Cuando la soledad llama a la puerta, es difícil ignorarla y, más aún, gestionarla. Es el elefante en la habitación. Se adueña de tu vida. Es lo que le ocurrió a María, una mujer de 90 años de la localidad de Torrejón de Ardoz, en Madrid. La llegada de la pandemia hace ya tres años y el confinamiento la llevaron a una situación de auténtico bloqueo. Pero todo cambió al conocer a Alfonsi, voluntaria en un programa de acompañamiento a mayores de la Fundación Grandes Amigos.
En el encuentro con este periódico, María nos abre las puertas de su casa. Las mismas que hace dos años era incapaz de cruzar por sí misma. “Llegué a paralizarme. No podía salir de casa”, recuerda. Poner un pie en la calle era una auténtica demostración de valentía. Necesitaba salir a comprar o hacer sus recados, pero se le aceleraba el pulso y sentía que se mareaba, relata, mientras su cara refleja la angustia que sufrió aquellos días.
Su espacio seguro era su vivienda. Así lo reconoce ella. Durante un año, de puertas para adentro, todo iba bien. O casi todo, porque, poco a poco, se encerraba más entre las paredes de su casa. Era casi su propia cárcel. María, ya viuda desde hace años, cuenta que aquellos días la llamaban sus familiares para decirle que no podía seguir en esa situación. Conforme pasaban los días, aumentaba su fobia a salir a la calle.
Al menos, hasta que conoció a Alfonsi, de 57 años. En el encuentro con este periódico cuenta cómo le mueve una auténtica devoción por el voluntariado. Madre de dos hijos mayores, esta madrileña invierte sus ratos libres en ayudar a paliar la soledad que sufren las personas mayores. Su madre también lo hacía, así que, entre sonrisas, cuenta que esta pasión por ayudar es heredada. Colabora con hasta tres instituciones distintas y reconoce que es “muy gratificante”.
A María la conoció en un programa de acompañamiento desarrollado por la Fundación Grandes Amigos, en colaboración con la Fundación Mutua Madrileña. Ambas, Alfonsi y María, se miran con cariño y aprecio mientras recuerdan el día en que se conocieron.
“Venga, María, no nos podemos quedar aquí. Hay que salir”. Es lo que le repetía Alfonsi cada vez que a la mujer de 98 años le costaba cruzar el umbral de su puerta. El miedo seguía paralizándola. “La cogía del brazo y la acompañaba a hacer sus recados”, recuerda, hasta que fue perdiendo el miedo, porque "ahora ya sale sin problemas".
El agradecimiento es mutuo. Alfonsi le ha proporcionado a María la mejor de las medicinas: compañía. Ella reconoce que no está sola. “Me visitan mi nieto y mis hijas”, pero los encuentros con la que ya considera su amiga son parte de su rutina. Mientras se miran, comentan que, tanto para una como para otra, la compañía que se dan, “ese ratito” de dos horas durante un día a la semana, es felicidad mutua.
“Aparte de la tarde que estamos juntas, nos llamamos por teléfono y nos contamos nuestras cosas”, cuenta Alfonsi. “O si necesita algo y tengo tiempo, me acerco, por ejemplo, para acompañarla a algún médico”, comenta. Por su parte, María, maña de nacimiento, reconoce estar recuperada, pero tener a Alfonsi a su lado sigue siendo de gran ayuda. Al preguntarles que hasta cuándo seguirán formando parte del proyecto, ambas sonríen: “Todo lo que podamos”.
"No imaginas lo que es la soledad"
La historia que unió a Alfonsi y María es solo una de las historias que forman parte del proyecto social desarrollado por la Fundación Grandes Amigos desde 2003. Sus diferentes programas de acompañamiento y socialización han creado vínculos de vecindad, apoyo y amistad como el que han experimentado estas dos vecinas de Torrejón de Ardoz.
Como cuentan a este periódico desde la Fundación, lo que están haciendo es juntar a un voluntario y a una persona de edad avanzada que tengan algo en común para que puedan crear ese sentimiento de unidad y afecto. Por el momento, y según cifras aportadas por la propia organización, en un total de 15 municipios –repartidos en la Comunidad de Madrid, Comunidad Valenciana, Extremadura, Galicia, Euskadi y Cantabria–, al menos 2.152 voluntarios han podido acompañar a 1.635 personas mayores.
Eso sin contar con el acompañamiento telefónico, que, por ejemplo, en momentos como la pandemia resultaron vitales. “La soledad nos afecta a todos”, reconocen desde la Fundación, por lo que insisten en implicar a toda la ciudadanía, a las entidades públicas y a empresas. Como recuerdan, la soledad no se puede resolver pagando compañía. La mejor forma de prevenirla y, sobre todo, paliarla es generar lazos afectivos como los que ahora unen a parejas como la de Alfonsi y María.
Y todo desde un enfoque 360, que actúa sobre las causas y las consecuencias de la soledad en las personas mayores. Además del acompañamiento afectivo, trabajan en la detección de la soledad -implicando al entorno de la persona mayor-, en su prevención, la socialización mediante actividades grupales de ocio o la sensibilización para dar a conocer el problema y estas alternativas.
Todas ellas, acciones encaminadas a ayudar a los miles de personas que hay en nuestro país en situación de soledad. Según la última Encuesta Continua de Hogares del INE, en España hay 4.849.900 personas viviendo solas en el año 2020. De esta cifra, 2.131.400 (un 43,6%) tienen 65 o más años. Cifras que no dejarán de crecer porque, según las proyecciones del INE, en 2070 una mayor cantidad de población estará cada vez más envejecida.
“No te puedes imaginar lo que es la soledad. Un día y otro día, y otras 24 horas. Y suma y sigue”, cuenta Pilar, una de las personas mayores a la que acompañan desde la Fundación. “Y aunque sea un día [de acompañamiento], yo no veo, y es un día de luz”, reconoce. Cuenta que se apunta a las meriendas que organizan desde Grandes Amigos: “No me pierdo una. Pero no es la merienda, es el charlar. Nos ayuda mucho”.