Ante la perspectiva del San Isidro más largo de la Historia –34 tardes, cinco semanas–Madrid rugió a la hora de comer. Los truenos sonaron por toda la ciudad como si se hubieran levantado de su sofá a la vez los miles que acudieron a esta primera tarde: esa metamorfosis de la pereza en ilusión tiene una novelita.
Simón Casas nos ha privado esta temporada de uno de los momentos más esperados de cada año. No pudimos ver salir al toro de Madrid el primer día porque era una novillada la que abría el ciclo. No ocurría desde 1988. Había una atmósfera alegre y una entrada buena para ver a los tres aspirantes.
El ambiente lo traía Carlos Ochoa, el líder de la novillería de Madrí. Hay algo en él de ese novillero chuleta. Un halo. Anda de puntillas, es delgadísimo y tiene una melena de barrio. Es todo cintura. El último producto de la vieja escuela del Batán. Y carga con la herida de la muerte de Víctor Barrio. Callado, parece educado y triste.
Arinoso se golpeó contra los burladeros dos veces. Chocazos con la frente en la madera. La gente dijo un "oh" colectivo. Aquello le tuvo que afectar de algún modo: después del segundo buen puyazo se abrió de patas, asfixiado. La poquita chispa que quedaba la gastó en los doblones. Ochoa lo toreó con la mano derecha muy flexible. Entregado, con la edad, todo riñones. Todavía no se le ve afectado. Al natural hubo más reunión, compacta la figura, cierta profundidad en el embroque. Se lió un poco antes de las bernadinas.
Cayó al suelo por un resbalón en un quite. El torete le pasó por encima, volviéndose Ochoa justo a tiempo hacia el otro lado. Al quinto lo aplaudieron de salida. Qué ovación más descarnada. Parecía un toro. Redondo, pesó 540 kilos. Estaba forrado de intenciones sospechosas. Carlos Ochoa tiró de él, le tragó los parones. Nunca se entregó el bichejo, frenado, agarrado al piso, silente en la trinchera. La firmeza se desaguó en los pinchazos.
Ángel Téllez quiso torear a la verónica cogiendo el capote corto y echando un poco los vuelos. Esas intenciones alimentan. El sexto novillo le regateó, buscándole por la esclavina, tan malaje. Derribó al caballo y salía suelto. Olisqueó a los banderilleros después. El Niño de Santa Rita saludó por un par arriba.
Al natural hubo momentos buenos. El novillo tenía un buen tramo y ya. Como el resto, no se entregó nunca. Ángel Téllez tuvo paciencia, congelado cuando un extraño del guadaira le afiló las ingles. Al exigirle, el novillo se rajó. El resto de faena sobró.
El tercer utrero fue protestado hasta con silbatos por tener aire de novillo. Con silbatos. La que nos espera. El volatín sacudió sus hechuras menos rematadas, se le veían más las aristas, desde los pitones al rabo. Luego flojeó. Tras un desarme se vino arriba. Echaba la cara por el palillo más que nada por la impotencia. Ángel Téllez se fue detrás de la espada.
El ecuatoriano David Garzón está más verde y debutó en Madrid con un desencuentro. Alargó para nada ante la indiferencia de la gente. Luego le pasó igual con el cuarto, tan pegajoso. Además, le volaban los trastos por el ventarrón que soplaba. La gente, pendiente del paraguas, no le echó cuentas. Los rayos alumbraban los nubarrones cuando arrastraban el cadáver del cuarto.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Martes, 8 de mayo de 2018. 16371 asistentes. Primera de abono. Utreros de Guadaira, 1º áspero, 2º deslucido, flojo el 3º, 4º pegajoso, agarrado el 5º, rajado el 6º.
David Garzón, de grana y oro. Pinchazo caído (silencio). En el cuarto, dos pinchazos sin soltar y espadazo entero (silencio).
Carlos Ochoa, de azul celeste y oro. Espadazo caído. Cuatro descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, cuatro pinchazos y estocada (silencio).
Ángel Téllez, de blanco y oro. Buena estocada (silencio). En el sexto, pinchazo casi entero. Un descabello (silencio).