metrópoli, a veces con ese apoyo tan cuestionable. En cualquier caso, el resultado también fue otra de esas características propias en las que Chicago parece ir por libre: “Se trata de alcaldes que duraban mucho en el cargo mucho tiempo y eso ayudó sustancialmente porque quien lleva 20 años en el poder sabe muy bien cómo conseguir las cosas, y más allí, donde hay que movilizar intereses muy diversos”.
Imágenes del ayer con plena vigencia
Esto favoreció el desarrollo coherente de la ciudad en muchos aspectos. A nivel urbano no se tocó la rígida cuadrícula que cualquiera puede ver en los mapas pero, a cambio, se desarrollaron dos elementos que han sobrevivido en el tiempo y que se han convertido en iconos de la ciudad: el metro elevado y los infinitos puentes que jalonan sus calles. Sobre lo primero, Aguiló estima que este sistema, pese a su apariencia vetusta y el “ruido que arma”, mantiene plenamente vigente su utilidad y es “el aliento vital de la ciudad”: “Por razones del terreno lo tuvieron que hacer elevado -solo hay dos líneas subterráneas- pero la verdad es que el ‘Loop’ es un sistema que está muy bien porque los trenes entran en la ciudad, dan una vuelta y salen por otro sitio, con lo cual todo el que quiera hacer transbordos tiene un sitio para ello”.
Lo de la profusión de puentes es otra de las peculiaridades que definen la ciudad y que, de hecho, son el motivo principal de la foto de portada de ‘La mítica construcción de Chicago’. Es una forma de remarcar el papel del agua y de la circulación fluvial ya que, además de la cantidad, en muchos casos también se trata de puentes móviles que funcionan con toda normalidad hoy en día para favorecer el tránsito de barcos: “Mientras en ciudades como París hay un puente cada cinco o seis calles, en Chicago decidieron que todas debían tener puente. El río es el eje de todo lo que pasa y las grandes torres y las grandes construcciones modernas están en sus márgenes”.
“Cada vez que se abren los puentes para que pasen los barcos se monta un lío fantástico y la ciudad se pone patas arriba porque claro, hasta el metro pasa por ellos”, explica el director de Política Estratégica de ACS. “Es curioso cómo lo tienen montado, con una voluntad irreductible de que el río siga siendo de navegación”.
En relación con el agua, eso sí, hay otra paradoja: el limitado trato de la ciudad con el lago Michigan pese a ubicarse en su orilla. Aguiló: “Hay que entender una cosa en Chicago que es básica, y es que puede hacer muchísimo frío porque el viento del norte llega directo del polo y es muy desagradable, y muchísimo calor y humedad en verano. Así que, entre la autopista que pasa y las dificultades del clima, pues no es un sitio agradable para desarrollarse como se puede suceder en un clima más temperado”.
Arte en la calle y para la calle
Queda claro en la charla con Miguel Aguiló que Chicago se ha forjado a partir de situaciones o elementos poco convencionales, al menos en cuanto a las soluciones que han permitido a la ciudad salir adelante. Sin embargo, hay otra faceta en la que la ciudad también ha aportado un enfoque diferente: el arte. Por supuesto, Chicago tiene museos, algunos de los cuales son mundialmente reconocidos. Pero lo que ya no resulta tan usual es la vocación de llevar las obras de arte a las calles y, como se dice, “hacer ciudad” a partir de ahí.
¿Es una genialidad, un truco visual? ¿En qué consiste esta filosofía? “Como la construcción moderna no es estática en el sentido de abrazar espacios sino que permite fluir las calles entre medias, pues tienes tres o cuatro torres y lo que hay en medio no te parece una plaza. Pero al colocar una escultura en ese punto se consigue centrar sobre ella el foco de todas las miradas, de manera que todo lo que hay alrededor parece que pivota en torno a esa obra. Y entonces la pieza de arte adquiere un significado mucho mayor que el puramente estético”.
Los ejemplos de esta idea abundan en la ciudad, como dan fe las fotos del libro. Son una nota de color, vida y humanidad entre el acero y el cemento. El Flamingo de Calder, Miss Chicago de Joan Miró o la escultura de Picasso en la plaza Dealey son algunas de estas manifestaciones que -otra paradoja-, pese al nivel de sus creadores, han sido concebidas según otro de esos criterios tan particulares que rigen en Chicago y que Aguiló define como “esculturas participativas” en las que es tan válida la mera contemplación como “subirse encima a tocar, a hacer un concierto, a soltar un mitin o lo que sea, no tienen ningún problema con eso”. Y quizá por ello es por lo que cualquiera que visite este lugar está de acuerdo en que sí, que Chicago definitivamente, “mola”.