José María Zúñiga Baillo / Abogado y administrador
29/12/1958, MadridMadrid, 29/03/2020
Mi padre, José María, era diabético e hipertenso. Administraba una Residencia de Tercera Edad en Madrid, en la que siempre hemos vivido.
Semanas antes de la alarma, yo insistía en que dejase de trabajar. Nuestra particular situación le permitía gestionar muchas cosas desde casa y no acercarse a nadie a no ser que fuese indispensable. Él siempre me respondía: "Cómo no voy a bajar, muchos trabajadores ya no pueden venir, la gente está sufriendo y tiene miedo. Tengo que dar ejemplo y no puedo abandonar a los ancianos". Yo no podía comprenderlo, él era mi padre, mi todo, el pilar de mi vida, y no me cabía en la cabeza la idea de perderle por su trabajo.
El día 20 de marzo se puso malo: fiebre y tos. Le llevé a urgencias y le ingresaron. Neumonía bilateral. Yo ya me imaginaba lo peor. Él siempre decía que, con tantas patologías, no superaría este virus. Y no sólo lo cogió, sino que fue en la peor semana y en el pico más alto. Todo saturado. Al día siguiente le dieron el alta: "Puede seguir con su tratamiento en casa".
Semanas antes había comprado un pulsioxímetro, sin saber para qué, simplemente lo recomendaban. Necesitaba intentar cuidar a mi padre y curarle, como él siempre ha cuidado de mí. A los dos días de su vuelta, se lo puse y, de nuevo: "Papi, vámonos, corre, tienes el oxígeno bajísimo". Él no quería, decía que se encontraba bien. Pero tenía miedo, sé que sólo era miedo.
Mientras le llevaba por última vez al hospital me decía: "Quizás tenías razón, igual no debí bajar a trabajar". Pero los dos sabíamos que era imposible que hubiese tomado otra decisión. Nunca le había visto tan asustado. Llegamos a urgencias y otra vez: "Le ingresamos, no respira nada bien". Yo no paraba de llorar mientras mi padre me decía: "No llores, si ya deberías estar acostumbrada". Y me reía.
Pero ahí le dejé solo, sin mí, sin poder darle la mano para tranquilizarle. Cuatro días después falleció y yo aún busco una explicación a todo esto. Tres semanas después, sigo sin haber podido despedirme de mi padre. No he podido ver cómo le incineraban, enterrarle, ni celebrar el funeral que se merecía.
Pero pese a todo, solo quiero dar las gracias a mi padre, por haber sido el mejor padre del mundo y la mejor persona que conozco. MI HÉROE. Ojalá algún día pueda parecerme algo a ti.
Haremos lo imposible y lucharemos para que no seas recordado como un número más. TE QUEREMOS MUCHO, CHOCO, toda tu familia.
Por Sira Zúñiga Balanzat, hija de José María.
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