En el rostro de Carlos Martínez (Sevilla, 45 años) se dibuja la calma de quien ha convivido con la muerte. No porque la busque, sino porque, en las alturas, esta aparece como una vieja conocida, siempre a la espera, sigilosa entre los glaciares. "He estado en el Himalaya once veces, y en nueve de ellas, alguien murió", dice sin alardes, como quien narra una historia cotidiana, y deja en silencio la fría ciudad peruana de Huaraz, en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Hablar con Martínez es en esencia una experiencia. El médico especialista en medicina de expedición y patología de la altitud es un hombre tranquilo, de voz serena, reflexiva. Pero detrás de esa calma se esconde una vida marcada por la aventura, las alturas y los destinos exóticos. Es uno de los pocos médicos que suben ochomiles. Y en varias de sus expediciones ha tenido que vivir algunas situaciones trágicas que todavía le persiguen.
Pero no es la muerte lo que le mueve. Es la vida. Es ese latido inquebrantable que empuja al hombre hacia el horizonte, hacia las cimas más altas, desafiando no sólo al mundo, sino a sí mismo. Carlos Martínez ha dedicado su vida a salvar, a mantener ese frágil equilibrio que, a más de 7.000 metros de altura, puede romperse con la más leve brisa. "El mayor miedo siempre es morirse, claro. Pero también, para mí, es no estar a la altura, no haberlo dado todo", confiesa.
Sus grandes aventuras profesionales como médico en las alturas comenzaron de la mano del reconocido alpinista Carlos Soria. En 2011, tras completar un máster en urgencias en montaña, se presentó la oportunidad que cambiaría su vida. En una expedición en el Himalaya, coincidió con él, en un momento en el que su equipo necesitaba ayuda médica. "Estuve en el momento y lugar adecuados", reflexiona.
En medio de esas cumbres nepalíes, la admiración de Carlos Soria por su destreza le abrió las puertas a un mundo de posibilidades, y así, el experimentado alpinista vio en el joven médico un compañero en quien confiar. Desde aquel día, su vínculo se ha convertido en un hilo conductor en su trayectoria, llevando a Carlos Martínez a ser un médico de referencia en las cimas más desafiantes, donde el aire es escaso, pero la pasión por la vida y la aventura es inmensa.
El filo de la vida
No todo siempre es bonito. En 2013, durante una de sus tantas expediciones al Himalaya, Martínez enfrentó uno de esos momentos en que el destino parece detenerse, aguardando una decisión. "Estábamos a más de 7.000 metros, por encima del campo tres. Habían intentado la cumbre once personas, pero cinco murieron. Estuve ayudando a los demás a bajar, en condiciones lamentables", narra con esa serenidad que sólo poseen quienes han estado al límite en varias ocasiones.
En las alturas, cada elección pesa como una roca. Un alpinista húngaro, perdido en la inmensidad blanca, pedía ayuda por la radio. "No veía, estaba desorientado. Su compañero me suplicaba que lo buscara, pero no sabíamos dónde estaba. Tenía otras tres personas que rescatar. Fue uno de los momentos más duros de mi vida, decir que no podía ir a por él", confiesa, con la voz que casi se quiebra bajo el peso del recuerdo, y la noche se enmudece.
El alpinista murió. Al año siguiente, durante otra expedición, Carlos y otros expedicionarios encontraron su cuerpo. "Las ironías de la vida", suspira. Se hace nuevamente el silencio. Pero él no se detiene en lo trágico. Como hace en la montaña, avanza. "Lo importante es seguir adelante, ayudando a los demás a encontrar su propio camino hacia la cima", prosigue.
El Desafío Santalucía Séniors
Hoy, Carlos Martínez no está en el Himalaya. Está en los Andes peruanos, liderando una expedición distinta, pero igualmente significativa: el Desafío Santalucía Séniors. Aquí, las cumbres a conquistar no solo son las físicas, sino las mentales y emocionales. Cinco personas mayores de 65 años enfrentan un reto que no solo desafía su resistencia, sino las expectativas que la sociedad impone sobre la edad.
Para Carlos, esta aventura es más que una expedición. Es una forma de demostrar que el espíritu humano no tiene fecha de caducidad. "El mensaje de la longevidad positiva es precioso. No es común llevar a personas sin experiencia previa a una montaña así, pero estamos dando otro mensaje. Y lo estamos haciendo con toda la seguridad posible, y eso es lo que importa", explica, mientras su rostro se ilumina con la pasión de quien cree profundamente en lo que hace.
El proceso no ha sido fácil."Hubo momentos en los que ellos mismos no creían que podían lograrlo. Se tuvo que dar algún tirón de orejas, pero la respuesta fue increíble", dice con otra sonrisa. A lo largo de los meses de entrenamiento, los expedicionarios pasaron de ser cinco individuos independientes a un equipo unido, un grupo que ha encontrado fuerza no sólo en sus cuerpos, sino en la motivación compartida. "Es maravilloso ver cómo han dejado de ser cinco personas entrenando solas para convertirse en un equipo que cree en el reto", añade.
Entre montañas
A pesar de estar en medio de esta aventura, Martínez no puede evitar pensar en su familia. Es padre de un niño de dos años, y esta es la primera vez que se separa de él por más de tres días. "Ha sido duro dejarlo, pero necesitaba estar aquí. Necesito seguir siendo yo, no perder mi identidad. La montaña me da una perspectiva de la vida que no encuentro en ningún otro sitio", confiesa.
Pero esa misma montaña la conoce muy bien el pequeño de Carlos, a quien ha llevado en varias ocasiones de senderismo, con la intención de compartir con él su amor por las alturas. "La montaña te saca de la comodidad, te enfrenta a tus límites. Te da una lección de humildad constante. Estoy seguro de que me ha hecho mejor persona", prosigue.
Carlos no se ve dejando las expediciones, al menos por ahora. La montaña es su maestra, su guía. Es donde se siente más vivo, donde el latido de la vida es más fuerte que nunca. "Seguiré subiendo montañas, con o sin estos desafíos. Es algo que necesito hacer, porque es lo que me conecta con la vida de una forma pura, sin distracciones".
El médico de las cumbres
A lo largo de su carrera, Carlos ha rescatado a alpinistas de todo el mundo. Ha sido testigo de milagros y tragedias, pero lo que más lo conmueve no es la gratitud verbal, sino lo que ve en los ojos de quienes ha salvado. "He rescatado a personas que luego me han invitado a su casa, a conocer a sus familias, a dar charlas. Pero lo que más me impacta es cómo me miran. Esa mirada lo dice todo. Es una gratitud que va más allá de las palabras", comparte, conmovido.
En esas alturas donde todo parece detenerse, donde el frío corta la piel y el aire es escaso, Carlos Martínez no solo es un médico. Es un guardián de la vida, un protector de esos frágiles momentos en que el destino puede cambiar con una decisión. Durante estos días en Perú, acompañando a los cinco expedicionarios séniors, ha demostrado que el ser líder puede estar acompañado de la humildad y la cercanía.
Y mientras sus pies siguen firmes en la tierra, su corazón sigue latiendo con la fuerza de quien sabe que, en la cima, lo único que importa es seguir avanzando. Aunque, hablando con él, uno llega a la conclusión de que la verdadera cumbre no está en la montaña. Está en la vida misma.