A Lucía Pedrosa hubo un evento que le marcó especialmente la infancia. “En una ocasión tenía dolor de tripa en el colegio y me dolía tanto que me bajaban a la enfermería. Y así varios días hasta que vieron que no era dolor de tripa, sino que tenía hambre”, recuerda. Para ella, esta anécdota es la que resume perfectamente su complicada infancia.
Su vida, cuenta, fue un continuo vaivén. “Mi madre no nos cuidaba como debía. Íbamos a lo loco. No íbamos bien vestidas ni arregladas. Nos mudábamos mucho y cambié varias veces de colegio”. Aunque reconoce que no se acuerda de todo. Las difíciles imágenes le han hecho crear un caparazón: “Es un método que tengo para que no me duela”.
Al final, con 14 años, acabó en un centro de acogida. Allí no le faltaba nada. Tenía comida, ropa y asistencia sanitaria. Pero carecía de todo aquello que se sale de lo básico. Cosas tan simples como las actividades de ocio en los fines de semana.
Ahí es donde conoció Soñar Despierto, una entidad apoyada por la Fundación Mutua Madrileña a través de sde su Programa de Voluntariado Corporativo y de sus Premios al Voluntariado Universitario, que busca “ayudar a los centros de acogida para que los niños tengan una infancia lo más parecida a la del resto de niños de su edad”, indica su directora, Marta Cuesta.
Tal y como explica a EL ESPAÑOL, Soñar Despierto tan sólo ofrece aquello que a todos nos parece tan normal. Por ejemplo, salir de paseo un sábado o un domingo. "Los fines de semana organizamos actividades de ocio tan sencillas como ir al parque”, ejemplifica.
La adolescencia, un momento clave
Otra de las actividades claves de la organización son las charlas de formación y, sobre todo, de motivación, que en muchas ocasiones es lo único que necesitan. Porque como le pasó a Lucía, “la adolescencia es un momento muy complicado para todos y cuando creces en un centro, más todavía”. “Intentamos prepararles para el salto que van a tener que dar a los 18 años, cuando tienen que dejar los centros”, insiste Cuesta. “Se tienen que convertir en adultos casi de la noche a la mañana”.
En el caso de Lucía, la mayoría de edad vino en un momento muy complicado. Corría el año 2020, y como mucho bien recordamos, fue uno de los años más duros de nuestras vidas. A Lucía le pilló en casa de su tía, con la que finalmente se quedó a vivir y consiguió terminar cuarto de la ESO tras repetir dos veces.
Y cuando finalmente logró su objetivo, quiso seguir estudiando, algo que no resulta nada fácil para aquellos que salen de estos centros. Al cumplir los 18 años, explica Cuesta, están obligados a abandonar el centro de acogida. Muchos acaban en la calle.
Ahora, tres años más tarde, la vida de Lucía es totalmente distinta. Está estudiando un grado superior de Comercio Internacional —para el que recibe una beca de Soñar Despierto— y vive en Parla (Madrid) con su pareja y otra chica que conoció en la Fundación.
“Nuestro objetivo principal es que crecer en un centro de menores no les marque más allá de lo que te puede marcar psicológica y emocionalmente, sino que tengan las mismas oportunidades que cualquier otro niño de su edad”, indica la directora de Soñar Despierto.
Menas
Cuando hace unos años se politizó a los menores extranjeros no acompañados —también conocidos como los MENA—, para Cuesta, fue una completa “desgracia”. “Se utilizó como arma política y no tenemos que olvidar que estábamos utilizando a niños en discusiones políticas”. Y aunque “no se puede negar que se hayan dado casos de conflictos en determinados grupos de chicos, el problema no está tanto en que ellos lo sean”. “No son tan malos como se les intenta pintar”, incide.
Según remarca la directora de la Fundación, son niños que han tenido unas vivencias muy complicadas y que, sobre todo, no han tenido una respuesta adecuada por parte del sistema. “Se les ubica en centros alejados del centro de la ciudad y eso dificulta su integración”, explica.
Por ello, señala, invita a todo el mundo a que, “antes de hablar, haga un voluntariado con nosotros”. “Es la forma más fácil de que la imagen cambie. Muchas veces el problema está en que tenemos miedo a lo desconocido”. Y reconoce que una vez se empieza, engancha: “Yo empecé como voluntaria [con Soñar Despierto] en un centro con bebés y me enganché desde el principio porque era una realidad que no conocía”.
Acabó involucrándose más y, al final, terminó siendo la directora de la Fundación. Soñar Despierto realmente nació en México y fue David Hernández —el fundador— el que lo trajo a Barcelona. Nació como una asociación estudiantil y poco a poco se fue expandiendo a otras ciudades como Madrid, Valencia o Sevilla. Al final se hizo tan grande que se decidió constituir en una Fundación.
En aquel momento, Cuesta estaba trabajando en una consultoría mientras que en los fines de semana era voluntaria. “Querían contratar a una persona al frente. Me lo ofrecieron y ni me lo pensé”, señala. Su sueño y vocación había estado siempre trabajar en el ámbito de lo social y era la oportunidad perfecta.
Ahora, como directora, sigue siendo voluntaria con una niña —aunque reconoce que ya no lo es tanto: “Ya en dos años cumple los 18”— con la que lleva desde hace siete años. Empezó ayudándola con los deberes de matemáticas y luego empezó a llevarla los fines de semana a los partidos de fútbol. Con el tiempo, de repente, empezó a ir a sus cumpleaños o a merendar cualquier tarde.
“Es ya parte de mi familia”, reconoce. Aunque siempre, señala, en la medida en lo que se sienta cómoda, ya que además de a ella, tiene a su familia biológica, la del centro y también la de Soñar Despierto. Eso sí, "sabe que estamos aquí", concluye.