Madrid en mayo vuelve al campo. La fauna de Malasaña descubre la pradera. Los oficinistas vuelven a los toros. El llenazo por el día del patrón tenía la sensualidad que masticaba Ruano en la capital este mes, “más viviente que nunca”, en los años 50 del Café Gijón. En esa inercia festiva la gente se acordó de Urdiales, sacándolo a saludar: la afición vive siempre de los rescoldos de lo bueno. Aquella actuación de Otoño ya forma parte del mito, un rincón donde ir a calentarse cuando sopla el viento frío de la impostura.
La fiesta crepitaba en las ansias del público cuando Perera brindó al Rey viejo. Le aplaudieron el caminito hasta toriles, se celebró el monterazo y los vivas puntearon los tendidos, qué pesados los borrachos patriotas, cuando Juan Carlos recibió el encargo. Perera había toreado bien a la verónica, sin grandes pasiones. La faena fue rara: la gente aplaudió todo lo que no era torear. Hasta tres veces se fue Perera lejos de Pijotero, un déjà vu de inicios rápidos de tanda, lanzado el toro a la muleta desde los terrenos del 10, dejándoselo llegar a los medios. Muy 2008. Se reducía después, diluyéndose el colorao en el ácido de la muleta baja. La operación producía sus frutos, tan listo Perera, surfeando la ola del 15-M. El público iba detrás del toro, jaleándolo. La faena tuvo el ambiente de talanquera, tan cercano a Madrid algunos días, con el alcohol apretando el acelerador del triunfo.
Perera lo exprimió en dos o tres derechazos que rompieron las gargantas. El pase de pecho por la izquierda, cumbre. Y ya. Al natural no hubo nada, parado Pijotero en la distancia corta, que le encajonaba el galope mentirosillo. Volvió a la derecha Perera, ya buscando reunirse de nuevo con el público, que se levantaba cada vez que intuía algo bueno. Tardó en cuadrarse el toro, pasada la faena. Tampoco la estocada fue incontestable, traserilla. A veces con que entre vale, y eso fue lo que produjo la efervescencia de pañuelos. No había mayoría para la segunda. El suspiro de alivio de los 20.000 confirmó la primera Puerta Grande de la feria. Perera dio la vuelta al ruedo apretando las orejas. Algún grito del 7 difuminado entre el gentío abrasador y contento, que ya tenía volando por Alcalá a un torero. De la sexta Puerta Grande del extremeño no se acordará casi nadie.
La cuadrilla de Perera vive un buen momento. En manos de Ambel todos los toros parecen mejores. Las inercias del capote alumbran embestidas que luego, simplemente, no existen. En ese juego de espejos, Curro Javier saludó una gran ovación. Y la gente lo pasó mejor con ellos que luego con el matador. Cuando había que exigirle, el toro no podía, desinflado. Estaba perdido. Sin poder. Una birria.
Tuvieron paciencia con Urdiales durante la faena al segundo. El fuenteymbro llevaba cargado el carcaj de medias embestidas. Las lanzaba como flechas, con la munición contada. Urdiales fue haciéndolo, tirando del hilo, alternando las manos. Apretaba, dejaba seguir. El toro derribó al caballo por puro encontronazo. Moldeó alguna embestida cuajándola sobre el embroque, que es donde el toro decía algo, en esos círculos concéntricos de la bragueta. Urdiales estuvo mucho tiempo en la cara haciendo sus cálculos, parecía que por justificar tan buen recibimiento. El aviso sonó al hundirse la espada a la segunda.
El quinto no se entregó nunca. Urdiales se fue al 6, auscultando la embestida suelta con cuatro o cinco doblones. ¡La trincherilla! Esa fragilidad me flipa. Hubo un atisbo al natural, arrancando embestidas. El toro venía por dentro a veces. Había que tener paciencia. Volvió a pinchar arriba.
El aire desconcertó a Finito frente a un toro que repetía. En la media distancia, acudía con el reprís encendido. Dejársela delante era una quimera para el torero de Sabadell, ni siquiera se sintió —ay— de uno en uno, preocupado por dominar el resto de elementos. Las tandas tenían la preparación del nadador que presiente el agua helada: repasaba cien veces el nudo del bañador antes de lanzarse a torear. A ver si la inercia le ayudaba. Para su trazo de líneas rectas, látigo y muñecazo, el toro era perfecto. Tremendo lo miraba de reojo, lo que terminó de difuminar las intenciones: a Finito hay que verlo en los remates. Una tanda apretaditos sobre las rayas, ya al final, con la composición buena. La faena osciló siempre entre el bieeen del partidario y el cabreo de quien lo conoce. El bajonazo decantó el resultado al cabreo. El inicio de faena al cuarto era el que se merecía aquel toro encastado. Que se parara fue una excusa buenísima. En Valencia le cantaron los paseos.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Miércoles, 15 de mayo de 2019. Segunda de abono. No hay billetes. Toros de Fuente Ymbro, repetía el 1º, sin gas el 2º, 3º sin fondo, 4º parado, 5º sin entrega, 6º vacío.
Finito de Córdoba, de buganvilla y oro. Pinchazo y bajonazo (pitos). En el cuarto, tres pinchazos y espadazo casi entero y trasero (silencio).
Diego Urdiales, de azul noche y oro. Pinchazo arriba y espadazo algo caído. Tres descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo arriba y media espada (silencio).
Miguel Ángel Perera, de verde botella y oro. Espadazo algo trasero (dos orejas). En el sexto, pinchazo sin soltar, pinchazo hondo (silencio).