Daria tenía 15 años cuando tuvo que huir de su país, Ucrania, y trasladarse a Moldavia. Se fue con su madre y su hermano, dejando atrás toda su vida. La invasión rusa de su país se la arrebató. En su país de acogida, recibió ayuda para poder volver a estudiar. Kate tuvo que dejarlo todo —incluidos sus estudios de diseño de videojuegos— y trasladarse a Rumanía con su familia. Con 17 años, ha tenido que empezar de cero en un país extranjero.
Daria y Kate son solo dos de los 5.927.600 refugiados ucranianos que a finales de noviembre de 2023, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), vivían en Europa. La crisis en el país europeo, que empezó allá en febrero de 2022, lejos de haber llegado a su fin, sigue viva y se suma al resto de emergencias humanitarias que enfrenta la humanidad.
En el caos del conflicto europeo, quienes huyen de sus hogares en busca de un lugar seguro son los más vulnerables. Por eso, Acnur y Unicef crearon los blue dots (o puntos azules, en español), lugares donde Kate, Daria y sus familias encontraron apoyo.
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Estos, como indica el propio Alto Comisionado para los Refugiados, no son otra cosa que “hubs de apoyo que aglutinan servicios de protección críticos e información en varios idiomas y formatos para las personas que huyen de la guerra de Ucrania y todo aquel preocupado por esta situación”. En el caso de la sección española del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, este 2023 ha podido ampliar su apoyo a estos puntos azules gracias a la financiación obtenida gracias XI Convocatoria Anual de Ayudas a Proyectos de Acción Social de Fundación Mutua Madrileña.
Y es que los blue dots son un servicio gratuito y “reconocible”, indica Acnur, gracias al gran círculo azul que los identifica. Se tratan, por tanto, de lugares seguros para todas aquellas personas vulnerables que, al huir de su país, se ven amenazadas por la trata de seres humanos y otros peligros.
Azul esperanza
Los puntos azules, que no son más que zonas en las que vislumbrar el inicio de un futuro mejor, se encuentran en cruces fronterizos y en estaciones de tren y de autobús. Pero también en centros de realojamiento de desplazados. Estos espacios seguros se sitúan en Bulgaria, Hungría, Italia, Moldavia, Polonia, Rumanía y Eslovaquia.
Desde Acnur explican que en estos hubs se puede “acceder a información actualizada y precisa, apoyo y asistencia”. Y también encontrar referencias a todos los servicios que una persona desplazada por el conflicto pueda necesitar, como atención médica, servicios educativos o apoyo psicosocial.
Los blue dots, explican desde Acnur, son “accesibles a cualquier persona que huya de la violencia armada". Aunque, matizan, están específicamente pensados para personas que “enfrentan mayores peligros, como niños no acompañados, adolescentes, personas con discapacidad” o “personas que puedan encontrarse en situación de tráfico de seres humanos, supervivientes de violencia machista, personas que pertenecen a minorías lingüísticas, o al colectivo LGBTIQ+”.
¿Qué encontramos en un blue dot?
Según Acnur, los círculos azules proporcionan “ayuda y asistencia profesional inmediata”. Además, ofrecen “acceso a información actualizada, precisa y confiable, asesoramiento, orientación, apoyo legal, referencias a servicios de atención médica, educación, apoyo psicosocial” y todo lo necesario.
Por tanto, es un servicio integral de ayuda a las personas que podrían acabar solicitando asilo en sus países de acogida. Además, aseguran desde Acnur, la mayoría de los blue dots también cuentan con espacios “amigables para niños y familias, áreas para la lactancia materna, y espacios seguros para descansar”. Los más pequeños también tienen a su disposición espacios lúdicos seguros.
Y es que la idea es que los puntos azules se conviertan en un lugar de paso, de descanso y reposo, en el viaje que las familias, mujeres y menores refugiados tienen por delante.
Para los menores, además, indican desde Unicef, “los blue dots proporcionan un lugar para que los niños vuelvan a ser niños en un momento en el que sus mundos se han puesto del revés de golpe”. Porque para los más pequeños, la guerra tiene un trauma añadido: “Dejar a atrás a sus familias, sus amigos y todo lo que les resulta conocido y familiar”.