Un perro muerto con una nota, llamadas que amenazaban con quitarle la vida y otras formas de intimidación fueron las situaciones que tuvo que enfrentar Melissa Lavi (45 años) en su país. Las circunstancias eran tan insostenibles que, para no poner en peligro a su familia, decidió coger las maletas y emigrar a España en septiembre de 2022. Las amenazas se acabaron, pero un nuevo problema llegó a su vida: encontrar un empleo en un país ajeno.
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Como sucede en la mayoría de casos de migraciones, Lavi, recién llegada de Perú, se apoyó en los familiares de su pareja —que cruzó el charco con ella—, y terminó encontrando un hueco en el ámbito de los cuidados. Recientemente, completó una formación para la obtención del certificado de profesionalidad de atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales gracias al programa Florence del Espacio Mujer Madrid (EMMA). Esta iniciativa fue financiada gracias a la convocatoria de anual de ayudas a entidades sociales de la Fundación Mutua Madrileña.
"Cuando uno es migrante, tiene que adaptarse a las cosas; no queda otra", confiesa en declaraciones a EL ESPAÑOL. En su país, Lavi ejercía como operadora de alarmas —vigilancia de cámaras— para una de las mayores empresas de seguridad del mundo. "En mi país trunqué un ilícito —observó e impidió un acto ilegal— en una entidad bancaria y desde entonces empecé a recibir amenazas", señala.
Su empresa se desentendió y no la protegió de la coacción de los que iban tras ella. "Decidieron que era más importante mantener su reputación, se me acabó el contrato y me fui", confiesa. Después trabajó durante un tiempo en un ayuntamiento, pero las amenazas no cesaban. Ya en España, dejaron de amedrentarla. Ahora trabaja en un centro de día con personas dependientes.
Lavi ya había realizado tareas de cuidadora en el seno de su familia, tenía experiencia, pero al poco tiempo se dio cuenta de que faltaba algo. "Uno puede decir empíricamente que tiene conocimiento", señala, "pero cuando recibes una formación te das cuenta de que hay otro tipo de cosas que se te escapan y a las cuales debes ponerle un poquito más de profesionalismo". Y cita algunos ejemplos, como la técnica para levantar a una persona o el monitoreo de la salud del usuario (latidos, pulso, respiración, etc.).
Este tipo de certificación, además de no ajustarse a las circunstancias personales de los que quieren obtenerla, es muy costosa: su precio oscila entre los 1.300 y los 1.500 euros. Por eso, Lavi y otras 19 mujeres en situación de vulnerabilidad —la mayoría víctimas de violencia— que accedieron al programa Florence del Espacio Mujer Madrid (EMMA), centro dependiente de la Fundación José María de Llanos, se beneficiaron de una formación a medida para mejorar su inserción sociolaboral.
"Me registré en el SEPE para este tipo de trabajo y me dijeron que, como tenía mucha demanda, tenía que pagármelo yo", cuenta Lavi. Pero no se rindió: "Decidí seguir buscando y no pasó mucho hasta que me llamaron desde EMMA; no desaproveché la oportunidad", explica.
Una red para la resiliencia y la sororidad
Lavi incluso recuerda el proceso para ingresar en el curso. Era indispensable superar la prueba psicotécnica, que incluía preguntas de nivel de educación secundaria. Y si se había aprobado, se empezaba la primera fase formativa para la obtención del certificado de profesional. Lavi asegura que se trató de un ejercicio de autoconocimiento. "Poco a poco te vas descubriendo en el camino; porque no estás tratando con una máquina, sino con personas", asegura.
En el curso vio cómo, tanto ella como sus compañeras, aprendieron que "hay cosas que sacan a una de sus casillas, y no todo el mundo está preparado para este tipo de trabajo". Sostiene que la tasa de aprobados era casi del 100%: 19 de las 20 mujeres inscritas ya han conseguido el certificado. Lo que sirvió le como aliciente fue observar cómo todas y cada una de las usuarias del programa se sobreponían a sus situaciones personales y sacaban el tiempo y las ganas para completarlo.
"Desde un comienzo nos motivó la idea de unirnos con un fin común y completar el curso todas juntas", explica Lavi. "Cada una con su vida, pero en el aula nos dábamos ánimos, nos juntábamos y las que sabían más les explicaban las cosas a las que no sabían; la clave estuvo en no tener vergüenza de nada", recuerda. Incluso después, en la etapa de prácticas, mantenían el contacto y organizaban encuentros para tomar café y conversar sobre sus situaciones. Ahora, mantienen un grupo de WhatsApp "para lo que haga falta".
Ellas, en el marco del EMMA han logrado establecer vínculos con otras mujeres en situaciones similares. En conversación con Mayte Galán, directora de Espacio Mujer Madrid (EMMA) y Berta Álvarez, psicóloga, técnica de inserción laboral y responsable del programa Florence de la Fundación José María de Llanos, ambas ponen en valor la sororidad que ha florecido en este grupo.
"Lo más bonito, y lo que yo más disfrutaba, era la red que ellas mismas habían tejido; al final en eso consiste la sororidad", relata Álvarez. Galán coincide con Álvarez y da cuenta de la resiliencia que han demostrado todas las mujeres que pasan por la entidad: "Una cosa maravillosa y mágica que tienen los grupos en EMMA es que se juntan mujeres en diferentes etapas: mujeres que no se pueden imaginar que están en una situación de violencia porque no la tienen identificada, mujeres divorciadas y mujeres que están en un proceso de recuperación emocional".
Espacio Mujer Madrid es un espacio seguro para que las mujeres puedan juntarse y conversar. Ese es precisamente, en palabras de Galán, uno de los objetivos de EMMA: "Queremos que generen esa red porque probablemente fuera no la tengan o porque la tuvieron, pero se ha destruido porque a sus vidas les atraviesa la violencia", explica la responsable del centro. Y apunta que en el momento en que empiezan a conversar y compartir experiencias "el vínculo se genera casi de forma automática".
Un curso adaptado a sus necesidades
"La formación que les hemos ofrecido tiene dos elementos diferenciales", explica Álvarez. La meta estaba clara, señala: sacarse el certificado de profesionalidad de atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales. "Como es una formación que exige una dedicación constante, nosotros ponemos las herramientas para facilitar que las mujeres puedan completarlo", añade.
Un servicio complementario que dispusieron fue una ludoteca, un espacio de atención a los más pequeños para que las madres no tengan que sacrificar horas de la formación cuidando de sus hijos e hijas cuando no tienen clase. "Pueden dejar aquí a sus peques sin preocuparse y poder seguir formándose", explica Álvarez.
Además de ayudar a las mujeres a completar el 80% de horas lectivas necesarias para obtener el certificado, también ofrecieron una atención específica para cada persona. "Era muy importante que permanecieran con medidas de conciliación y realizar un acompañamiento individualizado, de tal manera que nosotras conocemos la realidad de cada una de ellas", señala Álvarez.
Como la búsqueda de empleo es todo un reto, la técnica atendía personalmente a las participantes para enseñarles a preparar currículums y entrevistas de trabajo para facilitar el acceso directo al empleo. Así, EMMA ha conseguido empoderar a 20 mujeres acompañándoles en el proceso para abrir una puerta hacia la autonomía económica, una herramienta que "les va a dar una opción de poder romper con su pareja y con ello el ciclo de violencia que podrían estar sufriendo", explica Galán.
"El ser humano tiene mucha capacidad de adaptación y de supervivencia ante situaciones que a lo mejor tú escuchas y te llevas las manos a la cabeza", reflexiona Álvarez. Pero concluye que, en ocasiones, como en el caso de las mujeres de Florence, "tienes delante de ti a mujeres que las han solventado sin ningún problema".