El temblor del minibús al tocar el carril de tierra paró las conversaciones. Por las ventanillas se podía ver una jungla sin frondosidad. Entrando a la finca Las Tiesas, propiedad de Victorino Martín, se hizo el silencio. Los nueve corresponsales internacionales convocados por la Fundación Toro de Lidia apartaron las cortinas, girando a la hierba verde. La calma era un poco jurásica. “No, eso es una roca”, aclara Chapu Apaolaza, portavoz de la entidad, a un periodista francés que señalaba un bulto negro en la distancia. “Además, son grises”.
“Tenemos diferentes motivaciones para criar los toros. Nos importa su carácter, la personalidad, el comportamiento”, explica Victorino Martín, presidente de la Fundación, en un salón cerca de la plaza de tientas. Detrás de él, cuelgan las cabezas disecadas de dos toros y un cuadro enorme con Victorino el fundador pintado casi a tamaño natural. Pilar acompaña a su padre. “Esto es vino blanco de nuestra tierra, ecológico, producido por nosotros”, un camarero muestra la botella. En una vitrina, varios polos y una gorra con el hierro bordado. “La cría del toro bravo mantiene la dehesa, fija la población rural y permite que podamos crear este vino de una uva especial de la zona”.
El ganadero habla delante de una mesa preparada con copas de cristal y platos de comida. “El cerdo es muy importante también”. Los periodistas charlan entre ellos, tímidos por ser los primeros en probar bocado. “¿Todos habláis español?”, preguntó Victorino. Asienten los representantes de Reuters, France Press, la agencia china Xinhua y un columnista de este diario.
El paseo en un remolque visitando parte de las 1.800 hectáreas de la finca pasó cerca de varios grupos de toros. “De aquí saldrá la corrida de Madrid, estos son de otro encaste que tratamos de recuperar”, explica Victorino. A cada parada, los fotógrafos bajan para estar más cerca. Las manadas se mueven como bandadas de pájaros espantadas por la cercanía de los caballistas.
–Cuidado con ese –advierte Pilar, señalando un monteviejo pendiente del cámara. El toro se había quedado rezagado.
–Bueno, que se meta debajo del remolque. Creo que le da tiempo –responde Victorino.
"Me encanta lo de recordar al animal"
A Qiuda Guo nadie sabe cómo llamarlo. Es el responsable de la agencia china Xinhua, aprendió español en Granada –se le nota– y va acompañado de otros dos periodistas españoles. Con un trozo de carne de toro en la boca –“lo mató hace unos días Luis Bolívar”, indica el ganadero– responde que David es su nombre “aquí”. “En realidad es Diego”, bromea al instante.
“Me encanta lo de recordar al animal”, explica Qiuda a EL ESPAÑOL. “Los toros tienen un nivel de vida superior al del resto de animales”. En China, explica, “no hay animalistas”, y se ríe pensando en la ingenuidad. En su país, dice, cuando se piensa en la tauromaquia aparece la idea de algo “exótico, con fuerza, peligroso, una aventura”.
Las explicaciones de Victorino Martín han convencido al cámara que trabaja en Xinhua. José Alberto, de Madrid, dice que era “un poco antitaurino porque me encantaba la naturaleza”. El ambiente aquel lo abdujo. “Te acapara. Vivimos en un mundo de clichés, me desmarqué de eso y me hice preguntas”, aclara que lo que le fascina era el halcón peregrino. “He estado muy vinculado a ese mundo”, senderismos, avistamientos, comentarios. A las dos aficiones las separa sólo un muro mental. “Si el águila imperial se mantiene”, continua, “es por que hay fincas donde se caza. Me como un filete y una trucha. Las cosas no son blancas o negras. Victorino es un tipo muy cercano”, considera José Alberto.
Un toro está subido en los comederos. Otro mira al tractor. “No se pueden torear dos veces. Sólo el 10% de los animales bravos que tenemos se sacrifican, el resto vive tan bien gracias a eso”, traduce el ganadero lo que están viendo. Dos victorinos miden sus fuerzas chocando las frentes. Parece un hotel de concentración para animales. La pradera, el pienso, los compañeros. “Esos dos están apartados por que estuvieron juntos en Utiel”, se les ve varios metros por detrás del resto. “Ellos hacen sus grupos”, a la sonrisa de este Victorino le falta el diente de oro. La cicatriz que cruza el labio siempre parece a punto de partir la piel fina reducida por las mañanas de trabajo en el campo. “Están libres, viven así, como los véis”, les lee el pensamiento. “Claro que esto no es gratis, hay que ganárselo”.
Buscando a 'Cobradiezmos'
Gabriel Bouys es un fotógrafo de la agencia France Presse (AFP) que había estado antes en alguna corrida de toros. Ha pasado cuatro años “en Francia”, otros cuatro “en Italia” y “cuatro o cinco en Los Ángeles”. “Entiendo la cultura taurina”, admite, mezclando el español con el italiano. “Si no hay corrida, no hay toro”, dice con seguridad. Es de Beziers, una de las ciudades con más afición de Francia, “allí nadie te dice nada”, ataja. “Las explicaciones de Victorino son convincentes, y tiene razón, es un espectáculo de otro siglo”, suelta casi como un reclamo. Y habla de “Paco Ojeda” y nombra a otro torero, “francés, Richard Milian”, recuerda.
La expedición tiene un objetivo: ver a Cobradiezmos. “Hemos retirado la camiseta, ningún toro se llamará ya así”, les dice Victorino, que recrea aquella tarde y la faena de Manuel Escribano, justo una semana después del indulto de Orgullito en Sevilla. “El indulto de Juli”, ríe irónico. ¿Por qué habéis retirado el nombre? “Con otro Cobradiezmos todo se condiciona. Es mejor que no”. ¿Y cómo se llaman ahora los hijos de esa vaca? “Buen intento”, se corta antes de pronunciar el nuevo nombre.
El tótem de la ganadería aparece rodeado de unas treinta vacas de vientre, todas tan finas y jóvenes, él maduro, hondo y pesado. Las becerras flotan a su alrededor, sueltas y gráciles. Después de una mañana viendo toros moviéndose como pesados transatlánticos varados, las vacas parecen animales distintos, menudas y casi risueñas. El cuadro tiene muchos significados.
Patrick Rahir mantiene una actitud escéptica. Es el único toma notas refugiado bajo una gorra. Borja Cardelús, director general de la Fundación Toro de Lidia, ha viajado junto a él. Parecen muy concentrados en la conversación. Rahir es el corresponsal jefe de AFP para la zona de España y Portugal. “Me da la sensación de que han puesto ahí al toro con las vacas para enseñárnoslo, parece una atracción diseñada para turistas”, dice en referencia al harén de Cobradiezmos. “Sorprende que la ganadería saliera de la nada. ¿Dices que Victorino fue el ganadero más importante de su época?”. Durante la comida pregunta directamente al propietario de Las Tiesas y evita beber vino. “La dehesa está bien, los toros viven muy bien. Es sorprendente conocer todo lo que hay detrás de una corrida de toros”, afirma a este diario días más tarde. “Tendré que asistir a una tarde de San Isidro”.