Nenito tenía la negrura de un túnel. Alto, montado, el morrillo era una pelota erizada, todos los caracoles oscuros repartidos en la esfera que hacía de muelle. El mate de los pitones lavado y fino. El interior, una incógnita. Un fuego en las tripas calentaba sin quemar el carbón. A su aire saltó a la plaza. Ahí iba sin detenerse en casi nada ese tío de Cuvillo. En el '7', convertido esta tarde en plaza de abastos coordinada, con guión, la jauría mutó en murmullo. Volvieron a retomar las protestas de inmediato -quién los dirige, qué sombra los gobierna- justo al rozar Nenito el peto. No quiso pelea, yéndose de la montura, olvidándose, escurriéndose hacia la izquierda del estribo. Pero volvió. Y empujó moviendo por toda la cal la catedral que se le echaba encima. Lenguas de fuego asomaban por la nariz.
Hervía el combustible cuando se lanzó a la aventura de la muleta. La locomotora en marcha. Talavante lo esperaba con la seguridad convertida en facilidad. Así de simple, tendida la muleta como un cordaje. Sube, que nos vamos. La respuesta fue una trazada interior de la bicha en el siguiente muletazo. Nenito y Talavante se dieron una tregua de dos trincherillas y un pase de pecho. La acometividad y el celo desbordaron la siguiente serie en una primavera de bravura. Talavante ordenaba con la serenidad de torear un huracán. Cuando el trazo se redujo, justo el instante en el que las bambas lo enganchaban, para empezar a redondear, trastabillaron ambos y la caída del matador pisó el cable. Apagón. A tientas prendió la derecha. Vino una bocanada de aire caliente. No falló Nenito un uppercut directo a la rodilla. Silbó otra vez velocísimo y con el matador todavía en el aire, medio prendido, a punto de caer, escupió siete derrotes en uno. A merced, Talavante se levantó escapando de aquel callejón lúgubre, herido. Una lámina de sangre bajaba por la mirilla taladrada en el muslo. Rechazando un torniquete volvió a la cara. La expectación se palpaba. Se miraban las gentes. Crepitaba la plaza en frecuencia baja. Esta vez al natural hubo la intensidad del encuentro. Reunida la serie. La gavilla de naturales que la siguió elevó al matador, por fin en su velocidad, el trazo como liebre. Un solitario cambio de mano despacísimo rindió definitivamente a los 24.000. Nenito no vio venir la espada. Talavante lo esperó. La estocada decantó los puntos y Talavante cruzó herido el ruedo camino de la enfermería agarrando el trozo de cuvillo, una oreja como premiazo, cicatriz y recuerdo de la batalla.
El extraño caso de Talavante tuvo el piloto con el segundo. Otro jabonero, como el año pasado. Pitaron nada más verlo. Está claro que en Madrí es imposible lidiar toros bonitos. Las hechuras medidas, el trapío desde el rabo, con esa cola peluda y rubia. Los pitones le daban el perfil, no lo tapaban. Al '7' hay consideraciones que se le escurren. Resultó que Tristón no lo fue. Talavante se puso a torear de inmediato. Otra faena de idas y venidas. Es raro cómo consiente tanto a los toros. Lo ve clarísimo y no le importa que lo rodeen. A la gente no llega tanto pero está pasando algo. Quizá no rompe del todo pero tampoco está mal, qué va a estar mal. No sé. Unas veces imponía su velocidad, otras no. El toro lanzaba un tornillazo como ariete. Destelló un cambio de mano, un pase de pecho a pies juntos. Pasó muy cerca el primer natural. Enganchados los muletazos a veces. Apretó en la última tanda por la derecha y esa serie transcendió por fin, apurando al toro, pero pinchó el raro acontecimiento de ventajas y mando.
Juan Bautista pido calma a los irreductibles con la muleta montada, planchada. La protesta convertida en zumbido. Delante el bonito cuarto, un tacazo desde el sorteo. Le tocó, cómo no. El toro es verdad que estaba en el límite de fuerza. Flojeaba y lo sostenía a duras penas toda esa clase. Humillación, un final de muletazo girando la cara. Algún bien cantó más al toro. Iba de largo. Al natural las mejores embestidas, con el silenciador de la profundidad. Toreaba Bautista por fin en silencio. Los naturales con la derecha como si lo hubiera cuajado antes. Era complicado ese equilibrio de fuerzas, público y paciencia. Lo mató recibiendo.
Había quitado antes por una mezcla de crinolinas y gallosinas. Lo mejor la larga para dejar al salinero, una manta blanca sobre la piel salpicada de colacao, Tobillita en el caballo. No tuvo fuerza. Hizo las cosas bien. Bautista lo intentó rápidamente. No le obligó, estuvo asentado. El toro también. Dos derechazos relajados, suaves. Buscaba el francés y cuando encontró resultó tarde. Se había parado Tobillita.
A Roca Rey, que tuvo peor suerte, lo estaban esperando. Libró una chicuelina suicida. Parado y renqueante el tercero, que soltaba la cara de pura impotencia. Hubo un atisbo. Y el sexto, más alto y veleto, se jodió las manos en el cambiado y sólo pudo matarlo: el puñetazo del acero lo apagó como una colilla, aplastada la panza contra la arena.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Miércoles, 23 de mayo de 2017. Décimo cuarta de feria. No hay billetes. Toros de Núñez del Cuvillo, 1º sin fuerza, emocionante el exigente 2º, 3º descompuesto, con clase el 4º, 5º encastado, se lesionó el 6º.
Juan Bautista, de grosella y oro. Estocada casi entera. Un descabello (silencio). En el cuarto, estocada algo caída en suerte de recibir (división de opiniones).
Alejandro Talavante, de pizarra y oro. Pinchazo arriba, buena estocada (saludos). En el quinto, estocada desprendida en la suerte de recibir (oreja).
Roca Rey, de azul noche y oro. Espadazo en el número (silencio). En el sexto estocada trasera (ovación de despedida).
Parte médico
Herida por asta de toro en tercio inferior de la cara interna del muslo derecho, con una trayectoria hacia arriba y hacia dentro de 20 centímetros, que produce amplio despegamiento de tejido celular subcutáneo sin afectación de plano muscular. Pronóstico reservado.