Minutos antes del inicio de la corrida se colgó el cartel de No hay billetes. Esta expresión lleva instalada muchísimos años. De la época en la que España provocó un personaje como Juncal. Es el tópico por excelencia dentro de la lista de tópicos. En realidad, un operario pegó un folio a las puertas de las taquillas. Es una buena noticia las entradas que ha registrado la feria. Excepto el miércoles. El público marca lo que quiere ver.
Hubo achuchones para entrar a las puertas, algunas voces cuando salió el primer toro. La gente llega tarde, apurando la previa, y se apelotonan en los pasillos estrechos delante de los que ya están sentados. Un jaleo en una plaza tan estrecha. Observar esas trifulcas y rencillas en la distancia me flipa.
La corrida de Juan Pedro, tan bien hecha, apuntó de todo sin motor ni fuerza. Una desesperación.
Después de una semana sin ver torear a la verónica con cosa, llegó Ginés Marín interpretando el lance sin ornamentos. Toreando bien, que es una expresión de la que se ha abusado con los bautistas del escalafón. La media a pies junto será la de la feria. Vaya toro más bien hecho era ese. Embestía templadísimo, con una clase superior. Una pintura. Cincelado, con los kilos repartidos en una fisonomía para enmarcar: este es el toro de Sevilla.
Manzanares lo redujo con los vuelos en el saludo. Volaba el toro hasta donde quería con un son templado. Manzanilla tenía aroma de Puerta del Príncipe. La lidia cogía ambiente —buenos tercios— hasta que llegó a un tope en la faena. No pasaría de ahí. De esa importancia sin desbordes.
Debió haber algún pero. No lo encuentro en la apariencia de rotundidad. Sonó la música, Manzanares lo toreó templado con ambas manos —una tanda de naturales emergió redonda, larguísimos los pases de pecho— y la gente se lo cantó sin inercia pero a falta de algo. No sé. El son del toro llevó el ritmo. Manzanares le bajó la mano sin apretar —escribiéndolo me pregunto si será posible— cómodo con lo que le proponía. Los tiempos muertos de siempre. La explicación está descifrando esas coordenadas.
La mortífera estocada, perfectamente colocada arriba, precipitó los pañuelos que pararon de volar con la concesión de la primera oreja. Supo a poco. Lo mejor de la faena fue el final, con una calidad superior al alcance de los privilegiados. Las bolitas de Paula. Manzanares recogió el canon. Una trincherilla para paladear cuando pase una década.
Luego, desconectó de repente del quinto. Se descubrió en una tanda inconclusa de dos naturales sólo. Se fue de un toro simplón. Nada que decir. Los pinchazos fueron la radiografía de la dispersión.
La tarde mantuvo el pulso en la espera de Ginés Marín. El joven matador estuvo firme con un lote sin posibilidades, la verdad. El tercero derribó al caballo con fuerza. Lo cogió por los pechos. La cabalgadura aterrizó sobre el cuello del caballo, resbalando el picador de la montura. Parecía un ganso estrellado con el suelo, doblado sobre sí mismo el caballo, que pataleaba al aire angustiado.
Ponce hizo un buen quite por chicuelinas. El toro obedecía a los toques. Una veta de clase. Ginés brindó a Sergio Ramos una faena casi perfecta para lo que tenía delante. De las de poner de acuerdo a todo el mundo. Haciendo las cosas bien, firme y medido. La hierba en la boca sin el ansia. Aguantó los parones. La sensación de torero cuajado, aunque quede mucho. Ahí está la gracia. Pero lo pinchó, esfumándose el trofeo. Saludó una ovación torerísima.
La tarde rodó por el precipicio después de dos devoluciones consecutivas en sexto lugar. Un juampedro tambaleante en Sevilla es una postal como la de la Giralda y la torre del Oro. El aficionado no sufre, se extinguiría sin su ración de toros bonitos mordiendo el polvo. A ver qué escribe Antonio Lorca de esto. Lo mismo predice un nuevo apocalipsis. El vigésimo quinto.
Volvió a torear muy bien a la verónica Ginés ahora. Un gusto. Al segundo sobrero ni le rompieron la piel. El puyazo como caricia apremiante. A ver qué le vamos a hacer. Perdió las manos dos veces. Brindó al público Ginés. La ilusión se desvaneció con las miradas a los muslos y el galope insulso. Medía el toro en el embroque. Desagradecido, soltando la cara, nada, morucho. Ginés intentó resolver el problema. Para el toro todo eran molestias. Como una antigua novia, nunca se entregó. Ginés lo mató por arriba, dándole la importancia que no había tenido.
No hay un sonido que me reconforte tanto como el que llega al tendido cuando se mezclan las pisadas del toro, su respiración y el tamborileo de los palos de las banderillas. Había un silencio redondo cuando Ponce se salió con el primer juampedro, ya un poco reducido, callados hasta los que no podían ver. No se definió pronto. Alternaba clase y flaqueza, pitonazos y embestidas limpias. Ponce mantuvo el equilibrio hasta donde pudo. No apretó nada. Tiene varias marchas en la muñeca, y se vio en un natural a media altura, en los toques, en la forma de presentar la muleta. Ya paradísimo, se arrimó como Dámaso, sacando una tanda imposible que sólo apreciaron los profesionales.
La embestida del cuarto a pesar de ser vulgar tuvo un punto interesante. Vamos, que se dejó. Ponce lo atacó desde el primer momento. Anticipándose al toro, tocando fuerte, lo hizo embestir con todos los recursos que pudo. Del zapatillazo a la voz. Iba y venía el juampedro sin decir nada. Todo lo puso Ponce en ese estilo suyo que es la imagen perfecta para imaginar la faena. La inercial triunfal de las últimas temporadas se ha truncado en Sevilla. Los Lakers, el Madrid de Zidane y el Ponce antes de esta Feria de Abril.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Viernes, 20 de abril de 2018. Duodécima de abono. No hay billetes. Toros de Juan Pedro Domecq, flojo el 1º, un súper clase el 2º, 3º sin casta, 4º vulgar, el 5º simple y morucho el 6º tris.
Enrique Ponce, de azul eléctrico y oro. Bajonazo sin soltar y pinchazo hondo (silencio). En el cuarto, estocada defectuosa (palmas).
José María Manzanares, de obispo y oro. Gran estocada (oreja). En el quinto, seis pinchazos sin soltar y pinchazo hondo. Aviso (silencio).
Ginés Marín, de azul celeste y oro. Pinchazo y estocada casi entera (ovación). En el sexto, buena estocada (palmas).