En un cambiado por la espalda, le rozó el toro los flecos de la chaquetilla a Roca Rey. Volaba Maderero de punta a punta, orbitando sobre el matador clavado en los medios. Algo le hacía volver siempre y allí estaba el peruano, cambiándole la muleta, echándole pólvora al fuego: Roca Rey metía un pie en el foso. Los redondos estabilizaron la embestida. Humillaba Maderero, soltando la cara al final. Lo templó Roca dándole largura al muletazo, esquivando la zancadilla de las puntas abiertas, apretando por abajo la muleta, convertida en una apisonadora de embestidas. Clave para hurgarle el fondo al toro. Los pases de pecho surgían en el sitio, rompiéndose hasta los tendidos. La gente respondía. Había hooligans agitando banderas del Perú. La felicidad galopaba como un veneno.
El ole subió de intensidad, abrochándole a la faena el griterío del acontecimiento en un cambio de mano; dos tiempos para redondear al parladé. Después, al natural, hubo momentos extraordinarios, muerta la muleta bajo el hocico. Quizá lo mejor. Respondía el toro, amarrado a los flecos. Antes de que parara, tocaba Roca Rey, haciendo irresistible la tela ondulada. Atado Maderero por el lazo de figura del toreo. Echó mano de los efectos especiales, como si no fuese suficiente lo anterior, adornando con el populismo la faena más directa del peruano en esta plaza. Roca Rey ya tiene su gran actuación en Madrid. Claro que se rajó el toro, tan exprimido, convertido en un acordeón desafinado. Las bernadinas sobrevolaron Las Ventas como el Enola Gay. Todos a cubierto del nubarrón. La cornada palpitaba en el glúteo. En una trincherilla colocó Madrid a sus pies. Ya estaba al otro lado. Quedaba matar: el espadazo reventó el candado de su tercera Puerta Grande.
Antes, Roca Rey se encontró con el sobrero de Mayalde, que sustituyó a Peleador, un toro con las hechuras idóneas. Los hermanos Domecq tienen el molde. Forzó el torero el pañuelo verde. Miraba al palco buscando respuestas a la flojera del parladé y apareció otro, castaño, sin estridencias, manteniendo la línea de los tacazos. A punto estuvo de acabar la tarde ahí: las gaoneras sin probaturas fueron un callejon sin salida. Algún día tenía que pasar. El pitón derribó al joven. En el suelo lo buscó, trazándole desde la pierna al vientre el escalofrío. Se levantó Roca grogui. A punto del KO. Sin picar, abrió al toro por unos estatuarios de cloroformo, aprovechando el sobrero para organizarse un piquete de gañafones. Esperó mucho Roca Rey hasta que expulsó el genio. No había apenas dominio, navegando sobre el dolor, pálido. Un bajonazo acabó con el mayalde. Entró directo a la enfermería.
López Simón cortó una oreja no se sabe muy bien por qué. Podría haber seguido toreando hasta la despedida definitiva de El Cid al colorao bonito que embestía sin quejas. La faena no iba a pasar de esa calidad Hacendado en la que vive el matador ni en veinte días: sirve sin lujos. Un tono mediocre que le funciona. A la gente le gusta. Como si le rieran las gracias al niño que no quiere aprender a andar.No toreó tanto al natural, claro, había más complicaciones. Pasa por el toreo de puntillas, apurando la suerte de los sorteos. El trofeo se explica por cómo las bernadinas precedieron al celebradísimo espadazo. Levantaron una Champions los borrachos. Luego, se fue a portagayola. Yelco calentó al público exponiendo una barbaridad. Apareció Roca desde la enfermería. Invasor, sin embargo, se le escapó de la muleta. Intentó un arrimón bajo la tronera del 7, quitándose justo cuando había que quedarse. Todo muy artificial, como la ovación.
El Cid lleva despidiéndose varios años. Se puede ver el momento exacto en que dijo adiós. ¿Cuándo ese padre de familia se quedó sin gas para estar delante de los toros? En alguna plaza perdida. A partir de ahí ha sido una aventura tremenda para todos. La ovación con la que su público —lloraba Quintano desconsolado— empezó el duelo le recargó los bidones. Se le escurrían las muñecas a Manuel Jesús, dispuesto a casi cualquier cosa hoy. Se confió con el desfondado primero. Cada paso, una heroicidad: a El Cid se le ve en las pequeñas cosas. La faena al cuarto fue un resumen de su historia en Madrid: citar en los medios para desinflarse poco a poco. El parladé era alto, largo, y le brillaban los gatillos de punta negra bien colocados. El Cid brindó al Rey viejo su última faena en Las Ventas. Allí iba el negrazo detrás de la muleta del sevillano, que apostó por la revolución. Los oles se fueron apagando. Sólo gritaban ya los partidarios. Enmudeció El Rosco. También otro. Estaba solo el matador. Fue paciente hasta el toro. Aquella piedra encendida de los días felices. Rugía Madrid, obsesionada con sus naturales. No era hoy. Del paraíso lo sacó el pinchazo en la yema. Cómo no iba pinchar. El crack del hueso, el pestillazo que tendrá grabado para siempre el matador.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Miércoles, 22 de mayo de 2019. Novena de feria. No hay billetes. Toros de Parladé, sin gas el 1º, se dejó el noble 2º, con fondo el 4º, rajado el 5º, humilló el 6º y un sobrero de Conde de Mayalde, el geniudo 3º bis.
El Cid, azul atlántico y oro. Pinchazo y pinchazo hondo caído. Dos descabellos (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo arriba. Cinco descabellos. Aviso (palmas).
López Simón, de azul noche y oro. Espadazo muy caído (oreja). En el quinto, pinchazo hondo algo caído. Un descabello (saludo en el tercio).
Roca Rey, de canela y oro. Bajonazo (pasó a la enfermería). En el sexto, gran estocada (dos orejas).
PARTE MÉDICO
Roca Rey: Herida por asta de toro de seis centímetros en el tercio superior de la cara posterior del muslo derecho que rompe fascia superficila y lesiona musculatura isquiotibial. Contusiones y erosiones múltiples. Es intervenido quirúrgicamente bajo anestesia local en la enfermería. Pronóstico reservado que no le impide continuar la lidia.