Perera le agua la fiesta con un faenón a un soberbio José Tomás
El matador extremeño cuaja una gran actuación con Libélula, el buen toro de Jandilla que no mereció el indulto.
29 junio, 2018 22:49La estela de José Tomás dejaba un rastro hasta Algeciras de muchísimo queroseno quemado, kilómetros consumidos y negritas expectantes —histórico trío el de Ágatha, 'El Chatarrero' y Calamaro a falta del rey emérito— al son del acontecimiento —inexplicablemente esta palabra es considerada un insulto en el toreo—.
Los coches se amontonaban en los parkings alrededor de la placita gaditana. No se veía la estatua de Miguelín. Que no se lea esto como un tópico: había una actitud colectiva ejemplar, felices todos de estar aquí. La gente ovacionó con fuerza a los dos toreros desplegando la grandeza del toreo a toda vela.
Había público en pie en la última fila, sentados en las escaleras o asomados desde las terrazas de los edificios colindantes, como lo que nos contaban cuando antes los toreros paraban el mundo en algún lugar. El primer toro pisó el ruedo bajo un silencio extremo.
Perera apareció con la merienda cumplida para recortar las distancias con José Tomás, al que le colgaban las dos orejas del carcaj. Bajó las manos con el capote y el toro respondió. No iba a responder. Al trapío de Libélula le sobraba ese punto montado que difuminaba las hechuras. Los pitones muy astifinos miraban hacia delante. Las puntas negras. El quite fue un combinado de saltilleras, caleserinas, gaoneras y tafalleras. El jandilla Libélula echaba el hocico primero. Juan Sierra clavó con rabia delante de su antigua cuadrilla.
Perera brindó al público y los cambiados por la espalda fueron muy templados. Galopante el inicio hasta el gran pase de pecho. La primera tanda arropó la embestida extraordinaria del toro. Libélula embestía con mucha clase, prontitud y fijeza. Los muletazos larguísimos por ambas manos delimitaron el fondo. En redondo se metió Perera en su terreno. Los ochos fueron lazos y el dominio se extendió a los tendidos, arrastrados por el peso de una faena de altura. Sin ayuda hizo lo que quiso con Libélula, que se dejaba ensimismado cuando ya sólo le quedaba la nobleza. Le pegaría ciento veinticinco muletazos. La gente pidió el indulto por el rabo. Hay que redifinir esto: el toro fue bueno y ya. El pañuelo naranja fue para Perera, que estuvo genial. Simuló la suerte suprema. Las gargantas se rasgaron con el ole. El toro entró a toriles acompañado de miles de sonrisas y el matador elevó los brazos triunfante y aliviado. Compartió la vuelta al ruedo con el ganadero.
A José Tomás se le diluía el titular de la reaparición con el suceso de Perera cuando salió el quinto, que fue un tío. Los zalduendos del jueves se pasearían por las arcadas de sus patas sin rozar la barriga con los morrillos. Castaño, en los ojos tenía la piel oscura como Idílico. Embistió como era, basto y a arreones, al menos en el capote. Uno encontró a José Tomás, que cayó golpeado a la arena sin consecuencias. El cuvillo empujó en el caballo con fiereza concentrada.
La faena tuvo dos fases: la media embestida sin aupar por derechazos y los naturales de otro mundo, colocado JT de perfil con media muleta. Sencillamente buenísimos, pasándoselo muy cerca. Otra tanda con la derecha ligada en los medios volcó la plaza, sin la fuerza suficiente, más histérica que convencida. La primera estocada se salió. A la segunda, se tiró el matador como si no hubiera nada más mañana. A ver mañana. Encunado en los pitones, el golpe del toro al pecho le hizo sacar la espada, que estaba enterrada. Se emborronó todo con el descabello. Le obligaron a dar la vuelta al ruedo con el sabor de la despedida. ¿Hasta cuándo? Los chavales le tiraban las muletillas y un tipo quiso hacerse una foto con él en el ruedo. Lo detuvieron. Torero, torero, cantó la plaza resignada.
El ídolo de Galapagar amaneció con un suave saludo de delantales muy recogidos y muy sutiles. Buenísima la media, sin sacar los brazos, justo en los medios. Llevó al toro al caballo galleando por chicuelinas y las tafalleras calentaron. El desplante fue celebradísimo. José Tomás iba adquiriendo tono de bronce mientras once mil personas le aplaudían celebrando un rito extraño. Fue emocionante.
El inicio de la faena de las dos orejas tuvo el tono sublime de una trincherilla y un natural soberbios. Lástima del cuvillo, tan apagado que no decía nada. Con la izquierda hubo intensidad. La calidad del matador no tapaba al toro, templado no más. Hizo lo que quiso, un pase de las flores, un puñado de espaldinas, cinco o seis muletazos ligados en el mismo centímetro. Qué pase de pecho. Lo mejor de la faena fue la suavidad, la naturalidad, la verdad sin artificios. La espada cayó tan defectuosa que el doble trofeo fue un poco vergonzante.
El segundo, de Jandilla, era un toro armónico. Perera se hizo presente de rodillas. No decían mucho estas verónicas. Las chicuelinas sí llegaron, también las tafalleras. Recogió por fin al toro, sueltecito y sin fijeza. Ambel cuajó un buen par. Perera se impuso al jandilla acortando las distancias progresivamente, marcó el territorio y limpió los muletazos de esas embestidas comprimidas. Jamás rompió el toro, que además se acostaba. Perera lo mató fatal.
El tercero estaba cuajado. Se llamaba Dudosito. Algo acapachado. Lo mejor era la expresión. En el saludo se notaba el agotamiento emocional del público que no vio dos o tres verónicas de José Tomás. El cuvillo salía para el otro lado. Las chicuelinas lo solucionaron. JT fue más JT en el quite por gaoneras. El toro a su aire y él tan quieto, tan indiferente a las incertidumbres que encogieron la piedra. No rectificó nunca. Ahí en ese núcleo está la incógnita del toreo. Dudosito se debatía entre embestir o irse. La faena cambió los terrenos según las apetencias del cuvillo. Y en las rayas, cerca de chiqueros, hubo un pequeño paraíso al natural. Qué cerca se los pasa. Esto no es marketing. La estocada cayó traserísima.
Las saltilleras al sexto tuvieron la relajación de la victoria. Perera esperó al toro y le cambió la trayectoria por milímetros. A partir de ahí la actuación corrió sin las preocupaciones habituales. Estaba hecho. El toro se defendía embistiendo con las manos. No importaba. Perera agotó la embestida como quien apura la última copa. Lo esperaban para irse. El brindis a José Tomás y el apretón de manos con los dos a hombros sellaron la tarde de torero a torero.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Algeciras. Viernes, 29 de junio de 2018. Tercera de abono. No hay billetes. Toros de Núñez del Cuvillo, 1º apagado, 3º rajado, 5º bruto de media embestida y Jandilla, 2º con genio, indultado el 4º de extraordinaria nobleza y se defendió el 6º.
José Tomás, de verde botella y oro. Bajonazo (dos orejas). En el tercero, espadazo muy trasero (ovación). En el quinto, metisaca, estocada entera que se salió. Un descabello (vuelta al ruedo).
Miguel Ángel Perera, de teja y oro. Pinchazo y espadazo trasero y bajo (oreja). En el cuarto, simula la suerte suprema (dos orejas y rabo simbólicas). En el sexto, pinchazo y medio espadazo.