Carapuerco tenía la vista puesta en el horizonte. Galopaba hacia la lejanía como si recorriera la bucólica autopista de la vida. Quería ver mundo. La última escena de Bojack Horseman, el aire en la cara. Dos saltos se quedaron a media barrera y salió estrellado de uno, el costalazo crujió toda la osamenta. Apuntó con el morro otra, para alegría de la gente. Medía en la distancia corta, obsesionado con la excursión. Hasta esa zona ansiada galopó liberado, resuelto el tranco. Lanzado por puro idealismo. Allí le esperaba el banderillero Ángel Otero. El encuentro fue un fogonazo. La luz cegó la plaza durante una milésima y cuando volvió el color el hombre estaba en pie y el toro con un par más. Reaccionaron los tendidos con esas ovaciones que se dan con los brazos por delante, en pie, asentía la piedra. Recogió Otero el atronador y merecido aluvión de ego en la primera plaza del mundo. El toro había dejado colgado del lance un par de veces a David Mora, por eso mismo, por la alergia a lo cercano. Cuando cogió la muleta racheaba el viento. Un frágil trincherazo rodilla en tierra lo despidió. El toro tan rajado no se quedaba en los vuelos. ¿Los vuelos? Los vuelos de Mora. Quería el toro en chiqueros y allí lo mismo hubiera sido. Lo devolvió a los medios el matador y, claro, huyó. Lo había cantado en las chicuelinas de Garrido, justo en los mismos terrenos. Intentó ligar algún muletazo, todo muy limitado. El medio pingo, la mano libre como antibalas. Difícil de estar delante Carapuerco. No quiso ningunó de los dos. Flameaban las banderas.
Volvió a las arenas movedizas David Mora frente al quinto. Las suyas. El toro de El Pilar no terminaba de salir del muletazo, corto el recorrido. Para consentirle y apretar después. Por probar. No sé. No podía él. Ni por la extraña forma de enganchar, ni por la imposibilidad de perder pasos. El toro, Huracán, se vino arriba, dueño de la situación. Algunos muletazos morían antes de nacer. Creo que de salón es imposible torear así. Qué difícil debe ser. La situación daba la perspectiva suficiente para poner en valor aún más el milagro de Malagueño el año anterior. Metió la espada como pudo. Le bastó con un pinchazo hondo. Y se hizo de noche con el descabello. El presidente aguantó el tercer aviso todo lo posible hasta que fue insostenible. No descolgaba el de El Pilar. Son cosas que pasan: una lástima, en todos los sentidos. Los últimos minutos de vida del toro fueron una fábrica de antitaurinos, peor que ochenta manifestaciones. Atronado desde el burladero, cuando al fin cayó, salían los cabestros y estalló la bronca.
La corrida nació con un quite de Diego Urdiales al primero de la tarde. Las verónicas, cerradas, recogidas, una ola los vuelos, despejaron algo el ambiente liviano, y un poco desapacible con el que se desarrollaron los primeros minutos. Todo parecía flotar, sin terminar de caer a tierra. Hubo demasiados desarmes. Uno por cada momento de la lidia, desde que Urdiales se quedó a merced del toro y con el caballo a la espalda, descubierto. La montera como refugio. Luego una tanda de derechazos con esa naturalidad, el pulso, redondeándose. Había algo de clase en el toro, aunque echaba las manos. Tropezada la acción, las series no tuvieron el ritmo de esa primera.
El cuarto tan flojo, hastiado, incapaz. Hundiendo la tarde hasta el pozo que venía. Caco Senante miraba desconcertado.
José Garrido saludó al último aprovechando el vacío torero que quedó en la plaza tras la muerte del quinto. Mira-bajo miraba desde el andamio. Ya quisiéramos. Qué alto, enfibrado, no descolgó. Lo intentó Garrido con la gente ya pensando en la salida, hartos. Imposible de remontar. Apuntaba el toro por dentro. El tercero, tan débil, se echó. Penosa imagen. No se tenía Jacobero y el recuerdo de las verónicas vibrantes del saludo quedaba muy lejano.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Sábado, 13 de mayo de 2017. Tercera de abono. Más de tres cuartos de entrada. Toros de El Pilar, deslucido el 1º, mansísimo 2º, sin fuerza el débil 3º, 4º flojo, se quedaba corto el noble 5º, parado el 6º.
Diego Urdiales, de pizarra y oro. Metisaca, espadazo suelto y trasero. Tres descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada tendida y atravesada (silencio).
David Mora, de rosa y oro. Pinchazo, pinchazo hondo y trasero y tres descabellos (silencio). En el quinto, Pinchazo, pinchazo hondo e incontables descabellos (tres avisos).
José Garrido, de nazareno y oro. Espadazo entero algo caído (silencio). En el sexto, estocada entera (silencio).