Pilar Jesús Fernández Barberá / Aventurera
3/11/1936, MadridMadrid, 19/05/2020
Adiós, abuela.
Nos perdimos perderte. Porque son malos tiempos para morirse. Porque para la Historia serás un número, una estadística, una curva en manos de un ministro. Por eso me sale gritar que tú te llamabas Pilar Jesús Fernández Barberá. Que naciste y respirabas desde 1936. Que tuviste que aplazar tu boda porque tu novio se fue con la Legión a África "con rumbo desconocido". Que te fuiste con él y conocisteis una aventura que duró 47 años, 6 hijos, 10 nietos y 4 bisnietos.
Me sale hablarte directamente a ti, que tenías tu línea directa particular con Dios; me sale seguir tus propias reglas y pensar que me estás escuchando, que te has llevado contigo todo el amor que no hemos podido demostrarte en persona en los últimos momentos. Me sale decirte que tengo un vacío que pesa, que las fuerzas gravitatorias de mi universo necesitan recolocarse, pedirte perdón por no estar a tu lado. Me sale darte las gracias por todas esas veces que nos arrastrabas para presentarnos con orgullo a tus amigos de la parroquia La Basílica de Atocha, por no cansarte nunca de presumir de nosotros, por invitarnos siempre a un piscolabis regalando tu sonrisa. ¿Hubo algún día dónde no rieras, abuela?
Me sale ir a buscar ese chocolate que escondías, porque sabías que si no yo me lo comía todo, y volver a negociar onza por onza. De eso nada, monada. Res de res, me dirías. Puturrú de Fuá. Me sale invitarte a ver una de mis obras de teatro, y que el corazón me vuelva a dar un vuelco a descubrirte en primera fila, con tus amigas, y que luego te quedaras para dar besos a mis actores. El cuerpo me pide salir disparado a Arenas, a pasar un último verano en las pozas con Maxi, Vitoria y los belgas, y ser los primeros en entrar al cine para que no nos quiten tu asiento favorito. Me sale apoyar el codo en la mesa mientras comemos para que tú me recuerdes esa separación cuasi aritmética que debíamos mantener al levantar la cuchara.
Me sale admirarte, erguida y atenta, manteniendo el tipo entre uniformes verdes, o con una pancarta, haciendo un escrache a cierto arzobispo descarriado. Me sale preguntarte en qué cajón guardabas los enfados para que nunca te duraran más de un minuto. Me sale reírme recordando las veces que has querido emparejarme con la hija de alguna vecina o de alguna amiga, o con cualquier chica joven que te agradara. Y la de veces que me has preguntado que por qué no me casaba ni me afeitaba la barba. Me sale reconocerte que lo más cerca que he estado de un amor verdadero fue verte mirar al abuelo, hablar de él, que me contaras cómo le seguías viendo en sueños, de uniforme, y bailabais. Me sale poner música y bailar contigo, abuela. Lo que te gustaba bailar... "Bueno, guapito de cara, a ver si vas terminando de escribir que has venido a verme a mí", dirías ahora.
Tienes razón, abuela, me gustaría que me volvieses a contar lo feliz que eras en El Aaiún, donde veías llover sapos; o en Las Palmas de Gran Canaria, donde surgieron amistades para toda la vida con los Brena, los Ledesma, los Sancristoval o los Fraga. Vuelve a contarme lo de los bailes de gala en Bruselas, las vistas desde tu casa de Virgen del Puerto. Vuelve a contarme qué viste en cada viaje, en cada país de Europa que visitaste (y creo que estuviste en casi todos). Cada recuerdo, bueno o malo, lo convertías en algo extraordinario. Porque sentías la vida, abuela, y la sentiste hasta el final. Incluso cuando iban perdiéndose por tu casa, cuando se caían o los dejabas olvidados entre las fotos de tus álbumes o las hojas de tus geranios. Pero no te preocupes, abuela, yo fui recogiéndolos, y los contaré, y seguirán siendo verdad. Porque me reconozco en ellos, porque me siento parte de ti y eso no va a cambiar. Así que no dejes de escuchar, que yo nunca te dejaré de hablar.
Te quiero, abuela.
Por Carlos Zamarriego, nieto de Pilar Jesús.
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