Héctor Higuera pasa las tardes de los sábados de voluntario con un grupo de gente muy especial. Quedan en una cafetería, van a un museo o un centro cultural y luego comentan lo que más les ha gustado —o no— mientras comen una hamburguesa o un kebab. A veces hablan de política o se cuentan sus intimidades. Vaya, un plan de lo más normal, y apetecible, para un sábado por la tarde. Lo particular de este grupo es que todos tienen alguna afección de salud mental. Unos más, otros menos y, algunos, diferente; pero lo que todos quieren es socializar y estar en un grupo donde se sientan uno más y no se les juzgue.
Esto lo fomenta la organización Solidarios por el Desarrollo, que empezó hace más de 30 años en la Universidad Complutense de Madrid. La organización abarca problemáticas del cuidado de mayores, apoyo a personas sin hogar y en prisión. Además, tienen el programa Fomento de la autonomía personal y de la participación social de las personas con trastorno mental grave, apoyado por la XI Convocatoria de Ayudas a Proyectos de Acción Social de la Fundación Mutua Madrileña.
Higuera dice: "Este es un ratito el que los chicos hablan de su cotidianeidad con nosotros y entre ellos". Es el momento en el que cualquier grupo salva el mundo: "Hacemos conversaciones en pequeños grupos porque hemos tenido récords de 23 personas y ponemos en común inquietudes de la vida diaria, de política, de filosofía, de arte. Hacemos mesas redondas para que cada uno opine lo que quiera".
Una vez hicieron un taller de escritura con profesores de literatura y crearon un relato conjunto. Cada uno escribió una parte y luego entre todos lo hilaron. Ganaron el concurso e Higuera cuenta, fue uno de los momentos más gratificantes. "Llegamos hasta a autoeditar un libro, ¡nos sentíamos escritores!".
Son acciones voluntarias que gente como Héctor Higuera hace de forma altruista. En su caso, es una forma de conocer otras realidades y estar en contacto con personas muy diferentes, y concluye que es un acto "democrático" que enseña a "no juzgar desde fuera", porque hay todo tipo de situaciones y condiciones.
Marcos Böcker, el responsable de esta área en Solidarios, lo resume desde la sencillez: "Lo que hacemos básicamente son grupos de quedada, lo más parecido posible a cualquier actividad que hacemos cualquiera de nosotros un fin de semana".
Mayores, prisiones y sin hogar
Solidarios por el Desarrollo trabaja otras áreas, además de la dedicada a normalizar los fines de semana de las personas con transtorno mentales. Estos otros grupos también están formados por voluntarios que quieren hacer algo que está bien, por la única razón de que lo está. Patricia Castro, de 20 años y estudiante de la Universidad Autónoma de Madrid, empezó a colaborar porque la universidad le mandó un correo y ella sintió que tenía algo que ofrecer en el área de personas sin hogar. Y ya lleva 2 años.
Ella, junto con 5 o 6 personas más, dan vueltas por lugares de Madrid donde saben que encontrarán a personas en situación de vulnerabilidad y les reparte algo de comer y abrigo. Al final esos lugares son los mismos y acaban conociendo a la gente que está allí. Castro recuerda una vez que fueron a un parque donde estaban los de siempre y ya se conocían. En el parque había unas barras y entre los que estaban allí se pusieron a hacer dominadas. "No nos salió ninguna, pero echamos un buen rato".
Todo el mundo tiene derecho a pasar un buen rato, o eso piensa Carmen Arnán, 64 años, voluntaria en el área de prisiones. Para ella hay una línea muy fina para estar en un lado u otro, y por una razón cualquiera puede cruzarla. Ella va todos los sábados un par de horas a Soto del Real a hacer un taller de cultura. "Aprovechamos ese rato para que los internos salgan de ese espacio cerrado y limitado en el que viven y hablen con alguien que viene de fuera". Ella empezó en 2012.
Las personas mayores que sufren la soledad no deseada es otro colectivo que necesita algo tan inmaterial y valioso como la compañía. Algo que no se paga con dinero, pero tener la oportunidad de un par de horas a la semana hablar con alguien y que varíe la inmutabilidad de la rutina. Y eso es bidireccional.
Javier Escrivá, 50 años, dice que las personas mayores tienen mucho que contar y merecen ser escuchadas. Él se junta con Adela, normalmente en su casa un par de horas a la semana: "Si hace buen tiempo nos vemos en una terraza. Compartimos un tiempo divertido y de calidad que se nos pasa volando".
Estos cuatro, Escrivá, Arnán, Castro e Higuera, son personas que, simplemente, quieren ayudar a la gente que lo necesita. Su manera de hacerlo, dando algo tan valioso como su tiempo.